domingo, 27 de marzo de 2011

Frio


Los perros se han ido y en su lugar ha quedado un vacío que ahora me parece la materia prima de la desolación. Ese hueco, pienso a veces, lo llenan los autos y los pasos que caen desde el techo. Suenan también, las carcajadas de una mujer al otro lado de la tele, porque en este lado, la risa se desata en su cofre de mármol. La muerte, en una palabra, llena los episodios que fácilmente podría reventar quizás, la vida, el movimiento o ese suero inverosímil que es precisamente la risa al otro lado de la pantalla.

En clases, me toca decir que todo es cambio y mientras intento pensar en que consiste esa afirmación universal, la llama de la vela que me ilumina no se mueve ni un milímetro de su eje transparente. Pero he pensado mucho en esto y el solo fenómeno de este equilibrio precario, pero equilibrio al fin, me mantiene alerta. Las olas barren con Japón, y las horas hacen lo propio en Chile. Como de costumbre aca solo llegara un reflujo de esa bocanada en el otro extremo del Pacifico. Y eso es suficiente. Que el barco o el bote, la boya o el palo que mide la marea, agiten su centro es ya, una señal imponente de lo secundario que es este bloque de tierra al sur del mundo. Nada se levanta ni impone cuando se hace urgente la presencia del espectáculo, por el contrario, la luz se apaga y los focos se diluyen en los ojos de algún periodista triste que ve como lo fortuito es lo único que vale y en la mayoría de los casos, el gran momento llega cuando no estamos listos. No hay avisos ni premoniciones.

Hace media hora he prendido esta vela. Hay luz, pero nada es suficiente cuando compites mano a mano con un espacio vacío en apariencia, pero tan lleno de todo. No hay nada que se pueda alterar sin terminar destruyéndose, nada que se pueda mover sin terminar siendo otro.