sábado, 28 de enero de 2012

ON/OFF

Modern times

El día tiene veinticuatro horas: lógico.

Y dos días suman cuarenta y ocho.

El ser humano debería dormir entre ocho y seis horas diarias según los ¿manuales?

Una profesora de psicología juvenil dice que es conveniente dormir tres hora por no sé que motivo de productividad tipo Taylor-fordista.

El día tiene veinticuatro horas y debería dormir seis. En dos días, lo correcto seria doce horas de un total de cuarenta y ocho.

Pero yo llevo dos horas de un total de cuarenta y ocho y sigo aquí pegado a la pantalla con los ojos rojos, muerto de sed y con ganas de dormir.

Nunca había pensado tanto en la naturaleza estoica de las maquinas. Las admiro.

lunes, 23 de enero de 2012

Ese bello y asesino deporte.

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A diario Robert Walser caminaba horas y horas como un ejercicio de profunda sabiduría y buena salud. Recorría las cuatro estaciones, todas ellas opacadas por el frio incesante de los Alpes y meditaba con notable lucidez sobre el destino y otras perlas. Tanto es así que uno de sus mejores libros se llamo “el Paseo” y en él narraba un interesante periplo por los parajes nevados de su pueblo natal. Lo curioso es que su texto opero como un presagio, una tirada de cartas, una bola de cristal que concluyo ya no con la muerte de un personajes sino con la suya propia, sobre el blanco intenso del hielo suizo.

Pienso en eso cuando camino por Estado, por Paseo Ahumada y por Moneda. Pienso en lo mucho que me gustar agrandar las distancias evitando subirme al metro o a alguna micro. Miro además situaciones dignas de historiar. Un hombre que camina con un abrigo negreo hasta el suelo, que pasa en dirección contraria a la masa uniforme, y que además porta una pequeña radio portátil que encendida deja escuchar a un tenor furioso. Imagínense ustedes, ir por el centro de Santiago y toparse con una Opera portátil. Luego está la anciana delgada y de pelo rubio que cruza la calle arrastrando a un par de perros pudles, tal cual como en las películas gringas de medio pelo emitidas en los buses. Por algún motivo siempre son películas anidadas en el imperio de la banalidad. La ultima que vi por ejemplo, trataba de una estudiante que luchaba por ganarse un puesto en el grupo de porristas de la Universidad.

En tanto, caminar es un deporte sano, el único que practico con absoluta comodidad y felicidad. Camino por Estado y me conmueve una viejita que limpia las mesas de un local de comida rápida. Es veloz, gentil y por supuesto bien intencionada. Ofrece más de lo que su labor demanda y eso me hace pensar en el elemento subjetivo del trabajo. Vuelvo a Marx y a sus conjeturas clásicas sobre la enajenación, la objetivación y los fetiches. Tengo a una señora de unos setenta limpiando mesas y por otro lado a un Marx joven intentando convencerme que lo que hace la anciana es trabajo alienado. Quisiera tanto capitular.

Al seguir por las calles de este Santiago esquizoide, veo a los típicos travestis, veo como al pasar entre la gente, al menos nueve de cada diez voltean a mirar ¿mirar que? La irrupción de otra realidad en un centro que conserva su eje en el puritanismo hipócrita que nos lego la iglesia católica castellana. La misma que condenaba a Pedro de Valdivia por vivir en concubinato mientras el primer arzobispo de Santiago sacaba la cara por la apostólica romana con una que otra mujer. Los travestis quebraron el espacio y mientras unos intentan retomar su normal y desequilibrado paso, otros se sorprenden con el obrero que cuelga a unos setenta metros de altura en su afán por dejar impecables los vidrios de uno de los tantos edificios transparentes (solo en el sentido literal de la palabra, jamás en el metafórico.).

Santiago me parece un reducto miserable después de todo. Pienso en esto y camino hacia el banco, pero caigo en la cuenta que ya es tarde para eso. Todos los enclaves financieros de esa naturaleza cierran a las dos de la tarde. El resto se supone que son volteretas administrativas y burocráticas, sin embargo, veo que los bancos cercanos abren también en la tarde. A las tres y media para ser exacto, por lo que decido esperar.

Me siento en la primera banca que encuentro desocupada. Al lado mio un par de mujeres de unos cuarenta años fuman y hablan de sus relaciones de parejas. Ninguna parece conforme, una incluso menciona la palabra frustración a la que la segunda mujer responde con el termino agobio. Imagino que sus maridos no deben andar tan lejos, tanto física como moralmente. Quizás a la vuelta de la esquina, en alguna galería conversando con la cafetera de turno.

Miro el reloj a cada rato. Los minutos terminan entrando a la cámara de entrenamiento de Vegeta antes de la batalla con Cell. Son pesados y grávidos. Lamento por lo tanto no andar con alguna libreta para anotar algunas cosas o con un libro para leer algunas otras cosas.

Decido entretenerme mirando a la gente, inventándole historias como los personajes de Benedetti o Cortázar y finalizo mi juego con un breve recuento: de diez, siete eran proxenetas o macarras, y los tres restantes, estafadores bien vestidos. En ese Santiago estaba yo, sentado frente a un banco que no abriría y mirando a la gente como lo que debían ser. Pero a mi también me miraban. Imagino que mi barba, mis vueltas alrededor de la sucursal bancaria y mis continuos exámenes a mi reloj habrán sugerido que yo era alguna especie de terrorista fundamentalista o anarquista. Mi bolso obviamente era una confirmación de la regla y allí en vez el montón de documentos arrugados que traía, portaba explosivos, cuerdas y una que otra arma para liquidar a los mirones. Pensé en esto y decidí armar un plan que consistiría esencialmente en volar el banco y de pasada quemar todo el dinero como Plata Quemada de Piglia. Me fije en los puntos débiles del edificio. En primer lugar en su estructura inestable y extremadamente ornamental, poco solida y poco imponente. Solo un paquete de dinamita. En segundo lugar, puse mi atención en el guardia a quien no vi en ningún momento tal vez por su horario de colación. Eso haría las cosas más simples. Y finalmente me detuve en la salida de emergencia que posibilitaba la confusión y la histeria colectiva de los pasantes.

Cuando tenia todo listo para volar el banco me di cuenta que antes necesitaba hacer mi trámite. Solicitar mi crédito hipotecario y afinar los detalles de mi cuenta corriente. Algún día entonces, podre darme el lujo de subir a la montaña a hablar con los animales y contar la buena nueva del superhombre, del nihilismo, de la transmutación de los valores y de las ecuaciones sobre el bien y el mal. Antes de eso debo seguir caminando y esperando.

miércoles, 11 de enero de 2012

Leer al azar. Reír al azar.

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A.- Como siempre ocurre los detalles suelen ser determinantes. Intento escapar del calor huyendo rápidamente del primer vagón del metro y choco (casi literalmente) con el bibliometro, así que estoy obligado a fijarme en sus libros.

B.- En general no hay nada nuevo. Harto Vargas Llosa y harto García Márquez, pero entre ellos aparecen los libros del asteroide, tres o cuatro libros uniformes por lo menos en diseño. Son autores desconocidos al menos para mí. Uno de ellos me suena a Europa del Este, a la rara, a la fría y a la demoniaca Europa del Este.

C.- Pago mi deuda, renuevo mi tarjeta (a decir verdad el carnet, porque el pedazo de plástico de bibliometro ya no sirve) y pido tres libros. Me aseguro que sean raros. Que no hablen ni de amor, ni de vidas pasadas que retoman el rumbo mediante saltos cuánticos en plano rencarnación, ni menos de esas maquetas empalagosas y chiclosas que hablan de situaciones mínimas como si de una teleserie sin drama se tratase.

D.- El primero que leo es Jernigan de David Gates, un autor norteamericano conocido esencialmente por sus artículos y columnas en New York Times. El libro parte con un choque, con un hombre perdido en medio del frio, la nieve y una casa rodante abandonada. Luego las cosas se aclaran y la historia toma ese tono lineal tan clásico de los gringos que escriben columnas en periódicos.

E.- Lo notable eso si es el prologo. Y es que el escritor quien presenta el texto es nada más y nada menos que el notable Rodrigo Fresan, uno de mis autores favoritos y cultores de una erudición que va desde el dominio del canon literario académico hasta el cosmos que habitan Luke Skywalker o Linterna Verde.

F.-La presentación es para reír. Reír de envidia o desolación, porque Fresan se dedica a enumerar cada una de las combinaciones literarias posibles (personajes y autores, en ese orden) para caracterizar al apático, sarcástico, alcohólico y despreciable Jernigan.

G.- Claro que Fresan es complaciente. Pone al lado del minúsculo y petulante Jernigan a los gigantes de Fante, Bukowski, Roth y O’Toole entre otros. El caso sin embargo, una vez concluida la novela, muertos unos cuantos suicidas temerarios y disueltas unas cuentas relaciones homologas a esos suicidios, es que Jernigan adolece de lo mas importante. Aquello que hace de un alcohólico o de un despreciable perpetuo un héroe entrañable: Sentido del Humor.

sábado, 7 de enero de 2012

Una canción y un viaje a otro tiempo.

escalera

A.- No hay tema más hermoso que In a sentimental Mood. Ver el humo, sentir el humo, comer el humo, tragar y alimentarse del humo que deja el tabaco mientras suena In a Sentimental Mood no tiene precio.

B.- Una tribu de Sudan, los mas negros entre los negros, los azules y morados hombres de Lenni Riefenstahl tocan sus tambores mientras sepultan a uno de ellos bajo el suelo de sus hogares. Entonces alguien llora, porque aunque parezca irreal en África también lloran.

C.- En Nueva York en tanto, llegan italianos, belgas, gitanos y lógicamente esclavos procedentes de territorios azotados por la mano levemente visible del imperialismo. Algunos lo plantean como un sueño, pero los mas lucidos saben que es una pesadilla. John Dos Pasos redacta las primeras líneas de su Manhattan Transfer.

D.- Los edificios respiran, roncan e incluso lloran. Las mamparas y los escaparates sirven de vez en cuando como prolegómenos de la muerte. Adentro en los salones henchidos de humo las mujeres coquetean junto a un piano y los hombres, miserables como siempre (desde que desataron la guerra, la cólera y la amargura de vivir) intentan escapar de todo lo que no pueden dejar atrás. Unos piensan en sus mujeres, en esas que verdaderamente tienen y también en las que no tienen. Sobretodo en las que no tienen.

E.- En Santiago 1917, los abuelos vestidos de niños, peinados como niños y balbuceando palabras como niños, juegan con soldados de plomo sobre mapas gigantes de Europa. Unos dicen ser alemanes y la gran mayoría asegura pertenecer al bando británico. No más del cinco porciento sonríe cuando llegan noticias desde esa lejana Rusia que se convierte paulatinamente en un nombre simbólico.

F.- Todo ocurre de acuerdo al plan original. Unos corren, otros se detienen en la plaza de armas a lanzar migas a las palomas. El cielo es gris y algunos rincones del centro de la capital aun huelen a tierra mojada. Es el cuarto minuto de la canción mas bella del mundo, el cuarto minuto de una opera que solo Ellington podía crear y para cuando llegue el sexto minuto y la canción mas bella del mundo acabe, los abuelos vestidos de niño desaparecerán en el letargo de la historia, los edificios darán paso a vagones destemplados viajando hacia ninguna parte y los negros mas negros del mundo seguirán llorando del mismo modo que los soldados de plomo dejan el tablero y ocupan puestos de avanzada en el fin del mundo.