domingo, 27 de mayo de 2007

Un jardin para poblar.


“Todo era tan hermoso: bóvedas estrechas y altísimas de curvas hojas de eucaliptos y retazos de cielo, sólo que sentían dentro esa ansiedad porque el jardín no era de ellos y porque tal vez fueran expulsados en un instante. Pero no se oía ruido alguno. De un arbusto de madroño, en un recodo, unos gorriones alzaron el vuelo rumorosos. Después volvió el silencio. ¿Sería un jardín abandonado?” ( Italo Calvino, El jardín encantado )





Ya han pasado más de tres años, desde esa ocasión en que en una conversación nocturna, hablaba de la felicidad. Era casi un rito, eso de quedarse de amanecidas, conversando sobre temas en amplios volúmenes, desde algún grupo musical hasta, las disquisiciones más etéreas, sobre, asuntos aun más inasibles.
Recuerdo con especial detalle ese momento. No fue especial ni mucho menos, y a decir verdad, fue muchísimo más frío de lo que hubiese querido. Eran letras, grises ariales, paseándose por una pantalla, tratando de dar significados. Y yo preguntaba sobre la felicidad “crees que exista la felicidad”, habría sido seguramente la pregunta –lo expongo así, porque no me acuerdo a cabalidad- y su respuesta, habría sido “si, pero no como todos creen”.

Hablaba con una compañera de mi hermana. Una amiga y compañera por esos tiempos. No recuerdo cuál era mi condición, si era estudiante universitario, o alumno del colegio, pero sí, recuerdo la situación de ella; alumna de colegio. Lo que sucedió, en resumidas cuentas, fue que ella, la compañera de mi hermana, me dijo que efectivamente creía en la felicidad, pero no del modo en que todos creían en ella.

Estaba hablando con una mujer especial, no tanto, por su respuesta distinta al común de las percepciones sobre la felicidad, como por la forma, en que me explicaba su punto de vista. Y ella se refería a la felicidad como a un tránsito, a un camino constante y sin tendencia a acabar. La felicidad, siempre se está haciendo, y jamás se encuentra plenamente. Ella me preguntaba si entendía, y yo, para demostrarle que sí, le daba ejemplos, el de la mujer que buscaba su felicidad en un futuro hijo, pero que cuando lo tenía, la felicidad iba a ser, de allí en adelante, otra: mantenerlo y hacerlo feliz. La compañera de mi hermana, a raíz de esos ejemplos, decía “eres un buen alumno” . Lo cierto es que yo no lo tomé como exageración ni mucho menos. Ella me hablaba sobre la felicidad, y yo aprendía de eso junto a ella.

Es sabido que todos los filósofos, en especial los socráticos, se hicieron esa pregunta una y mil veces, y además, aseguraron que la finalidad del hombre, es conseguir la felicidad. De eso no hay duda, pero qué sucede entonces, cuándo se sabe que la felicidad no existe, o que ella es en suma, una palabra que sólo se puede mascullar a medias. Se busca, se encuentra, se escapa, se busca nuevamente, se encuentra por segunda vez, y sigue su rumbo. Como un gato acostumbrado a la independencia al que no puedes lograr meter en una casa.
El hecho, es que me quedé con esa concepción, con la idea que planteo la amiga de mi hermana, hace algunos años.

Pero en ese momento a pesar de sus convincentes argumentos, yo ya tenía mi idea de la felicidad. Y era una idea imposible.

¿cómo le explicaba a ella, la compañera de mi hermana, que para mi, el asunto era sencillo y que simplemente, ella, era mi felicidad? No podía, claro que no podía. Ella buscaba otras cosas, otras personas, y ya estaba invadida por otros sentimientos que no tenían mucho que ver conmigo. Además, sería inentendible. Inentendible porque, yo me hacía inentendible, me descomponía, me dividía, me multiplicaba por la tabla del dos, y me dividía por el mismo número. Ella, era sincera, y yo, sólo un atado de anhelos incomprensibles.

La compañera de mi hermana hablaba casi todas las noches conmigo. A veces, cuando bordeábamos las seis de la mañana, ella, para evitar el reto de su padre, debía disimular que no estaba despierta. Yo hacía lo mismo. Sentía a mi papá levantarse para ir al trabajo, y apagaba el monitor. Luego, descubría mi cama y me metía dentro. Esperaba que se fuera y volvía a hablar con ella. Ya no hablábamos de la felicidad, pero yo me sentía feliz.

Me conformaba con poco; sólo sus letras, sus pensamientos diseminados en forma de datos cruzando una ciudad en llamas. Y sentía que la quería. Recordaba como se veía con ese chaleco verde, que una vez alcancé a ver puesto en ella, intentaba imaginar su voz que hasta ese momento, desconocía, trataba de adivinar cómo era su pieza, cómo y de qué colores, eran sus espacios más cercanos e íntimos. Y las palabras, sólo las palabras, me ayudaban a eso. Fue un momento de mi vida, en que las palabras me salvaron, y las palabras me volvieron loco. Me hicieron leerlas en todo lugar, la busqué en las poesías más increíbles, en las prosas más trágicas, en las canciones de melodías hiperbóreas y analfabetas, porque yo no entendía nada.

Eran los tiempos en los que creía en la profesión que estudiaba, los años en los que jugué como un niño a construir proyectos. Soñaba con los ojos abiertos, con las manos dispuestas para tomarlo todo; desde la guitarra hasta los libros, que desde entonces, fueron mi segundo hogar. Traté de escapar, pero ¿de qué? De esa felicidad. De la felicidad de la que hablaba la compañera de mi hermana, de ese camino interminable, hacia una verdad inalcanzable, y lo hacía, porque no lo entendía, a la vez, que sí, sentía una suerte de resignación fatídica.

La relación era clara: ella, me decía que la felicidad no existía, y yo, sólo pensaba, que ella era la felicidad, y que por lo tanto, se equivocaba, la felicidad si existía y no era un camino, sino que más bien, era un final de camino. Pero por otro lado, ese final de camino me era censurado. Cada paso que intenté dar, fue desviado, a veces por mi propia torpeza, y otras, por una imposibilidad desquiciante. Y ahí creía en sus palabras : la felicidad plena no se consigue nunca. ¿porqué no podía estar ahí para mi? ¿porqué no podía ser ella, una estrella en mi cielo?.

“Porque no eres para ella, porque ella no es para ti, porque tu no le gustas, porque tu eres de una forma irreconciliable con su visión de mundo, porque debes buscar tu camino en otro lugar. En otro lugar…”

¿Dónde? En la vida real. Debía dejar de lado las conversaciones platónicas y pletóricas de ideas coloridas, debía en síntesis, dejar de intentar llegar a su mundo, pues el mío, estaba a años luz y debía, antes que todo, solucionar mis problemas. Y los problemas en ese entonces, estaban relacionados con el exceso de cuestionamientos a los que sometía a todos, y a todo. Trataba de entender, lo que me angustiaba, pero así fue como deshice y terminé efectivamente, apartándome del camino de su felicidad. Terminé calculando, acomodando y rearmando un rompecabezas, que según mis propósitos, debía llevarme a ella. Sucedió que jamás se trató de entender ni pretender.

Recuerdo que ella decía “quien busca se pierde con facilidad” . Y si la felicidad era una búsqueda, entonces el extravió debía ser su antítesis, acaso, la peor de las perdidas: la infelicidad.

De eso, ya van más de tres años. Hace algunos minutos, nuevamente hablaba sobre la felicidad con ella, la compañera de mi hermana, que ya, no es más su compañera y que por esas cosas del destino, su contacto actual se resume casi en cero. Pero yo, el hermano de su compañera –mi hermana-, sigo hablando con ella, pero de forma distinta. Ahora conozco su voz, sus espacios más cercanos e íntimos, el aroma de su piel, la textura de sus manos, la forma en que se ve con su chaleco peludo puesto, y el sonido de las sílabas que forman la palabra felicidad, cuando su boca las expulsa como si las hubiese guardado desde hace mucho. Pero esta vez, la ex compañera de mi hermana y hoy por hoy, mi vida, al hablar de la felicidad, se remitía a contestar que no la entendía, pero que de cualquier forma, quería ser feliz conmigo, es decir, el mismo que hace algunos años, sentía que el camino para llegar a ella, era una ruta imposible.

Ahora que pienso en todo esto, sé que seguramente, a ella no le agradará nada la retrospección insistente de mis recuerdos, pero si lo hago, es sólo para darle la razón: la felicidad es un gran camino por alcanzar, pero al recorrerlo junto a ti, algo me dice que ya lo he alcanzado.

martes, 8 de mayo de 2007

Los escritores beatditos


Y suponiendo que uno fuera un gran escritor, un secreto Shakespeare, de la noche acolchada? Realmente, un poema de Baudelaire no compensa su dolor, su dolor (fue Mardou quien finalmente dijo:
hubiera preferido que él fuera dichoso en vez de los poemas desdichados que nos ha dejado -Jack Kerouac- Los subterráneos


En el prólogo realizado por Fernanda Pivano -escritora italiana amiga de Hemingway y autora de un libro de entrevistas realizadas a Charles Bukowski- a la novela “los subterráneos” de Jack Kerouack, se desprende toda una genealogía del término beat aplicado casi universalmente, a toda aquella literatura yonqui, ebria, y contemporáneamente maldita. En síntesis, la autora concluye que ha existido un abuso del concepto, sobre todo por parte de los criticos europeos, que a ultranza, lo han hecho encajar con sus escritores, Camus sería beat, Céline sería beat. Lo cierto -para esta autora- es que este término, es una invención precisamente del autor del libro que ella prologa. Kerouac crea a los beat, pero sin duda, su creación es la del discurso del beat. En cambio, la carne, la materia beat, la esencia escritural de aquella generación de autores desconectados de las normas y sobre todo del espíritu de su época, puede encontrarse en todo tiempo, aunque por la voracidad de su prosa, J.S. Fitzgerald, sería el antecedente más prístino de esta corriente, que de corriente lo único que posee, es precisamente salirse de la corriente.

Leyendo toda su introducción -desarrollada con un gran despliegue de erudición- comencé a preguntarme por el título de la novela de Kerouac. “Los subterráneos” qué quería decir con eso ¿era un fiel reflejo de ese mundo sórdido, extraño y sumamente oculto? O más bien ¿se trataba de toda una mentalidad de topo?. Pensé en el abisal universo creado por Kusturica, en las obras de Jodorowski, en el lado oscuro en el que hurgó Foucault, la veta prohibida de la moralidad en manos de Sade, los martillazos a toda una tradición en Nietzsche, los intersticios vírgenes violados por Cage, Stockenhausen, Messiaen, y en definitiva la prosaica actitud del hombre que duerme sobre las leyes, y vive sobre las prisiones de otros. Porque se trata de vivir sobre, y no bajo. Entonces, se es subterráneo porque se está abajo de un montón de discursividades, convencionalidades y estupideces infundadas -en realidad muy bien fundadas-, pero se es inquilino de los más grandes rascacielos, porque en suma, todo lo que viene de la formalidad, o del derecho -el formal, no el positivo- se pisotea.


Me pareció que el beat, el subterráneo, en realidad no era tan anónimo, ni menos el personaje sibilino, del que muchos, profitan. El subterráneo, me parece, no es Baudelaire, ni Verlaine, ni Rimbaud, ni Mallarmé, ni Poe, ah, y menos Lovecraft. Esos, son llorones.
Y claro, ellos, los franceses son buenos poetas, tienen esa delicadeza tan poco común en el carácter europeo, que en verdad, impresiona. Y a los literatos eso les fascina mucho. En el jugador de Dostoievski, los personajes más nobles son franceses, y uno de los protagonistas resulta ser un fino francés recalcitrante en modales, que termina por hastiar a varios rusos, que además, veían en Francia el epicentro de los buenos modales. Sin embargo, hasta el momento, lo más llamativo lo he leído en la España Tétrica de Balzac. La novela transcurre en la España de comienzos del XIX, invadida, humillada y sobretodo, descuartizada por el borrachín de Pepe Botella. Francia, haciendo y deshaciendo con España. Pero bueno... Sucede que Balzac hace confluir al carácter español con el francés, y finalmente los galos, son los más cordiales, bien educados y en resumidas cuentas maricas. Creo que así lo hubiese planteado Kerouac. ¡Y Proust! Qué es Swann sino un decoroso intelectual paranoico y amante de las artes. Vive en los salones, en la opera, en las reuniones con las viejas septuagenarias amantes de los cahuines citadinos. Pero el colmo es Camus, que si bien es un excelente escritor, es el más exagerado de los “existencialistas”, tanto, que en su planteamiento llega a parecer existenciario, o sea, un tipo que a partir de lo cotidiano ( de un perro horrible, unas vacaciones en la playa, un impasse con unos tipos ) reformula toda su existencia, y es más, se rinde ante ella.


Pero estos, los franceses, son los moldeadores -hoy por hoy- de las escuelas de literatura más populares, no las más importantes, sólo, las más abusadas. Es cosa de irse a meter a un bar y leer las murallas. Por lo menos, encontrarás un poema de Baudelaire. Todos hablan de Baudelaire y lo disfrutan tanto, o tal vez, lo sufren tanto, o quizás, lo citan tanto, o seguramente, lo destruyen tanto. Sobre todo eso último.

El tipo era marica y todo, pero era un buen escritor, como todos estos que ya cité. Y obvio, no es porque crea que son buenos, soy nadie, pero Bolaño lo ha dicho y eso, basta y sobra.


¿Por qué hablo de escritores cada vez que menciono algo? Porque me llaman la atención; sus vidas sufridas, sus embates con el papel y la tinta, sus experiencias adornadas con la imaginación. Me encanta la doble vida de los escritores; ese ser que vive, pero piensa otra cosa al mismo tiempo. El personaje desnaturalizado que va y viene, que busca incesantemente su vida en otras vida, lo privado, en otros cuartos. Y crea hijos, remanentes de lo que podría haber sido, de lo que no se vive, pero perfectamente podría vivirse. Como un dios o quizás más grande que un Dios, pues existe a ciencia cierta, el escritor -y sobre todo el beat- no llora a diestra y siniestra, el subterráneo -el que está en lo alto- toma las nubes y las moldea como algodones. A veces, utiliza marihuana como Burroughs y otras, Alcohol como Bukowski. Y así salen los fuegos artificiales desde la ventana más cercana a la máquina de escribir. No es dadaismo, ni surrealismo, menos, la desconexión total de las formas con su fondo, es más bien, la mente desarticulando al discurso mismo. Se trata de ese lenguaje extranjero al interior de otro lenguaje. Olvidemos las “o”, tratem s de hacerl , es , es l , que hacen l s beat y quienes l grar n ver en el lenguaje, el arma más peligr sa hasta ah ra inventada. Que vuelva la o.

Creo que esta vida esta manipulada de cabo a cabo por tentaculos invisibles, ideológicos. Althusser lo descubrió, es el Estado el que nos tiene cojidos hasta por los ojos ¿y qué es el Estado, sino una grandísima invención cuyo fundamento, es sólo tenernos cojidos por los ojos? . Entonces, hay que esconderse, cavar un tremendo pozo para vivir como los eslavos de Kusturica, pero a la vez, mirar desde arriba y prestar mucha atención a las invenciones de unos cuantos. Ahora, esto de vivir así, plantea un riesgo sumamente delicado. Te conviertes en un llorón empedernido como Baudelaire, o te caes en otro mundo, que de igual forma terminará por fulminarte.


La tarea aun está inconclusa, la felicidad nos espera y hay que safarse urgentemente de la tristeza. Y ésta, no es una decisión que tenga que ver con el azar. Sólo se trata de cerrar los ojos, y por mientras, vivir bajo tierra o en una caverna, para no creer en las sombras, del modo en que creyeron los personajes de la famosa alegoría platónica. La realidad tiene muchas trampas, pero no es justo sentarse a llorar, hay que saber vivir entremedio de ellas, esquivarlas, burlarlas, pisotearlas, desde abajo como un topo, pero siempre, sintiéndose sobre ellas.




miércoles, 2 de mayo de 2007

Los que quisieron volar.


¿Qué había después del universo? Nada. Pero, ¿es que había algo alrededor del universo para señalar dónde se terminaba, antees de que la nada comenzase? No podía haber una muralla. Pero podría haber allí una línea muy delgada, alrededor de todas las cosas. Era algo inmenso pensar en todas las cosas y en todos los sitios. Sólo Dios podía hacer eso. -James Joyce Retrato de un artista adolescente



En medio de una de las tantas misas dominicales a las que tenía que ir por compromiso, decidí interpelar a Dios. Sí, fui yo quien en una actitud irresponsable y sobre todo altanera, quise averiguar hasta donde llegaba el poder de ese Señor de barbas eternas. Me dije a mi mismo, a la vez, que en un gesto de denodada confianza, qué tan cierto era aquello de la omnipresencia de Dios, así que lo primero que se me ocurrió fue, nada más ni nada menos, que jugarme el todo o nada. Mientras el sacerdote invitada a los feligreses a leer el salmo, le planteé a esa voz universal, el enorme desafió de materializar la fe. Entonces dije en voz baja “bueno, si Dios existe, que entonces de una señal”. Esperaré hasta “la paz” para eso.


Después del resultado, me dediqué a joder el nombre de la institución católica. Llegó a mis manos “el anticristo”, luego logré conseguirme “la genealogía de la moral” y antes de entrar a la universidad, me compré -en una pésima edición- Así Habló Zaratustra, que a propósito del mamarracho de edición, será “Asi hablaba Zaratustra”. Jamás compren filosofía de Ediciones Grafica. Asi fue como en un ataque ideológico, me comí tres libritos como si nada. Lo cierto es que a esa edad, sólo se rescata la filosofía del martillo, en cambio los detalles importantes, quedan reservados para segundas lecturas. Además es recomendable leer introducciones al pensador, como las de Eugen Fink, o el interlocutor hoy por hoy más válido del alemán:Gianni Vattimo. Eso lo descubrí cuando tuve acceso a los libros, y es que, si bien la biblioteca de la universidad no es como la de Alejandría, o la de Al-Andaluz, sí, posee buenos textos humanistas.

En la universidad el tema de la religión no es muy distinto al ataque adolescente. Sea cual sea la institución, finalmente hay algo de insurrecto en la mirada de los jovenes. Ya no les creen a los curas, a las escrituras y menos, a la mano de Dios moviendo los hilos de los hilos. En síntesis, la gran mayoría vive en el trastorno soporífero del ateísmo, acaso, el más violento, mientras más joven se es. En la universidad Nietzsche no era nada nuevo, y en cambio, el complemento desde el otro extremo, venía dado por Feuerbach (quien posee una de las tesis más contundentes en cuanto a la génesis de la religión), Engels, Marx, y mucho antes, Hegel con sus arrebatos juveniles (manuscritos juveniles, al modo de los manuscritos económicos de Marx, vale decir, una primera etapa de pensamiento) comienzan a disparar contra lo positivo del cristianismo. Positivo en el sentido de facto, de hecho. Desde el XVIII se sospechará que la tradición cristiana, anclada en la judía, mantiene complejos rituales, simbolismos y sobre todo tradiciones, re-territorializando aquel aspecto trascendente, en uno de inmanencia inconfesada. Se trataba de poner al cielo en la tierra e investir a hombres, con un poder que como la soberanía de Hobbes, emanaba de las bases, quizás, por miedo. Bueno, se comienza a sospechar de la mano del hombre en un discurso, que teorícamente, correspondía sólo a Dios. Dios dice esto, Dios haría esto, Dios piensa esto, “Dios permite la esclavitud, aunque bajo ciertas circunstancias podría vetarla”. Dios habla en Bartolomé de las casas, Ginés de Sepulveda, Bernal Diaz y en el destacado creador del requerimiento, Palacios Rubios. Los hombres sabían bastante de Dios y quisieron utilizar sus manos, ojos, boca, orejas, para transferir sus palabras.

Sólo puedo imaginar ese lapsus exegético, esa aura epifánica rodeando por ejemplo, a San Agustín mientras redactaba su Ciudad de Dios. Lo veo sentado en una silla maltratada, apoyando sus brazos en un escritorio de caoba -es lo más africano que se me ocurre- y sudando producto del sol de cáncer. De pronto, su mano levita, sus ojos se tornan diamantinos, diáfanos hasta el punto de tornarse blancos al momento, que su boca resuma borbotones. Es la palabra de Dios y él, el elegido logra colegiarlas en tremendos legajos de papel.

Así funciona el mercado de la . Hay un poder invisible que sólo, se capitaliza en manos de los mercaderes de cada región. Abadías, Obispados, Diocesis e incluso, la misión, que más tarde comercializará fe en las provincias -al modo que lo plantea Patricio Cisterna- de indios.

Pero tanto alarde por la religión ¿por qué? ¿por qué no dejarla en paz, y asumirla tranquilamente desde la perspectiva del encantamiento, o fatidicamente del desarraigo? Está bien, por un lado existe un escepticismo muy bien fundamentado que a veces decanta en una lucha abierta contra el clero, y otras, incredulidad que se traduce en nihilismo. Unos no creen, otros ni siquiera consideran importante creer. Pero están los que sí lo hacen, y consecuentemente, como diría Ortega y Gasset, creen que creen. El caso de la comunidad de Pirque es un buen ejemplo. Vivimos -se supone- en una sociedad que a pesar de ser laica, ya hace aproximadamente 100 años, sigue manteniendo un marcado carácter católico, apostólico y romano. Es cosa de detenerse en semana Santa o en Navidad, a ver las aburridisimas transmisiones de las misas relevantes. Está la autoridad sentada en una posición de importancia capital, al interior de la distribución de la ceremonia. Y nada ha cambiado desde el período colonial, vale decir, el período en que el catolicismo brillaba con mayor desenfreno, al amparo, por ejemplo de la luz de la hoguera del santo oficio. El historiado chileno Jaime Valenzuela, demuestra como cada ubicación al interior de la Iglesia, predispone a las autoridades a la afirmación del derecho de patronato, o más derechamente, a esa idea tan propia de las monarquias teocráticas, que aboga por la cercanía a Dios, a través de la jerarquía ocupada en el concierto político. Desde el gobernador, hasta los alcaldes del cabildo, la unión terrenal-espiritual, se simbolizaba en esa cercanía a Dios al interior del templo. Hoy, sucede lo mismo. Quizás ya no se está cerca de Dios, considerando el ateísmo confesado de los últimos presidentes, pero sí, se está muy próximo al poder de la Iglesia.

Uno de los protagonistas de la obra de Joyce, dice que la existencia de los sacerdotes no se justifica sólo por el hecho de ser interlocutores de Dios, sino que además, no imagina esa función, sin la intromisión de los clérigos en la resolución cotidiana de problemas. En este sentido, el Obispo Errazuriz cumple plenamente con su rol, al oficiar de abogado de los trabajadores frente a la vorágine empresarial, que a todo esto, obtuvo dividendos importantísimos durante estos primeros meses.

Y yo me sigo preguntando por Dios, por la religión, por esos nexos de comunicación que pueden llevarme a él, y sigo creyendo en la inmanencia de todo este cuento. Nada de trascendencia, cero experiencia mistica. Es como si todo estuviera plagado a lo sumo, de símbolos que redimensionan el espacio terreno, en la dimensión agustiniana de la ciudad de Dios. Como el plano damero, ¿qué es el plano damero, sino una dimensión religiosa transplantada a la tierra?. Vale la pena recordar que su origen se remonta a los monasterios dominicos, y que cuando Gamboa traza el prístino mapa de Santiago, la Catedral -pobre iglesia por entonces- ocupaba un lugar cardinal en la disposiciones de los “quehaceres sociales” de la época. La Catedral, la casa del Gobernador y cabildo. Luego los vecinos, más allá los moradores y en las lindes las estancias con indígenas. El espacio, sin más, se tatúa con una organización violenta que en nombre de Dios, incluye o excluye según sea el caso.

Era algo inmenso pensar en todas las cosas y en todos los sitios. Sólo Dios podía hacer eso” Claro que sí. No creo que nadie sea capaz de todo eso, menos aun, de pensar en el infinito. Sin embargo hay quienes se adjudican el saber cosmogónico, y lo enarbolan en ficticias disposiciones sociales, políticas, culturales e incluso económicas. Durante los siglos XVI y XVIII respectivamente, tanto la administración real, como la virreinal, decidieron expulsar a los judios ¿razones de fe? Se supone que sí. Lo cierto es que confiscaron sus bienes. Todo esto resulta impresionante, cuando se tienen datos de la pulcra convivencia entre, judios, moros y cristianos paralela estos sucesos. Maximiliano Salinas, Teólogo e Historiador chileno, muestra y justifica la existencia de un sincretismo no sólo en el binomio español-indígena, sino además en el nivel cristiano-moro. En efecto, el elemento mozarabe, fue trascendental en la ritualización de la palabra de Cristo ya sea en territorios pertenecientes a los antiguos califatos, o a las mismas prácticas religiosas en el transcurso de conquista y colonia de América. La fiesta de San Juan y el rechazo popular a la ostentación de las ordenes religiosas, son propiamente árabes, o por lo menos, sincreticas. Por lo tanto, las cuestiones relativas a la fe, bien poco inciden en la expulsión de tal o cual grupo religioso. Se trata más bien de condiciones preñadas de inmanencia; poder político, poder económico quizás.Algo similar ocurrió con la expulsión de los jesuitas al finalizar el siglo XVIII ¿razones de fe? No.

En fin, desde que la curiosidad invade a un niño, y este, anodinamente se pregunta por Dios, las cosas pueden mirarse desde otra perspectiva. Quizás, para gran parte de la gente, sea la más garrafal falta contra la verdad, pero ¿quien dijo que la verdad estaba en las mayorias? . Las dos religiones más grandes del mundo, es decir, las que más adeptos tienen, siguen sembrando muerte. Desde que Mahoma funda Medina en el 631, a los cristianos les ha sido difícil sobrevivir, sobre todo, porque su espacio -el geográfico, el mental y el simbólico- ha caído dramáticamente en manos de un sistema político-religioso, que pone en riesgo al apostólico-romano. Es como si la guerra desarrollada en el seno de España entre moros y castellanos, las cruzadas en medio de Jerusalém, y la pugna por Constantinopla, se perpetuaran eternamente.

Sin duda que Jesús tenía razón cuando llamaba a los niños a unirse a su predica, pues, hay que ser tan inocente como uno de ellos, para creer que la religión, Dios, y el espacio divino, se remiten a ellos mismos, es decir, a la religión, Dios y el espacio divino.

¿Qué había después del universo? Sólo la historia y sus bajos fondos, pueden dar esa respuesta.