1 Que no termine nunca este día,
que estas voces no callen nunca, que transmuten su sintonía etérea a las aves o
a los insectos que dibujan parábolas de luz en las enredaderas que trepan el
cemento. 2 Me quedaría aquí por siempre y no hablo de un lugar sino de un
momento (un futuro perfecto calcado a los recuerdos ficticios de la infancia) y
este es el momento, no este del cual escribo sino este hoy, que es ayer. 3 Me quedaría sentado en este
lugar horas y horas acariciando la nube que dejaste, la sombra que llueve y
aviva risas espontáneas, febriles inflexiones del rostro que ya no te ve pero
te inventa con los mismos ojos que te evadieron. 4 ¿sabes de lo que hablo? Hablo
de volver al futuro, de cruzar el umbral de ese otro mundo del que vienes, de
esa caótica felicidad que llega en portugués, el idioma de los navegantes, el
idioma de los que cruzaron cabos para dar la vuelta al mundo y luego inmolarse
en ciudades como esta, pero al lado del mar. 5 Hablo de un viaje; siempre hablo
de un viaje, a la luna a Marte a África o a la costa septentrional en la que
habitan tus dulces manos. Otro continente u otro mundo, uno calcadito al que
sueño todas las noches, pero en colores. Desde hace tiempo que quiero lo de
siempre: llegar todo el tiempo llegar. Dejar de ser un extranjero o un turista,
dejar de darme vueltas en el papel y el lápiz que te dibuja en las frases que
mando a volar esperando una respuesta. 6 Necesito tocar tierra firme,
desempolvar el catalejo y fijarlo en la dirección opuesta a las huellas que
deja la madera en el mar. Ver como el
puerto desaparece, como las casas se diluyen en el oleo de los cerros, de los
bares, de los callejones, de los hombres y mujeres que se miran pero no se tocan,
que se miran y se extrañan hasta el día siguiente donde todo vuelve a empezar,
y se configura la eternidad como una fotografía mental de ese momento que
intentamos pintar o escribir para no ahogarnos en nuestro viaje.
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