martes, 16 de octubre de 2012

Una pasión, es una pasión.




Primero: Transcribo estas palabras sin tocar el papel, solo las pienso y las memorizo cuidadosamente para susurrártelas al oído.

Segundo: Son las tres de la mañana con algunos minutos, minutos que se van inmediatamente, que se descuelgan violentamente del santiamén en que los pienso.

Tercero: Estoy en una fiesta. Las luces son bajas y el aire es heladísimo, pero aún así prefiero salir de la casa. Escucho como gente que conozco y desconozco ríe animadamente cuando alguien lanza una broma que no es en doble sentido sino en triple sentido. A mí no me causa gracia la verdad de modo que prefiero hacer como que no he escuchado nada.

Cuarto: En estas circunstancias siempre ocurre lo mismo. Siento que el humo del cigarro es más espeso que las propias caladas que dan al otro extremo sus fumadores compulsivos. Huelo el olor del cigarro mezclado con el aroma del alcohol. El ron, la cerveza y sobretodo el vino con su intensa estela roja. Son esos olores los que me ubican en mi posición solitaria e incómoda, son esos olores los que me hacen recordarte –no sé por qué motivo- y me quitan la voz.

Quinto: No quisiera estar aquí me digo, aunque en honor a la verdad, nunca he estado aquí. Quisiera estar contigo, hablando contigo como de costumbre hasta la madrugada. Quisiera que estos olores que me embriagan fueran reemplazados por el tibio abrazo que imagino ahora, a las tres con cuarenta y cuatro minutos. A veces cierro los ojos haciéndoles creer que se trata del humo y mi insoportable alergia, pero los cierro solo para estar contigo y eso me hace pensar en lo que me he convertido. No dejo de creer que soy un perro romántico y no dejo de asegurar que eso no se cambia, ni ahora ni en diez años más, ni con hipnosis ni terapias en habitaciones blancas. He hablado con mis padres de un modo directo y franco, les he contado lo que ocurre y claro, se han sorprendido, mi madre se ha balanceado sobre mi y me ha abrazado, me ha dicho que ocupe la cabeza que el corazón es como un niño al que hay que educar. Le he respondido que lo sé, pero que hay edades y edades, tiempos que son fértiles y permiten una cosecha relativamente grata (he ocupado metáforas de campo, pinceladas bucólicas para no utilizar las otras que más bien se precipitan al desastre o al apocalipsis) pero yo ya pasé ese tiempo y ya no hay caso, no puedo cambiar. Le recuerdo la escena magnífica del Secreto de sus ojos, esa donde Sandoval le enseña el camino de la verdad a Esposito, la clave para descifrar el caso del asesinato de Liliana Coloto, y es una pura frase la que resume el sentido de esa búsqueda y de la vida: una pasión, es una pasión.

Sexto: Me quedo dormido en un sillón al fondo de la casa. Ya no queda casi nadie, solo un par de parejas recién formadas que intuyo, ya tenían parejas no tan recién formadas. Veo como se besan, como balbucean palabras entre risas, como podrían estar así lo que queda de la noche y al día siguiente hacer como si nunca se hubiesen conocido. Siento asco. Me he despertado mirando mi celular, he sentido la llamada invisible esa de la cual me habló un amigo. Según él, el sistema ha avanzado tanto que se ha encargado de introducirnos una memoria falsa, un virus en la cabeza que a cada tanto siente la vibración del celular en el bolsillo, y es esa necesidad, falsa o no, la que me lleva a mirar los mensajes de mi celular. Imploro para que seas tú, no sé cómo pero deberías ser tú me repito (no tan alto para no interrumpir las parejas que tengo en frente). Y sí, en efecto eres tú. El mensaje es más bien una pregunta y dice: te espero, quiero hablar contigo.
Séptimo: Pienso en el mensaje. Lo miro con lentitud de tortuga, cada letra es parte de un cifrado que he armado en la cabeza pues el mensaje no existe y yo me pregunto cómo, cómo es posible. Lo he visto, he sentido las puntadas correspondientes en el estómago, he despertado como si la habitación estuviera ardiendo, así que lo busco nuevamente, veo un listado terrible de otros mensajes, algunos avisos de deudas, los infaltables concursos que prometen millones, trivias que se asemejan a bromas de mal gusto, pero nada tuyo.

Octavo: Descubro lo obvio. El mensaje lo he inventado tal como en medio del sueño he inventado otros elementos. Los materiales de mis sueños son tuyos. Cada noche he labrado con ellos una escenografía idílica, un campo a veces, una playa cuyas costas son de una longitud extrema y un parque donde hay hombres y mujeres que han quedado congelados en el tiempo. Entonces voy entendiendo de que se trata todo esto. Los olores, los besos de otros, las palabras de mi madre, la escenita de la película. Voy entendiendo créeme, pero no es nada fácil. Nunca lo ha sido. Darse cuenta que todo conduce a ti se traduce a momentos en una pesadilla que cifro como su nombre, un pesado sueño irresoluble. Sé que estás leyendo esto, sé que he prometido decirlo en susurros en tu oído pero es más urgente la necesidad de sobrevivir, la necesidad de seguir haciendo lo mismo día a día, ya sabes, las labores y los trabajos, porque así puedo acostumbrarme un poco a vivir contigo sin estar del todo contigo.

Noveno: No desapareces. Desde hace un tiempo no desapareces. Y a veces es mejor no decir nada, no sé si me explico, a veces es mejor guardar el secreto y que los ojos hablen por si solos.

Décimo: Aunque confieso, no me vendría mal un abrazo justo ahora, a las tres con cincuenta y ocho minutos. 

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