Al pasado; el único cadáver que no se descompone.
Estoy en el Paseo Ahumada, es
veinte de octubre pero por algún motivo no puedo señalar con exactitud el año.
Me siento en una banca frente a una cafetería, veo como entran y salen
hombrecillos de traje con un diario bajo el brazo. El día está medio nublado, a
ratos sale el sol pero la mayoría de las veces corre un viento que hiela los
huesos. Estoy quieto, tirado, como si hubiese corrido una maratón en la que
llegué último y sin aliento lo que implica que mi vista no es mucho mejor. Solo
veo los pasos de la gente, los enfoco mediante un close-up imaginario al que le dedico todo el tiempo del mundo. Veo
pasar zapatillas, botas, alpargatas, ruedas, patas de perro, y como no, un par
de muletas. Podría estar mirando los pasos pasar, todo el día. Me pongo los audífonos
y busco algo de música. Tengo música norteamericana, bossa nova, rock y por
supuesto jazz. No sé muy bien qué quiero escuchar y qué debo escuchar. Me
decido por Stan Getz y me obligo a cerrar los ojos para despertar un poco.
Sueño que veo pasos.
Siento que alguien sueña por mí.
Siento que no soy yo el portador de los movimientos, quien me está soñando toma
todas las decisiones incluyendo los pasos en falso. La espalda me pesa y tal
como si estuviera en medio de una novela de Joseph Roth, comienzo a ver el
mismo paseo Ahumada que soñaba en colores grises (ni siquiera blanco y
negro, ni siquiera aparece el brillo del blanco cuando el sol lo golpea de
frente). Este es el sueño más feo que puedo tener me digo, pero hasta las
palabras no me salen. Es la hora donde todo entra y luego, no encuentra salida.
Me voy llenando con palabras, lugares, frases (sobretodo frases) que viajan en círculos
dentro de mi sueño (que es el sueño que otro me obliga a soñar) y decididamente
busco refugio en otra noche, una de oscuridad y estrellas, una que en si misma se
asemeje a un cielo protector o al menos a la manta que nos cobija cuando aun no
empezamos a vivir.
Los círculos se traslapan al
vinilo que recorre las curvas del pentagrama. El sol da vueltas alrededor de la
tierra. El eje da vueltas alrededor de la tierra. Los párpados miran al ojo que
se abre momentáneamente solo para mirarte. Y en mi sueño también me escondo,
también impido que veas la tierra y el
agua que moldeo en las palabras. Siguen su marcha los pasos independientes del
sistema nervioso e irrumpen como salidos de otro sueño, un centenar de hombres
vestidos como zombies. Caminan como zombies y en sus ojos hay más muerte que en
los míos. Encuentro ocasionalmente el consuelo en esos ojos blancos. No soy el
único aquí pienso. Entre muertos podemos entendernos, de modo que le hablo a un
hombre que no parece tener ni más ni menos edad que yo (por un momento pienso
que soy yo ese zombie, un reflejo aun más palido en el mundo de los espejos) y
le pregunto de qué va esa fila interminable de zombies. Me dice que es una
marcha a favor de los zombies, un reconocimiento tácito de soberanía sobre el
mundo de los vivos. Me habla de Walking Dead, de Resident Evil, de Michael
Jackson y algo comienzo a entender. Grandes muertos le digo, pero el parece no
entender nada y sigue caminando con teatralidad desproporcionada.
Despierto. Toco el bolsillo de mi
chaqueta para comprobar que el dinero sigue allí. Todo está bien. El paseo
Ahumada sigue oliendo al vivo desierto que somos todos cuando nos sentamos a
solas. La cafetería no da a vasto, de un rato a otro a todos les dio por tomar
café, despertar claro, de eso se trata imagino. Me paro y voy hacia allá.
Pediré lo de siempre; un expreso grande y unas tostadas con palta. Ahora formo
parte de los pasos que vi hace un rato, quien fui me vería pasar y en tanto
entre a la cafetería, comenzaría a soñar. Como ferozmente. Las tostadas parecen
insípidas y la palta con toda certeza está mezclada con agua. Le digo al garzón
que es una estafa y una vergüenza, más lo primero que lo segundo aunque podría
ser más lo segundo que lo primero si yo me pusiera cabrón y empezara a
vociferar como los viejos abogados que frecuentan ese antro. Dice que me traerá
una paila con huevos para compensar y que solo tendré que pagar la diferencia.
Me parece un buen trato así que acepto.
El café sin azúcar sabe a neblina
y en mi boca queda esa sensación de trasnoche o amanecida que revuelve el
estómago, el ánimo decae nuevamente. Me
acuerdo de mis noches desde hace algún tiempo. Me acuerdo de su estructura
metálica, de los diamantes que presionan el cielo hacia abajo, de las cuerdas
que anclan su casco sobre mis sueños. Los días (los de sol y fotosíntesis) son
una mera excusa, un apéndice necesario para conjugar los verbos que viajan al
centro de la noche, así que prefiero hundir los ojos en el expreso que sostiene
mis noches. Los barcos infiltran su naufragio precipitándose a tierra firme. Y
los barcos son mis noches y tierra firme es ese otro planeta al cuál viajan
esas frágiles carabelas.
Pago. Salgo del lugar y veo a
cincuenta o sesenta hombres vestidos con harapos. Llevan las caras pintadas y
sangre artificial sobre sus ropas. Son zombies me digo. Distingo a Michael
Jackson y a un personaje de Walking Dead. Pero luego me veo tocando guitarra en
una banca frente a mi posición y al lado un personaje increíblemente parecido
al de la guitarra fumando con un libro en la mano. Me acerco pero parecen no
escucharme. Pienso instintivamente que son sueños o tal vez no, tal vez
coincidencias como las de siempre. Me voy, me voy de aquí digo entre dientes,
pero por alguna razón los zombies deciden seguirme y termino por escribir todo
esto con alguien tocándome el hombro. Cada vez que volteo ya no está.
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