sábado, 30 de octubre de 2010

Hace tiempo.

La cabeza ladeada. Apoyada levemente en el hombro también ladeado. La otra cabeza,o propiamente lo que solemos denominar cara o rostro, mirando hacia abajo; están las cuerdas y el mástil, la guitarra clavándose en el costado de la imagen (El clavijero sale y me quiebra una costilla). Él cierra los ojos: quizás solo pestañea. Ella los junta, levemente, como acariciándose los parados con los párpados. Antes no había nada, ni risas ni penas ni gloria ni derrotas. Se ve sobre una mesa de mantel cuadriculado (blanco y verde) una botella, es una cerveza barata a medio consumir. El fondo es tan negro que da miedo, solo un farol a lo lejos desata el nudo que en el fondo es la luz.

martes, 20 de julio de 2010

El (des)orden de las cosas.

“Es medianoche. A esta misma hora, mi hermano Charly murió en octubre de 1987. En realidad se llamaba Charles pero le decían Charly. De haber nacido por acá, hubiera jugado pichangas en alguna cancha de fútbol de barrio, o habría veraneado en esta Reñaca donde ha comenzado a volarse todo. Aquí le hubieran dicho Carlanga, Carlitos o Carlitros. Pero mi hermano no nació acá” Álvaro Bisama. Música Marciana.

fotos

Explicación: Me llamó la atención este fragmento –que bien podrá haber sido un cuento para Santiago en cien palabras- porque dice cosas que en algún momento (imagino) todos nos hemos preguntado. Quiero decir: ¿qué pasa si yo hubiera nacido allá y no acá?

Pregunta: La misma situación surge cuando miro entre otras cosas, mis efectos personales. Qué pasa con este libro o con este disco, qué pasa con este cuadro o con este muro que sostiene heroicamente a un cuadro que está lleno de cosas y que al mismo tiempo es solo un papel en blanco esperando por esa hermeneútica instintiva que ha desarrollado el ojo. Me pregunto por los espacios y los rostros familiares, por las palabras y por el acopio de todo lo que me es posible recordar (posibilidad dada también por un asunto de azar). Y quizás desearía tener una cuenta de ahorro abultada, un pasaje de ida y vuelta a Europa, una casa de exquisitos olores a maderas nobles en el litoral central, como carta bajo la manga para esta conformidad sobre la lotería en que caí, pero lo cierto es que está bien. Estoy en el sitio donde mi cuerpo y mi cabeza se ha con convertido en la pieza de un puzle a medio terminar pero en correcto orden (que es como decir que desde el caos surge un árbol que crece y acomoda sus raíces en aquellos lugares donde no cabe ni un alfiler) y esa es mi satisfacción.

Respuesta: Encajo donde me han puesto. Donde he caído. Siento que Heidegger, a quien ya he olvidado, se rie en mi oreja. Y a más de cien kilómetros hay alguien que respira el aire puro que deja el mar y que se encontrará armando viajes para caer en otros sitios, no ya como los accidentes que fuimos, sino como las risas que descubrimos entre las incógnitas que crecieron entre decenas de otros accidentes. Una sala cuna y cintas en los brazos. Sí, como en “Érase una vez América” donde un par de mafiosos (Los dioses de Occidente o los de Oriente) alteran o juegan con lo que nos tocará: Gracias.

lunes, 14 de junio de 2010

El horror.

Empiezo a escribir esto a las 3:20 a.m. Hoy es lunes y mañana es lunes.

Empiezo a escribir no por que quiera escribir, lo hago en cambio por necesidad y en este caso, como en tantos otros, la necesidad se asimila a la desesperación, al temor; al horror. He visto como mi celular apoyado sobre una repisa de mi pieza, ha comenzado a levitar. Luego fue la propia repisa. Se encorvaba y se fundía con el azul triste de mis muros. Claro: me dio risa y luego miedo.

Estoy enfermo, teóricamente tengo fiebre y teóricamente también, estoy resfriado como lo he estado pocas veces. Es el frio dicen algunos y es el calor dicen otros, los más sin embargo, apuntan a que se trata de ambas cosas, “los cambios de temperatura” dicen y yo me lo creo. Esa es mi teoría favorita. Pero ¿se puede sostener cuando has visto a tu celular volar? Yo creo que no. Entonces aparece un cambio distinto, una respuesta que conecta con algunos síntomas. Con la tricotilomanía por ejemplo o con mi incapacidad ya crónica, para terminar lo que empiezo.

Y he dejado de leer. Y he dejado de escribir. He dejado de soñar y de conversar. Toco mi guitarra o mi teclado y a veces anoto un par de frases sueltas para una canción, pero ojo, que cuando digo “anoto” solo me refiero a un gesto espontáneo e imaginario que se inscribe y escribe en el aire como las volutas de humo que vi hace poco en la portada de un disco de Cerati. Pobre Cerati.

No ha sido un buen año. Me estoy volviendo loco. Pienso en ansiolíticos y por primera vez me suena cuerda la palabra terapia o psicoanálisis. Ya no tiene que ver con un chiste de Woody Allen ni una maniobra snob para llegar a Freud. Tiene que ver con estar en paz, dejar de tirarme los pelos de la cara y coleccionar autores y títulos en mi pequeña biblioteca. Quizás no lo entiendas, pero ellos y tú me mantienen cuerdo: son los únicos que me escuchan y son los únicos a los que puedo y quiero escuchar.

Y he tardado más de un mes en dar vuelta ciento veinte miserables páginas de un librito de Andrés Neuman. Al principio le eché la culpa al estilo medio forzado e impostado del tema y también de la prosa. No me encajaba que un escritor argentino contemporáneo y joven escribiese una novela como si fuese Flaubert o Balzac, pero cuando probé con Teitelboim o con Paz Soldán e incluso con Rushdie, con el mismo pobre resultado, caí en la cuenta que la tierra me estaba tragando de a poco. Ahora ya casi los perdí a todos. Te perdí a ti. Los perdí a ellos. Me perdí a mi.

Practico por lo tanto, un pequeño ejercicio para principiantes del catálogo de Czerny, un ejercicio simple que de cualquier modo me cuesta. Voy bien. Hago encajar las notas de ambas claves con la coordinación de ambas manos y sin embargo a medio camino me detengo. Siempre llego hasta el mismo lugar. Me conecto a internet, tipeo direcciones de periódicos online, me meto al facebook, bajo discos de bandas indies y a veces, como ahora, me distraigo con la idea de que algún día podré tocar un nocturno para ti. ¿Qué más hago? Obviamente miro el techo y en la lucha por dormir veo como mi celular vuela.

Me dan ganas de mandar todo a la mierda. Ya no quiero ser profesor, ni quiero tener que levantarme a las seis y luego llegar a las ocho de la noche a mi casa. No quiero tener que subir al metro y aguantarme el codo de alguien en una costilla. No quiero pensar en todo lo que debería pensar y menos en todo lo que debería hacer. Me gustaría –como todos en su sano juicio- hacer de esto algo más fácil. Un loto o un golpe de suerte y asegurar el futuro o por lo menos el presente. Y es que ya no se trata de dinero. Se trata de tiempo, de tranquilidad, de paz, de no cruzar esta línea que veo cada vez más cerca y que tiene que ver con la frustración o con una vejez prematura -esa vejez que es la muerte de algo muy complicado de explicar pero que se siente como una puntada en la espalda cada mañana- que me impide moverme.

Siempre hay algo porque quejarse. Que no hay plata, que no hay tiempo libre, que no hay tranquilidad, que no hay amor, que no hay suerte, que no hay respeto, etc. Siempre hay algo. Pero yo ya ni me quejo. Solo me hablo y –si me lees- te hablo de las cosas que me pasan. Afuera por ejemplo, cuando ya son las 3:35, suena la sirena de una ambulancia que de seguro lleva a alguien que sí está en todo su derecho de quejarse. En cambio yo te hablo y lo hago desde esta oscuridad interrumpida por la pantalla del computador que en cualquier momento se une al celular y se eleva hasta el techo.

Así están las cosas. Si fuera niño, te pintaría un dibujo con un hombre de palitos en medio de un salón gigante pintado con un azul marino y gris, y rodeado por centenares puntos rojos. Sobre él, sobre el salón, la noche. Dime como ese hombre de palitos sale de ese salón enorme sin sentir que afuera no hay nada, excepto el mismísimo vacío, que es en este caso, la noche que cierra al dibujo.

gato

miércoles, 2 de junio de 2010

Viaje.

atardecer2

“He desarrollado un amor meticuloso por toda y cada una de sus cosas. Por eso me gusta tanto hacerle la maleta y cargar con ella como el dueño de un tesoro. El amor es tan real como el resto de las cosas imaginadas. Como el calor que uno siente mirando el nombre de las ciudades en las que nunca ha estado. Como el mar en los mapas o las pesadillas de los astronautas.”  Ray Loriga, Tokio ya no nos quiere.

martes, 1 de junio de 2010

No estaré aquí.

 

profecia

A mi izquierda un teclado que no sé tocar. A mi derecha una guitarra que se tocar y que no sé tomar.  En mis manos un vacío que se mira pero no se toca.

lunes, 31 de mayo de 2010

Track 15 - Disco : Rioct Act.

nodejadellover

El mensaje de texto decía: Todo se Acabó.

Inevitablemente me pregunté que significaba “todo se acabó”

Se acabaron las películas de Woody Allen, los paseos en el parque, las hamburguesas de Mc Donalds, los viajes en verano, los viajes en invierno, el puerto y la calle Ecuador, el paseo Atkinson, la luna y las estrellas, las canciones de Pearl Jam o las de Radiohead o las de Damien Rice, los chocolates con forma de bolitas, las pizzas delgadas y las papas fritas con mayonesa, los viajes pegados a la ventana, las rutas y los mapas, las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes de texto y las señales, las cosquillas en los labios, los pies frios, los desayunos en la cama, los libros en el persa, las disputas sin sentido, los celos, las miradas, las esperas y los encuentros, la mentira, la verdad, los engaños y los desengaños, las tardes rojas , Santa Rosa hirviendo, los barcos a lo lejos, la cola de la micro y el viaje en la micro, las ocho en punto, calle San Isidro-Carmen o Santa Lucía, el Biografo, Lastarria o La Moneda, el te en una jarra, los pacientes a deshora, los limones en el árbol, el perro en su alegría, el perro rasguñando, el negocio y los helados, la tele en la pieza, las películas traducidas, las tías y los tíos, las pruebas sin puntaje, las canciones mal cantadas, la guitarra, el gato en la luna, los aros, los jugos naturales, las fotos a cualquier hora, los tres pisos, las ovejas en un bote, el gato y la cafetera, la música corriendo tras el beso incansable, las partituras en el muro, Chinoy en una esquina, la cerveza bien helada y el vaso congelado, los extravíos en el centro, las rosas por sorpresa, los pasteles desarmados, el abrazo bien armado, Manuel Montt, Bilbao, Parque O’higgins, La Alameda, el café en las rocas, las fotos al fin impresas, las notitas escondidas, los recortes de revistas, los cuadernos, las libretas, la tempera y la cola fría, la luz en los ojos, los masajes trasnochados, los labios y la oreja, la oreja y los versos, los versos y los ojos, los discos rearmados, la visita al estadio, los asados solitarios, las parrillas mal armadas, la teleserie a lo lejos, las noticias despertando, “la ciudad mentalizada”…

Mejor pienso en que quedó.

Llamadas Telefónicas.

sueño

Uno: Pienso en llamar o en no llamar y luego pienso en cortar o no cortar.

Dos: Ha sido el día más helado del año. Me dolían los huesos, extrañé mi tazón de café y me compré una barra de chocolate amargo que termino dándome náuseas. Ahora estoy acostado, escribo desde mi cama y mi alegra que a la semana le queden solo tres días y no cinco. Mañana me alegraré un poquito más. Serán dos.

Tres: Así se llama un poemario de Bolaño: Tres. Y Bolaño no era buen poeta, pero ese poemario trae buenos poemas, esencialmente uno que acabo de leer. Creo que todos los poemas que tienen que ver cercana o meridianamente con la lluvia, están destinados a ser buenos poemas. “No tenemos dinero, pero tenemos lluvia” diría Bukowski. Una lluvia de cerveza.

Cuatro: Hoy me costó Levantarme. Simplemente no quería ir al colegio (lo siento, si a alguien hiero con este comentario, permítame la licencia del cansancio) y hacerlo poniendo un pie en el suelo a las 5:45 a.m. me parece una tortura tan grande como fue la batalla de la Somme para los alemanes. Obviamente dramatizo ¿Qué se yo de la guerra y sus campañas?

Cinco: Hay cosas que rescato. Un par de sonrisas, las respuestas correctas de un puñado de estudiantes, las conversaciones relajadas y fuera de protocolo con otro profesor de historia, las canciones gruesas –y delicadas al mismo tiempo- de My Morning Jacket, y el momento en que sueño despierto con el mirador del Parque Nacional Cucao, el cual recuerdo desde adentro y desde afuera como si tuviera la posibilidad de mirar los recuerdos desde otro y desde mi. Pero no es metáfora: así fue. Un día miré desde arriba y vi árboles y otro día miré desde abajo y me vi en medio de esos árboles. Arriba, el mirador me miraba como un sonámbulo feliz.

Seis: Pienso en llamar. No es tan difícil, después de todo dudo que me contesten.

domingo, 23 de mayo de 2010

Frío.

La frecuencia de la escritura disminuye y me digo: es natural. La lectura por su parte, ronda el mismo círculo pasmoso y me digo, con la misma resignación: es natural.

desesperación

Leo un libro de Loriga y uno de Neuman y entre medio surge el aviso enervante de otro librito que dejé en el bolso a medio “consumir”. No es literatura pienso, no es una historia inventada por alguien entre cuatro paredes, asi que puede esperar. La realidad o en este caso el pasado, puede esperar.

En el libro de Loriga hay frases increíbles. Algunas serpentean el abismo y otras sencillamente caen en él. Es un buen libro, uno de los mejores que he leído este año. Me recuerda a Bufalo 66 o directamente a Vicent Gallo. Probablemente se trate del parecido físico entre Ray Loriga con Gallo, más que a un asunto de cánones.

Es un tópico superficial el que entra en mi análisis, pero en eso estamos  ¿Qué no viene a ser superficial hoy en día? Así que me pongo en onda a pesar de en este preciso momento me salga de onda y por el contrario escriba en plan “diario de vida” y escuche las cuatro sinfonías de Carl Stamitz. Una contradicción esto de estar en onda y escribir.

“Lo único que puedo decirle es que parte de lo que debería haber olvidado sigue aquí y que mientras uno se vuelve loco apagando nuevos incendios son los viejos incendios los que reviven con la fuerza de las imágenes de las viejas películas.”

Esa es una de las frases que subrayé del libro de Loriga. Fabulosa, sin duda. En esa misma página tengo tres notas sobre otras tres frases igualmente fabulosas y así, el libro esta repleto. Se trata de seguir una hilera de hormigas y llegar al sitio desde donde salen y entran todas ellas. ¿Cuál es ese lugar? El caos. Acércate y verás.

Sigo metido en unos pensamientos que en el mejor de los casos reflejan los pasajes intermedios de la cuarta de sinfonía de Stamitz, pensamientos que tienen que ver con mi resfrío, con mi estadía interminable en mi cama, con la lluvia, con un par de fotos de Tomé que vi accidentalmente esta mañana y por supuesto, con un desamparo del cual debo hacerme cargo.

El oído es algo tremendamente subjetivo y la música solo es una alteración de ese estado. Oigo este silencio del cual tanto hemos hablado, dos veces por segundo y ciento veinte veces por minuto. Luego la frecuencia de los latidos disminuye y me digo: es natural.

sábado, 8 de mayo de 2010

Gris

tren2

Te miras al espejo y encuentras que tu pelo revuelto ya no es más una muestra inequívoca de rebeldía. Piensas que te ves estúpido, que ese peinado de genio aletargado es sólo un pastiche ridículo dictado por tu subconciente. Te acuerdas de tus libros, de tu repisa henchida de papeles y letras impresas por hombres y mujeres que nada tenían que ver con esas letras. Lo has atesorado todo. Si tuvieras que vender algo, digamos por hambre, por salud, o porque de pronto surge desde una nube mortecina la silueta del mismísimo demonio, lo único que no venderías serían tus libros y tu guitarra de madera. El resto, incluido tu computador y tu bienes más superfluos (pero gozosos) estarían en primera fila esperando por cruzar la puerta de tu intimidad. Solo tienes tus libros y tu guitarra, repites con esa vocecita insoportable que te empuja desde el fondo de tu cerebro, allí donde piensas, reside el verdadero lugar de la lengua. Miras tus ojos y de paso tus ojeras. Naciste con ellas, no son producto ni de la resaca ni de los horarios infames de trabajo a los cuales, como profesor estas sometido. Crees que tiene que ver con tus raíces, medio árabes, medio españolas, medio indígenas, medio italianas; la combinación perfecta del cansancio. Y quieres descansar, sueñas en este mismo momento con una casa frente al litoral central, más por un asunto estético que por uno práctico. Resulta que algún día imaginaste –sobretodo después de leer a Tabuchi- que la inspiración (eso que por lo demás nunca has experimentado) surge desde el mar. Te acuerdas de Neruda, de Huidobro, de Bolaño y de su Blanes, de Fante y de su California ahogándose en el Pacífico, y sientes que las pruebas son contundentes: De allí surgen los párrafos torrentosos. Pero ¿Quién soy yo? Te preguntas, y esta vez va en serio, no es retórica ni esnobismo, es una duda abierta. Mucitas algo que luego decides repensar. Te sientes imbécil haciendo ese ejercicio frente a un espejo, pero más imbécil te resulta la idea de censurarte cuando no hay nadie en casa, de modo que sigues adelante, tú y tus “cosas”. Pero te resulta imposible. No puedes hacerlo y cada vez que das con una definición aproximada, aparecen los otros. “ay ese Marx” murmuras, “ay ese Aristóteles”, como si ellos hubiesen sido los únicos en darse cuenta que no estamos solos. Es cuestión de referencias. Y caes en los otros como imagino caen todas las cosas en algo que las impulsa y luego en algo que las extermina. Ahora es cosa de física. Fuerza. ¿Quién me movió? Inquieres mientras revuelves ese el café en tu tazón gigante (estilo Friends en su Central Perk) y surge una carta desesperada que escribiste hace unos siete años atrás, una carta que hablaba del desapego, el tiempo, la valentía y la cobardía, el frio, el futuro y sobretodo, la lluvia, como si ya no fuera suficiente con hablar del frio y la cobardía. Entonces, te acordabas del café a pito de no se qué metáfora taciturna, y te dabas vuelta en eso o bien, elegías dar vuelta el café y resumir el mensaje con la idea de que el tiempo se acababa y te consumía. Lo que se consume, previamente arde. Y a ti ¿Quién te movió? ¿quién te hizo arder? Te preguntas a la vez que recuerdas esa frase cobaniana pre-suicidio y solo atinas a recordar los “buenos viejos tiempos” para quedarte con la sonrisa en la boca. Tú en tu pieza desorbitada y ella, en su playa infinita.

viernes, 2 de abril de 2010

Un pedacito de historia.

 revelacion

‘En un Estado como el nuestro, cada cual tenía su papel asignado: Tú, víctima, y Tú, verdugo; y nadie podía escoger, a nadie le pedían permiso para nada, pues todos eran intercambiables, las víctimas y los verdugos. Ayer habíamos matado a hombres judíos, mañana mataríamos a mujeres y niños, y pasado mañana a otros, y a nosotros, cuando hayamos cumplido con nuestro papel, nos sustituirán. Alemana, por lo menos, no liquidaba a sus verdugos; antes bien, los cuidaba, a diferencia de Stalin con esa manía suya de las purgas; pero eso también estaba dentro de la lógica de las cosas. Ni para nosotros ni para los rusos contaba en absoluto el hombre; la Nación y el Estado lo eran todo y, en ese sentido, nuestras dos imágenes eran un reflejo mutuo. También os judíos tenían ese fuerte sentimiento de comunidad, de Volk: lloraban a sus muertos, los enterraban si podían y rezaban el kaddish; pero mientras quedaba uno vivo, Israel vivía. Seguramente por eso eran nuestros enemigos por excelencia, se nos parecían demasiado’ Jonathan Littell, Las benévolas. pág. 109.

domingo, 21 de marzo de 2010

Junio

abrigo 

Ciertamente necesito algo de novela negra. Mankell o algún prototipo de noruego ávido de callejuelas y abrigos largos. Si no encuentro nada de eso, buscaré algo de Frank Miller en blanco y negro para imaginar que ya estamos en junio y en lugar de este calor obsceno, una ciudad entera se limpia cómodamente bajo el agua.

sábado, 20 de marzo de 2010

Sir Charles Atkins y su desafortunada travesía en el Zambeze


Estaba escribiendo un cuento de un antropólogo británico que como Livingstone, se perdía en las cercanías del Zambeze cuando sentí que no tenía claro como seguiría la historia. Me paré del escritorio, tomé agua, lavé y me comí un durazno, y me volví a sentar frente a mi cuaderno azul. Intenté seguir escribiendo, pero sin resultados. Me volví a parar y esta vez me fui a lavar los dientes. El sabor del durazno era más intenso de lo que creía y de haber continuado en mi boca, solo habría conseguido llevarme a comer una docena de ellos. Cuando regresé, ya con mi boca con gusto a pasta de dientes intenté retomar el relato de Sir Charles Atkins, el viejo antropólogo perdido en medio de África. Pero no pude y lo único que conseguí fue acordarme de ella, del olor de su pelo, de sus ojos y de todo lo que podríamos estar haciendo en Viña del Mar, que para casos de extravíos y posteriores encuentros, es el mejor lugar para perderse.

lunes, 15 de marzo de 2010

En Tomé


Prendía la tele y estaban pasando la misma telenovela deslavada y mañida, tramas saturadas de clínicas, cárceles, cocinas y mansiones de mármol. Luego estaba el supernintendo; Street Fighter, Mario Bross, International Super Star Soccer y el interminable Megaman X. Las pichangas, las salidas al cerro y la pesca compulsiva de pejerreyes en el muelle Bellavista. Los días por lo general eran grises, en principio por la niebla natural del mar y luego por ese clima tan incorregible que tiene el sur, y cuando no estaban los amigos y se habían agotado los pasatiempos privados, surgieron los comics, las historietas y en último lugar los libros. Vino Batman después de Batman, Alien y la fascinación por las ilustraciones de Image y Norma. Ahora, estoy en las mismas: tengo una ciudad gris, no está mi polola, se me acabaron los libros, pero han aparecido los dibujos y las viñetas. Joe Madureira me sonríe.

lunes, 8 de marzo de 2010

Hipocentro


En tres tristes tiempos, tuve la sensación de flotar, medio despierto y medio descordado, entre los ecos del último gran terremoto de nuestro ya terremoteado país. Leí en un pequeño diario-pasquín capitalino gratuito, que el rasgo psicológico más constante en casos como estos (sentimiento de estar dentro de una película apocalíptica o en la bajada ancestral al hipocentro del destierro) es el de sentir que a cada rato la tierra se mueve y sí, efectivamente, viviéndolo a la inversa –como flashback de director de cine mexicano en picada de mescal- anoche, mientras por los vacios de mi ventana inexistente entraba un viento espantoso que movía y hacía sonar la puerta de mi pieza, creí que -a eso de por sí desagradable y perturbador- se le sumaba el ínterin maniático de esta esquizofrenia o parquinson terrícola. Me acordé de cuando era niño y dormitaba en una pieza de madera que crujía a cada rato, según me explicaba mi papá, por el tema de las contracciones frio y calor, todo en plan gelifracción y balbuceos físico-químico-cuánticos, y que visto a la distancia, pierden razón cuando el asunto se resuelve en la oscuridad y con una imaginación precedida por los más diversos comics y películas yankees. Anoche surgió lo mismo. Miré la tele y luego mi lámpara, y todo estaba quieto. Imaginé que afuera los perros corrían en círculos y en alguna esquina asomaba el rostro de un hombre con facciones de ave de rapiña, y escondido entre los postes a medio caer, husmeaba entre ventanales y puertas mal cerradas. Una historia absurda. Un lapsus despreciable que sin embargo, me tuvo medio desvelado. Pensé en la escena de una película británica donde un enano que interpretaba a un bufón moría baleado en una calle de Brujas. Pensé en los colores, en el brillo horroroso del agua sobre los adoquines y en las ánforas monumentales bajo el alero de las catedrales godas. Tuve la sensación de pánico y ansiedad, ese estado pétreo que cala en la piel y llama a las arañas imaginarias que lo cubren todo. Bretón cargaba un saco de papas en el centro de Santiago, cruzaba callejuelas insalubres y hablaba de sus sueños con otro que como él, había escrito en los roneos de las Ardenas antes de que todo se viniera abajo. Bretón y su estela mental de vuelta en la pesadilla que ha sido el Chile baleado y zarandeado como el enano de la calle belga, como la prostituta que Joseph Roth ve en las calles de Alemania y que de pronto, entiende como la muerte. Un texto negro que se pone de pie y camina. Los brazos, la cabeza llena de culebras (no las serpientes griegas, sino solo las ridículas culebras de un campo en San Fernando) y el espesor propio del abobe que germina en puntos inconexos al borde de una cama y un ronquido que cuelgan hacia el abismo.

jueves, 4 de febrero de 2010

La gira del presidente Balmaceda al norte: o el viraje de la sociedad chilena a fines del siglo XIX.



Que un presidente de Chile haga una gira al extranjero no es ninguna novedad y que ese mismo presidente haga otra gira, pero dentro de nuestro país, ni siquiera cabe como consideración valida de asombro: es natural. Sin embargo, hace cien años no era lo mismo y de ello da cuenta Rafael Sagredo en su libro “La gira del presidente Balmaceda al norte”. El libro que ha simple vista podría parecer una bitácora de viaje recauchada, cuenta con una interpretación bastante rica y ceñida a una buena decena de fuentes que dan cuenta del itinerario del Balmaceda a la luz de un escenario entusiasta y adverso a ratos (la gira comienza en 1889, pero ya comenzaban a surgir divergencias en el seno de la oligarquía) y una comitiva excepcional que tenía la misión de seguir como una maquinaria omnímoda cada gesto del entonces presidente de Chile, siendo está, una herramienta de validación de su gestión, toda vez que era intrínsecamente un instrumento de propaganda política. El viaje resulta crucial. Es en esta gira a las provincias del norte –esencialmente a las nuevas provincias del norte- donde se fraguarán los elementos característicos de la política interventora de Balmaceda; su firme deseo de nacionalizar la producción de salitre, las obras públicas que debían llevarse a cabo –sobretodo en materia de comunicaciones y transporte- y comenzar al fin, con un proceso de industrialización efectivo. El libro se ubica entonces en esta coyuntura decisiva pero incipiente, y a través de los discursos de Balmaceda y de las informaciones que entregaban los periódicos y medios de la época, tanto opositores como afines al gobierno, se da cuenta de un proyecto que comenzaba a hacer eco en sectores más conservadores del patriciado chileno.

El libro resulta también un registro indispensable del fértil terreno de la historia de la vida cotidiana e incluso de la historia de las mentalidades. En sus casi doscientas páginas, se da cuenta de un modo de ser en el que se traslucen claramente las características de la configuración social de la época, entiendo por ellas, características que dan cuenta del barniz que cubre a la tradicional visión tripartita de nuestra sociedad. Hace poco leí en el segundo tomo de la historia contemporánea de Chile de Salazar y Pinto, que para entonces la clase media a pesar de estar en proceso de expansión (debido justamente a la anexión de nuevos territorios y con ello a la ampliación del aparato burocrático) vive finalmente un parto interrumpido, una gestación trunca a causa de la fatalidad que cubrió justamente, aquellas expectativas de desarrollo local, familiar e individual, en sectores que siendo originarios de las clases populares, pretendían a través del auge del salitre y en definitiva el desarrollo minero, alcanzar una movilidad social ascendente y debido a la consolidación de un escenario centro-periferia a nivel internacional, como a un agotamiento lógico de la prosperidad minera, volvieron a pauperizarse. Esto resulta ilustrativo en el texto. Están por ejemplo, aquellas manifestaciones de arribismo y siutiquería en las recepciones a la comitiva de Balmaceda, que ya explicitase Pinto en su análisis de nuestra clase media. Las competencias por el orden en que aparecían las distinguidas damas de estas sociedades provinciales en los cotilleos “institucionales” , dan cuenta de una expansión sintomática en la alborada de esta clase media momentánea.

El viaje de Balmaceda comienza con un despliegue ceremonial gigantesco y sin embargo, de vuelta en Valparaíso parece agonizar, quizás por cansancio, quizás por el tardío regreso al puerto, del mismo modo, al comienzo los medios califican la gesta como una muestra sincera y práctica de parte del ejecutivo para conocer los problemas reales de las provincias visitadas. El viaje es bienvenido. Ya de vuelta en la zona central, el escenario es otro. Se levantan firmes las voces que condenarán y entramparan la obra de Balmaceda, y comenzará el último tramo del duro quinquenio de Balmaceda. Se hace manifiesta entonces, aquella división (teórica por supuesto) que postulaba también Luis Vitale en su clásica Interpretación marxista de la historia de Chile. Una división que da cuenta de un antes y un después, de un Balmaceda moderado y uno fuerte, de un Balmaceda que sigue los derroteros liberales de sus antecesores y uno, que finalmente planteará reformas profundas.