sábado, 31 de octubre de 2009

Nada se pierde...


zurich-1966-cartier-bresson

Nada se pierde con vivir, ensaya:


Así comienza y termina un poema memorable de Enrique Lihn. Entre medio, se desata la vida, como una aproximación al enredo probablemente, o como una construcción adoquinada y resistiendo, frágil, por su puesto.


Camino por La Alameda con un vacío en el estómago. Los hombres y mujeres que pasean y corren por allí, vestidos algunos con frac y corbata, y otros con atuendos típicos de la época, no se dan cuenta de nada, pero de algún modo, yo tampoco logro verlo. Sólo miro el cielo. Veo el gris y luego el azul profundo que me parece un héroe. Veo al sol y más tarde veo como desaparece en su trágica procesión de siempre. Subo a una micro (lo que es mi primer acto trágico) y acodado sobre un asiento a punto de ceder, abro un libro de Enrique Vila-Matas. Lo primero que me llama la atención es esa referencia nada especial y que sin embargo, me causa asombro: En el fondo los más tímidos son los más atrevidos. Me quedo pensando un rato en eso. Viajo por los umbrales que del libro se desprenden; la India, Veracruz, España, La África de las perlas y de la muerte. Siento que mi pequeña tragedia es un chiste y me río, pero lo hago con un disimulo tal, que me permita sentirme cuerdo. Al fondo un payaso hace reír a la gente evocando a distintas autoridades que en cierto sentido, son parecidas a quienes viajan en la micro. A mí, sólo me llama hijo. Su hijo Roberto. Pienso que podría haber sido un buen nombre. Fernando, tal como me llamo y me llaman (porque según mi profesor de Filosofía del colegio, decir “me llamo” es una falta a la realidad, lo que bien pensado es cierto, pero desde el lugar del cual hablo, es simplemente una precisión infundada, por cuanto también me llamo y lo hago gritándome) siento que es un nombre que se agota en la historia, entre ballonetas, espadas y ejércitos mastodónticos que pisan la tierra del sudor. Nada se pierde con vivir ensaya. Y luego los dos puntos de Lihn, luego esa disolución sobre la espera, que son los cincuenta o cien años que puede vivir un hombre, pero que nada dice sobre los veintitantos, una edad maldita, una edad que está teñida por halos de humo, cervezas y payasos que se atreven a llamar hijo a quien es probablemente indigno de ser hijo de cualquiera, cuando en la medianía de su vida estudia la posibilidad de no seguir ensayando, quizás, como un pasmoso momento alucinatorio, quizás, como una broma aun más absurda que la del payaso, quizás, como una escena de alguna película que él luego vería, pero sin mayor asombro. Y cuando yo llegue al lugar que sea que tengo que llegar, me quedaré recostado pesando en esta ínfima parada a la que nunca pretendo volver. Ya sea por precaución o por el terror que me provoca ensayar mi vida con las risas de un payaso al fondo.


viernes, 23 de octubre de 2009

Elegía

Acabo de leer un libro fabuloso. Su nombre es "Elegía" y es de Philip Roth, autor norteamericano y con una serie de libros del mismo modo fabulosos. El libro trata de la muerte, de la enfermedad y de esa "masacre" que es la vejez.


philip-roth



Me llamó la atención el final, pero yo cambiaria el concepto o por lo menos la idea que rodea al concepto, y es que del libro se deduce que lo más terrible es la nada. Yo agregaría que lo más terrible es ese pequeño tránsito que lleva a la nada. Algo así como el minuto exacto en que Robespierre dio su último grito antes de entrar por el cuello, a la nada.

martes, 20 de octubre de 2009

Estatuas de sal


No sé bien en qué consiste la espera, cuando en ella, lo único que existe es la ficción de estar a un lado y luego al otro. Eso de mirar y ser mirado por igual desde el mismo lugar. Hablo de la espera como un desdoblamiento que surge de la necesidad de mirarse el ombligo mientas la cabeza está profundamente perdida, creando estrategias que tienen que ver con la invención. Con la elaboración de máquinas perfectas que dan respuestas a las macizas cuestiones que el cerebro no encuentra. Los reflejos. Estos solo atinan a crear la maquinaria alma-corazón, que según ha quedado demostrado, miente, esconde y salvaguarda al verdadero dolor, ese que transita de un sitio a otro mientras esperamos a que todo siga, como si hubiésemos olvidado el agua o simplemente llegado al desierto con la clara convicción de hacernos polvo.