sábado, 20 de octubre de 2012

Círculos





Al pasado;  el único cadáver que no se descompone.  


Estoy en el Paseo Ahumada, es veinte de octubre pero por algún motivo no puedo señalar con exactitud el año. Me siento en una banca frente a una cafetería, veo como entran y salen hombrecillos de traje con un diario bajo el brazo. El día está medio nublado, a ratos sale el sol pero la mayoría de las veces corre un viento que hiela los huesos. Estoy quieto, tirado, como si hubiese corrido una maratón en la que llegué último y sin aliento lo que implica que mi vista no es mucho mejor. Solo veo los pasos de la gente, los enfoco mediante un close-up imaginario al que le dedico todo el tiempo del mundo. Veo pasar zapatillas, botas, alpargatas, ruedas, patas de perro, y como no, un par de muletas. Podría estar mirando  los pasos pasar, todo el día. Me pongo los audífonos y busco algo de música. Tengo música norteamericana, bossa nova, rock y por supuesto jazz. No sé muy bien qué quiero escuchar y qué debo escuchar. Me decido por Stan Getz y me obligo a cerrar los ojos para despertar un poco. Sueño que veo pasos.
Siento que alguien sueña por mí. Siento que no soy yo el portador de los movimientos, quien me está soñando toma todas las decisiones incluyendo los pasos en falso. La espalda me pesa y tal como si estuviera en medio de una novela de Joseph Roth, comienzo a ver el mismo paseo Ahumada que soñaba en colores grises (ni siquiera blanco y negro, ni siquiera aparece el brillo del blanco cuando el sol lo golpea de frente). Este es el sueño más feo que puedo tener me digo, pero hasta las palabras no me salen. Es la hora donde todo entra y luego, no encuentra salida. Me voy llenando con palabras, lugares, frases (sobretodo frases) que viajan en círculos dentro de mi sueño (que es el sueño que otro me obliga a soñar) y decididamente busco refugio en otra noche, una de oscuridad y estrellas, una que en si misma se asemeje a un cielo protector o al menos a la manta que nos cobija cuando aun no empezamos a vivir.
Los círculos se traslapan al vinilo que recorre las curvas del pentagrama. El sol da vueltas alrededor de la tierra. El eje da vueltas alrededor de la tierra. Los párpados miran al ojo que se abre momentáneamente solo para mirarte. Y en mi sueño también me escondo, también  impido que veas la tierra y el agua que moldeo en las palabras. Siguen su marcha los pasos independientes del sistema nervioso e irrumpen como salidos de otro sueño, un centenar de hombres vestidos como zombies. Caminan como zombies y en sus ojos hay más muerte que en los míos. Encuentro ocasionalmente el consuelo en esos ojos blancos. No soy el único aquí pienso. Entre muertos podemos entendernos, de modo que le hablo a un hombre que no parece tener ni más ni menos edad que yo (por un momento pienso que soy yo ese zombie, un reflejo aun más palido en el mundo de los espejos) y le pregunto de qué va esa fila interminable de zombies. Me dice que es una marcha a favor de los zombies, un reconocimiento tácito de soberanía sobre el mundo de los vivos. Me habla de Walking Dead, de Resident Evil, de Michael Jackson y algo comienzo a entender. Grandes muertos le digo, pero el parece no entender nada y sigue caminando con teatralidad desproporcionada.
Despierto. Toco el bolsillo de mi chaqueta para comprobar que el dinero sigue allí. Todo está bien. El paseo Ahumada sigue oliendo al vivo desierto que somos todos cuando nos sentamos a solas. La cafetería no da a vasto, de un rato a otro a todos les dio por tomar café, despertar claro, de eso se trata imagino. Me paro y voy hacia allá. Pediré lo de siempre; un expreso grande y unas tostadas con palta. Ahora formo parte de los pasos que vi hace un rato, quien fui me vería pasar y en tanto entre a la cafetería, comenzaría a soñar. Como ferozmente. Las tostadas parecen insípidas y la palta con toda certeza está mezclada con agua. Le digo al garzón que es una estafa y una vergüenza, más lo primero que lo segundo aunque podría ser más lo segundo que lo primero si yo me pusiera cabrón y empezara a vociferar como los viejos abogados que frecuentan ese antro. Dice que me traerá una paila con huevos para compensar y que solo tendré que pagar la diferencia. Me parece un buen trato así que acepto.
El café sin azúcar sabe a neblina y en mi boca queda esa sensación de trasnoche o amanecida que revuelve el estómago, el ánimo decae nuevamente.  Me acuerdo de mis noches desde hace algún tiempo. Me acuerdo de su estructura metálica, de los diamantes que presionan el cielo hacia abajo, de las cuerdas que anclan su casco sobre mis sueños. Los días (los de sol y fotosíntesis) son una mera excusa, un apéndice necesario para conjugar los verbos que viajan al centro de la noche, así que prefiero hundir los ojos en el expreso que sostiene mis noches. Los barcos infiltran su naufragio precipitándose a tierra firme. Y los barcos son mis noches y tierra firme es ese otro planeta al cuál viajan esas frágiles carabelas.
Pago. Salgo del lugar y veo a cincuenta o sesenta hombres vestidos con harapos. Llevan las caras pintadas y sangre artificial sobre sus ropas. Son zombies me digo. Distingo a Michael Jackson y a un personaje de Walking Dead. Pero luego me veo tocando guitarra en una banca frente a mi posición y al lado un personaje increíblemente parecido al de la guitarra fumando con un libro en la mano. Me acerco pero parecen no escucharme. Pienso instintivamente que son sueños o tal vez no, tal vez coincidencias como las de siempre. Me voy, me voy de aquí digo entre dientes, pero por alguna razón los zombies deciden seguirme y termino por escribir todo esto con alguien tocándome el hombro. Cada vez que volteo ya no está.



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