martes, 20 de julio de 2010

El (des)orden de las cosas.

“Es medianoche. A esta misma hora, mi hermano Charly murió en octubre de 1987. En realidad se llamaba Charles pero le decían Charly. De haber nacido por acá, hubiera jugado pichangas en alguna cancha de fútbol de barrio, o habría veraneado en esta Reñaca donde ha comenzado a volarse todo. Aquí le hubieran dicho Carlanga, Carlitos o Carlitros. Pero mi hermano no nació acá” Álvaro Bisama. Música Marciana.

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Explicación: Me llamó la atención este fragmento –que bien podrá haber sido un cuento para Santiago en cien palabras- porque dice cosas que en algún momento (imagino) todos nos hemos preguntado. Quiero decir: ¿qué pasa si yo hubiera nacido allá y no acá?

Pregunta: La misma situación surge cuando miro entre otras cosas, mis efectos personales. Qué pasa con este libro o con este disco, qué pasa con este cuadro o con este muro que sostiene heroicamente a un cuadro que está lleno de cosas y que al mismo tiempo es solo un papel en blanco esperando por esa hermeneútica instintiva que ha desarrollado el ojo. Me pregunto por los espacios y los rostros familiares, por las palabras y por el acopio de todo lo que me es posible recordar (posibilidad dada también por un asunto de azar). Y quizás desearía tener una cuenta de ahorro abultada, un pasaje de ida y vuelta a Europa, una casa de exquisitos olores a maderas nobles en el litoral central, como carta bajo la manga para esta conformidad sobre la lotería en que caí, pero lo cierto es que está bien. Estoy en el sitio donde mi cuerpo y mi cabeza se ha con convertido en la pieza de un puzle a medio terminar pero en correcto orden (que es como decir que desde el caos surge un árbol que crece y acomoda sus raíces en aquellos lugares donde no cabe ni un alfiler) y esa es mi satisfacción.

Respuesta: Encajo donde me han puesto. Donde he caído. Siento que Heidegger, a quien ya he olvidado, se rie en mi oreja. Y a más de cien kilómetros hay alguien que respira el aire puro que deja el mar y que se encontrará armando viajes para caer en otros sitios, no ya como los accidentes que fuimos, sino como las risas que descubrimos entre las incógnitas que crecieron entre decenas de otros accidentes. Una sala cuna y cintas en los brazos. Sí, como en “Érase una vez América” donde un par de mafiosos (Los dioses de Occidente o los de Oriente) alteran o juegan con lo que nos tocará: Gracias.