Primero: Transcribo estas
palabras sin tocar el papel, solo las pienso y las memorizo cuidadosamente para
susurrártelas al oído.
Segundo: Son las tres de la
mañana con algunos minutos, minutos que se van inmediatamente, que se
descuelgan violentamente del santiamén en que los pienso.
Tercero: Estoy en una fiesta. Las
luces son bajas y el aire es heladísimo, pero aún así prefiero salir de la casa.
Escucho como gente que conozco y desconozco ríe animadamente cuando alguien lanza
una broma que no es en doble sentido sino en triple sentido. A mí no me causa
gracia la verdad de modo que prefiero hacer como que no he escuchado nada.
Cuarto: En estas circunstancias
siempre ocurre lo mismo. Siento que el humo del cigarro es más espeso que las
propias caladas que dan al otro extremo sus fumadores compulsivos. Huelo el
olor del cigarro mezclado con el aroma del alcohol. El ron, la cerveza y
sobretodo el vino con su intensa estela roja. Son esos olores los que me ubican
en mi posición solitaria e incómoda, son esos olores los que me hacen
recordarte –no sé por qué motivo- y me quitan la voz.
Quinto: No quisiera estar aquí me
digo, aunque en honor a la verdad, nunca he estado aquí. Quisiera estar
contigo, hablando contigo como de costumbre hasta la madrugada. Quisiera que
estos olores que me embriagan fueran reemplazados por el tibio abrazo que
imagino ahora, a las tres con cuarenta y cuatro minutos. A veces cierro los
ojos haciéndoles creer que se trata del humo y mi insoportable alergia, pero
los cierro solo para estar contigo y eso me hace pensar en lo que me he
convertido. No dejo de creer que soy un perro romántico y no dejo de asegurar
que eso no se cambia, ni ahora ni en diez años más, ni con hipnosis ni terapias
en habitaciones blancas. He hablado con mis padres de un modo directo y franco,
les he contado lo que ocurre y claro, se han sorprendido, mi madre se ha balanceado
sobre mi y me ha abrazado, me ha dicho que ocupe la cabeza que el corazón es
como un niño al que hay que educar. Le he respondido que lo sé, pero que hay
edades y edades, tiempos que son fértiles y permiten una cosecha relativamente
grata (he ocupado metáforas de campo, pinceladas bucólicas para no utilizar las
otras que más bien se precipitan al desastre o al apocalipsis) pero yo ya pasé
ese tiempo y ya no hay caso, no puedo cambiar. Le recuerdo la escena magnífica
del Secreto de sus ojos, esa donde Sandoval
le enseña el camino de la verdad a Esposito, la clave para descifrar el caso
del asesinato de Liliana Coloto, y es una pura frase la que resume el sentido
de esa búsqueda y de la vida: una pasión,
es una pasión.
Sexto: Me quedo dormido en un
sillón al fondo de la casa. Ya no queda casi nadie, solo un par de parejas
recién formadas que intuyo, ya tenían parejas no tan recién formadas. Veo como
se besan, como balbucean palabras entre risas, como podrían estar así lo que
queda de la noche y al día siguiente hacer como si nunca se hubiesen conocido.
Siento asco. Me he despertado mirando mi celular, he sentido la llamada
invisible esa de la cual me habló un amigo. Según él, el sistema ha avanzado
tanto que se ha encargado de introducirnos una memoria falsa, un virus en la
cabeza que a cada tanto siente la vibración del celular en el bolsillo, y es
esa necesidad, falsa o no, la que me lleva a mirar los mensajes de mi celular.
Imploro para que seas tú, no sé cómo pero deberías ser tú me repito (no tan
alto para no interrumpir las parejas que tengo en frente). Y sí, en efecto eres
tú. El mensaje es más bien una pregunta y dice: te espero, quiero hablar
contigo.
Séptimo: Pienso en el mensaje. Lo
miro con lentitud de tortuga, cada letra es parte de un cifrado que he armado
en la cabeza pues el mensaje no existe y yo me pregunto cómo, cómo es posible.
Lo he visto, he sentido las puntadas correspondientes en el estómago, he
despertado como si la habitación estuviera ardiendo, así que lo busco
nuevamente, veo un listado terrible de otros mensajes, algunos avisos de
deudas, los infaltables concursos que prometen millones, trivias que se asemejan
a bromas de mal gusto, pero nada tuyo.
Octavo: Descubro lo obvio. El
mensaje lo he inventado tal como en medio del sueño he inventado otros
elementos. Los materiales de mis sueños son tuyos. Cada noche he labrado con
ellos una escenografía idílica, un campo a veces, una playa cuyas costas son de
una longitud extrema y un parque donde hay hombres y mujeres que han quedado
congelados en el tiempo. Entonces voy entendiendo de que se trata todo esto.
Los olores, los besos de otros, las palabras de mi madre, la escenita de la
película. Voy entendiendo créeme, pero no es nada fácil. Nunca lo ha sido. Darse
cuenta que todo conduce a ti se traduce a momentos en una pesadilla que cifro
como su nombre, un pesado sueño irresoluble. Sé que estás leyendo esto, sé que
he prometido decirlo en susurros en tu oído pero es más urgente la necesidad de
sobrevivir, la necesidad de seguir haciendo lo mismo día a día, ya sabes, las
labores y los trabajos, porque así puedo acostumbrarme un poco a vivir contigo sin
estar del todo contigo.
Noveno: No desapareces. Desde hace
un tiempo no desapareces. Y a veces es mejor no decir nada, no sé si me
explico, a veces es mejor guardar el secreto y que los ojos hablen por si
solos.
Décimo: Aunque confieso, no me
vendría mal un abrazo justo ahora, a las tres con cincuenta y ocho minutos.
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