"La cabeza es como el cielo.
Siempre dando vueltas y vueltas dentro.
Pero muy despacio.
Cuando piensas va más rápido. Entonces, duele."
Paul Bowles
Nada más quisiera retomar lo que
mis ancestros dejaron en la playa de Rodas. Medirme pulgada por pulgada con las
piernas que encapotan el cielo mientras los barcos se desvanecen en una tierra
que cada día me parece más redonda. He viajado tanto. Lo hice con
carga y también junto a una soledad llena de estrellas. Entonces debo confesar:
de esas dos secuencias mudas me he
quedado solo con voces en miniatura, un
fraseo quieto como la brisa que cubre el Egeo cuando la guerra acaba con las
bibliotecas que futuros hombres contarán con especial nostalgia. Y es evidente
que no soy de este tiempo. El ciprés con el que están fabricadas estas
embarcaciones yace podrido bajo el mar ardiente de las pesadillas a media
noche. Mi intención es modesta y algo exagerada. Simplemente quiero ir y venir,
tocar el agua que tus ojos han visto de lejos, recorrer los callejones que han
sembrado tus pies, oír las melodías que la flauta macera en las ánforas
subterráneas. El hombre con la esperanza puesta en el oro, el metal de los
viajeros que depositan sin alardes. Quisiera volver a nacer pero no ahora,
insisto, volver a nacer en la playa de Rodas, ese lugar de mentira que han
ilustrado con esculturas y palacios de mentira. Solo para inventar otra
mentira, allí quiero llegar. ¿Qué inventaría? Pues a ti. Como la poesía de
Becker que leí de niño, los ojos verdes de una mujer que pregunta qué es poesía
y la respuesta afirmativa que dice: poesía eres tú. Pero fíjate que este
Santiago es más bien mezquino y ni siquiera sus nubes acrílicas pueden recrear las
costas que escupen a hombres y mujeres hechos de piedra. La razón, no la
verdad, no la realidad y menos las orlas doradas de los sueños, es en esta
ciudad una piedra dura de roer. De ese modo –y no sin sentir que me convierto
en un extranjero, un paria perdido en las palabras de amanecidas- prefiero
dejar mi bolso en el suelo, sentarme en cualquier sitio y tomarme la cabeza con
ambas manos para retroceder miles de años. He consultado libros, he pasado
tardes en la Biblioteca Nacional empecinado en hallar las claves a un acertijo
que cuaja en fechas, nombres y lugares que no son de ésta época. Cómo
explicarte que se trata de huellas que escritas o no, representan lo que fuimos
en vidas que no alcanzamos a recordar. Pienso en el eterno retorno y sonrío. Busco a mi doble en el siglo III a.C,
pero lamentablemente los personajes anónimos son siempre un accidente en la
historia. Entonces te busco a ti. Sé que tu luz no tiene tu edad y probablemente
en los sueños de filósofos y anacoretas, está la explicación a esto que
denomino (por darle un nombre) ausencia de ti. Hasan Al-Basri, Demócrito de
Abdera y el romántico Empédocles deben haber soñado con las siluetas de tu luz.
Porque no estás aquí y ese es un
accidente temible, un naufragio pienso, una posibilidad que cabe en la
perfección del Dios de los cristianos y de los musulmanes por igual. Es por
eso, por este afán de viajero del tiempo y de lugares que solo puedo imaginar
con una precisión vana, que me urge volver a la playa de Rodas para ver si allí
encuentro tus huellas.
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