jueves, 19 de julio de 2012

El lector desconocido


Ahora si, ahora si tengo ganas de escribir. Antes he abierto un libro de poesía chilena contemporánea (posmodernista, suicida y tremendamente liviana) y en la primera pagina decía “para el lector desconocido”. Soy yo entonces, ese lector desconocido quien hurga en las palabras de ese escritor igualmente desconocido.
Comienzo la lectura al ritmo de las bocinas, los ladridos y el silente zigzaguear de las pulsaciones eléctricas, las mismas que nunca oímos pero que siempre están ahí para evitar que la oscuridad o que cualquier otro artificio de la naturaleza, nos recuerde todos los ruidos que debimos oír.  Los poemas aparecen como balas perdidas en medio de las estrellas, se confunden y se disipan como el metal distante de esas explosiones. A momentos, una que otra esquirla que recojo al igual que los antiguos para armar mis primeras herramientas.   Veo hombres desvalidos luchando contra las olas inmensas del sur de Chile, veo golondrinas descuartizando al cuervo de Allan Poe, veo torres de alta tensión encaramadas en las tierras vírgenes que tallaron los espíritus lejanos de los Selknam, veo una peste que discurre por las blancas paginas de los libros que leímos por obligación cuando niños, veo un pedacito de mi en un poema y me tapo los ojos para no encontrar los otros.
Mis lentes se han vuelto grandes y macizos, no por moda, no por tributos ajenos a tiempos mejores, sino por las enseñanzas del maestro constructor. El contacto directo con la luz dicen, provoca una ceguera de ojos rojos y fiebre pavorosa, de modo que siempre estoy listo a recibir los libros del escritor desconocido.