lunes, 31 de mayo de 2010

Track 15 - Disco : Rioct Act.

nodejadellover

El mensaje de texto decía: Todo se Acabó.

Inevitablemente me pregunté que significaba “todo se acabó”

Se acabaron las películas de Woody Allen, los paseos en el parque, las hamburguesas de Mc Donalds, los viajes en verano, los viajes en invierno, el puerto y la calle Ecuador, el paseo Atkinson, la luna y las estrellas, las canciones de Pearl Jam o las de Radiohead o las de Damien Rice, los chocolates con forma de bolitas, las pizzas delgadas y las papas fritas con mayonesa, los viajes pegados a la ventana, las rutas y los mapas, las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes de texto y las señales, las cosquillas en los labios, los pies frios, los desayunos en la cama, los libros en el persa, las disputas sin sentido, los celos, las miradas, las esperas y los encuentros, la mentira, la verdad, los engaños y los desengaños, las tardes rojas , Santa Rosa hirviendo, los barcos a lo lejos, la cola de la micro y el viaje en la micro, las ocho en punto, calle San Isidro-Carmen o Santa Lucía, el Biografo, Lastarria o La Moneda, el te en una jarra, los pacientes a deshora, los limones en el árbol, el perro en su alegría, el perro rasguñando, el negocio y los helados, la tele en la pieza, las películas traducidas, las tías y los tíos, las pruebas sin puntaje, las canciones mal cantadas, la guitarra, el gato en la luna, los aros, los jugos naturales, las fotos a cualquier hora, los tres pisos, las ovejas en un bote, el gato y la cafetera, la música corriendo tras el beso incansable, las partituras en el muro, Chinoy en una esquina, la cerveza bien helada y el vaso congelado, los extravíos en el centro, las rosas por sorpresa, los pasteles desarmados, el abrazo bien armado, Manuel Montt, Bilbao, Parque O’higgins, La Alameda, el café en las rocas, las fotos al fin impresas, las notitas escondidas, los recortes de revistas, los cuadernos, las libretas, la tempera y la cola fría, la luz en los ojos, los masajes trasnochados, los labios y la oreja, la oreja y los versos, los versos y los ojos, los discos rearmados, la visita al estadio, los asados solitarios, las parrillas mal armadas, la teleserie a lo lejos, las noticias despertando, “la ciudad mentalizada”…

Mejor pienso en que quedó.

Llamadas Telefónicas.

sueño

Uno: Pienso en llamar o en no llamar y luego pienso en cortar o no cortar.

Dos: Ha sido el día más helado del año. Me dolían los huesos, extrañé mi tazón de café y me compré una barra de chocolate amargo que termino dándome náuseas. Ahora estoy acostado, escribo desde mi cama y mi alegra que a la semana le queden solo tres días y no cinco. Mañana me alegraré un poquito más. Serán dos.

Tres: Así se llama un poemario de Bolaño: Tres. Y Bolaño no era buen poeta, pero ese poemario trae buenos poemas, esencialmente uno que acabo de leer. Creo que todos los poemas que tienen que ver cercana o meridianamente con la lluvia, están destinados a ser buenos poemas. “No tenemos dinero, pero tenemos lluvia” diría Bukowski. Una lluvia de cerveza.

Cuatro: Hoy me costó Levantarme. Simplemente no quería ir al colegio (lo siento, si a alguien hiero con este comentario, permítame la licencia del cansancio) y hacerlo poniendo un pie en el suelo a las 5:45 a.m. me parece una tortura tan grande como fue la batalla de la Somme para los alemanes. Obviamente dramatizo ¿Qué se yo de la guerra y sus campañas?

Cinco: Hay cosas que rescato. Un par de sonrisas, las respuestas correctas de un puñado de estudiantes, las conversaciones relajadas y fuera de protocolo con otro profesor de historia, las canciones gruesas –y delicadas al mismo tiempo- de My Morning Jacket, y el momento en que sueño despierto con el mirador del Parque Nacional Cucao, el cual recuerdo desde adentro y desde afuera como si tuviera la posibilidad de mirar los recuerdos desde otro y desde mi. Pero no es metáfora: así fue. Un día miré desde arriba y vi árboles y otro día miré desde abajo y me vi en medio de esos árboles. Arriba, el mirador me miraba como un sonámbulo feliz.

Seis: Pienso en llamar. No es tan difícil, después de todo dudo que me contesten.

domingo, 23 de mayo de 2010

Frío.

La frecuencia de la escritura disminuye y me digo: es natural. La lectura por su parte, ronda el mismo círculo pasmoso y me digo, con la misma resignación: es natural.

desesperación

Leo un libro de Loriga y uno de Neuman y entre medio surge el aviso enervante de otro librito que dejé en el bolso a medio “consumir”. No es literatura pienso, no es una historia inventada por alguien entre cuatro paredes, asi que puede esperar. La realidad o en este caso el pasado, puede esperar.

En el libro de Loriga hay frases increíbles. Algunas serpentean el abismo y otras sencillamente caen en él. Es un buen libro, uno de los mejores que he leído este año. Me recuerda a Bufalo 66 o directamente a Vicent Gallo. Probablemente se trate del parecido físico entre Ray Loriga con Gallo, más que a un asunto de cánones.

Es un tópico superficial el que entra en mi análisis, pero en eso estamos  ¿Qué no viene a ser superficial hoy en día? Así que me pongo en onda a pesar de en este preciso momento me salga de onda y por el contrario escriba en plan “diario de vida” y escuche las cuatro sinfonías de Carl Stamitz. Una contradicción esto de estar en onda y escribir.

“Lo único que puedo decirle es que parte de lo que debería haber olvidado sigue aquí y que mientras uno se vuelve loco apagando nuevos incendios son los viejos incendios los que reviven con la fuerza de las imágenes de las viejas películas.”

Esa es una de las frases que subrayé del libro de Loriga. Fabulosa, sin duda. En esa misma página tengo tres notas sobre otras tres frases igualmente fabulosas y así, el libro esta repleto. Se trata de seguir una hilera de hormigas y llegar al sitio desde donde salen y entran todas ellas. ¿Cuál es ese lugar? El caos. Acércate y verás.

Sigo metido en unos pensamientos que en el mejor de los casos reflejan los pasajes intermedios de la cuarta de sinfonía de Stamitz, pensamientos que tienen que ver con mi resfrío, con mi estadía interminable en mi cama, con la lluvia, con un par de fotos de Tomé que vi accidentalmente esta mañana y por supuesto, con un desamparo del cual debo hacerme cargo.

El oído es algo tremendamente subjetivo y la música solo es una alteración de ese estado. Oigo este silencio del cual tanto hemos hablado, dos veces por segundo y ciento veinte veces por minuto. Luego la frecuencia de los latidos disminuye y me digo: es natural.

sábado, 8 de mayo de 2010

Gris

tren2

Te miras al espejo y encuentras que tu pelo revuelto ya no es más una muestra inequívoca de rebeldía. Piensas que te ves estúpido, que ese peinado de genio aletargado es sólo un pastiche ridículo dictado por tu subconciente. Te acuerdas de tus libros, de tu repisa henchida de papeles y letras impresas por hombres y mujeres que nada tenían que ver con esas letras. Lo has atesorado todo. Si tuvieras que vender algo, digamos por hambre, por salud, o porque de pronto surge desde una nube mortecina la silueta del mismísimo demonio, lo único que no venderías serían tus libros y tu guitarra de madera. El resto, incluido tu computador y tu bienes más superfluos (pero gozosos) estarían en primera fila esperando por cruzar la puerta de tu intimidad. Solo tienes tus libros y tu guitarra, repites con esa vocecita insoportable que te empuja desde el fondo de tu cerebro, allí donde piensas, reside el verdadero lugar de la lengua. Miras tus ojos y de paso tus ojeras. Naciste con ellas, no son producto ni de la resaca ni de los horarios infames de trabajo a los cuales, como profesor estas sometido. Crees que tiene que ver con tus raíces, medio árabes, medio españolas, medio indígenas, medio italianas; la combinación perfecta del cansancio. Y quieres descansar, sueñas en este mismo momento con una casa frente al litoral central, más por un asunto estético que por uno práctico. Resulta que algún día imaginaste –sobretodo después de leer a Tabuchi- que la inspiración (eso que por lo demás nunca has experimentado) surge desde el mar. Te acuerdas de Neruda, de Huidobro, de Bolaño y de su Blanes, de Fante y de su California ahogándose en el Pacífico, y sientes que las pruebas son contundentes: De allí surgen los párrafos torrentosos. Pero ¿Quién soy yo? Te preguntas, y esta vez va en serio, no es retórica ni esnobismo, es una duda abierta. Mucitas algo que luego decides repensar. Te sientes imbécil haciendo ese ejercicio frente a un espejo, pero más imbécil te resulta la idea de censurarte cuando no hay nadie en casa, de modo que sigues adelante, tú y tus “cosas”. Pero te resulta imposible. No puedes hacerlo y cada vez que das con una definición aproximada, aparecen los otros. “ay ese Marx” murmuras, “ay ese Aristóteles”, como si ellos hubiesen sido los únicos en darse cuenta que no estamos solos. Es cuestión de referencias. Y caes en los otros como imagino caen todas las cosas en algo que las impulsa y luego en algo que las extermina. Ahora es cosa de física. Fuerza. ¿Quién me movió? Inquieres mientras revuelves ese el café en tu tazón gigante (estilo Friends en su Central Perk) y surge una carta desesperada que escribiste hace unos siete años atrás, una carta que hablaba del desapego, el tiempo, la valentía y la cobardía, el frio, el futuro y sobretodo, la lluvia, como si ya no fuera suficiente con hablar del frio y la cobardía. Entonces, te acordabas del café a pito de no se qué metáfora taciturna, y te dabas vuelta en eso o bien, elegías dar vuelta el café y resumir el mensaje con la idea de que el tiempo se acababa y te consumía. Lo que se consume, previamente arde. Y a ti ¿Quién te movió? ¿quién te hizo arder? Te preguntas a la vez que recuerdas esa frase cobaniana pre-suicidio y solo atinas a recordar los “buenos viejos tiempos” para quedarte con la sonrisa en la boca. Tú en tu pieza desorbitada y ella, en su playa infinita.