martes, 25 de diciembre de 2007

Nuestras direcciones.


Este camino ha sido más entretenido. No es que haya partido a ciegas, con una mochila y con unos cuantos víveres encima a recorrer el mundo. Sólo que sin nada de eso, y ni siquiera con la esperanza de salir de un lío, encontré el mejor camino. Aunque debo confesar que el término “camino” me parece acabado. Tanto manoseo, tanta interpretación, tanto uso metafórico, que resulta un exceso bien mirado desde la comodidad. Podría ser cómodo y leal a mi flojera perpetua, pero prefiero destacar en grande que este camino es en realidad, una carretera o bien dicho, una falla tectónica que recorre continentes y cava surcos en nuestra cordillera. Por eso tiembla, por eso los medios de comunicación hablan de enjambres tectónicos, por eso los planes de emergencia, por eso los simulacros donde moldes en tercera dimensión representan a Valparaíso dejando caer sus casas y al mar golpeando barcos enormes.

Leí hace algunos días Tiempo y narración de Paul Ricoeur, y en el capítulo sobre la intencionalidad de la historia, hablaba sobre la forma de comprensión que en general, tenemos todos frente a asuntos que de buenas a primera, nos parecen lejanos. Nada más lejano que la historia claro. Entonces cómo comprender lo inexistente frente a nuestros ojos (que son los ojos de Santo Tomás) es lo fundamental. El asunto es que Ricoeur a partir de una vuelta a la Poética de Aristóteles, aseguraba que la comprensión va de la mano con la metáfora, vale decir, con un uso propiamente narrativo y lírico. Son conjuntos de palabras que nos remiten a un conocimiento sensorial, a experiencias previas que dada su ubicabilidad en nuestras vidas, resultan ampliamente reconocibles. Lo mismo leí –pero de forma más fluida- en Borges quien decía que la buena poesía es aquella que nos da envidia, por cuanto de algún modo la reconocemos, sabemos que podríamos haberla hecho nosotros. Esa poesía estaba en nosotros. Como Farewell o cualquier poema de Neruda. Son preciosos espacios comunes que suelen huir, pero que de todas formas reconocemos. Por algo Elias Canetti aconsejaba leer vorazmente, porque entre tantas palabras, finalmente con lo único que es sincero quedarse es con lo que identificamos en medio de ese tránsito enfermizo, sin duda, camino por excelencia al terminar un libro.

No son pocos que hablan de textos para referirse a los discursos, a las palabras, a lo simbólico, a la vida en general. Por algo las situaciones son con-textos. Por algo los urbanistas leen la ciudad. Y los arquitectos escriben la ciudad.

Mi camino ha sido entretenido, son días en nuestra vida que poseen identidad e intensidad. Con una pendiente horizontal y otra vertical. Longitud y Latitud. Largo y Ancho. Como una marca declamatoria en medio de dos países; como el límite roto entre América y África. La imprecisión de despertar en la mañana sin ti, a pesar de llamar al desencanto absoluto, es el pago justo de este camino que linda con la felicidad más plena y la tristeza más peligrosa. Yo sé que estás junto a mí, sé que mi vida es una colección de puertas sin abrir como en esos concursos de los ochenta, sé que mi vida es de un panorama envilecedor, sé que mis manías son como los síndromes de un boxeador retirado. Cortes en el rostro, manos temblorosas, perdidas de razón y dificultades para hablar. Sé que el con-texto del camino es fatal. Sin embargo, cruzarlo junto a ti en direcciones tan opuestas como a la derecha y arriba o arriba y a la izquierda o arriba y abajo o abajo y a la derecha o abajo y a la izquierda, demuestra lo entretenido que ha sido este camino, donde las direcciones son nuestro juego más incomprensible. Nuestros lastres perdidos entre risas. El pasado, la melancolía, la nostalgia, la alegría explosiva, el futuro, el presente (por lo general comparable a una bomba de hidrógeno) que no deja nada en pie. ¿No son esas direcciones también? Direcciones que hemos cruzado y seguiremos cruzando, porque es justo admitir que este camino lleva a lo más sencillo, a esa experiencia envidiable como el buen poema de Borges o una suerte de “ciencia de la vida” donde juntos aprendemos a soñar mirando el suplemento de propiedades del diario, mientras el reloj también camina, del día a la noche.