domingo, 29 de abril de 2007

Lo que debería cambiar


Para complicar aún más las cosas, mi novia y yo habíamos decidido casarnos. Fue una decisión impulsiva, pero como tantas cosas estaban a punto de cambiar, nos dijimos: ¿por qué no seguir adelante y cambiar todo de una vez?” -Paul Auster- A salto de Mata





De la misma forma en que se pasa del pelo largo al rapado, de isabel allende a williams Burroughs, de un fiat del 72 a un mercedez benz del 2005, o de la música clásica al rock, los cambios llegan cuando en ellos hay algo de intempestivo. Los progresos, las ramificaciones consecuentes y sobretodo evolutivas, en realidad, sirven de muy poco. No se trata de revolución, ni menos de un armagedon al modo de Bakunin. No, aquí no hay necesidad de destruir para construir. Es más bien como lo trata Foucault; como una genealogía que en sí, esconde un sin número de rupturas que lejos de armar un todo supremo, engendran sólo hechos. Son acontecimientos, detalles, lo más cotidiano fuera de todo orden. Porque Foucault sigue a Nietzche en esa idea tan dionisiaca de la historia. Al final, sólo habrá que considerarse como cuerpo multiforme, desconectado primero, de los grandes metarelatos -al modo de Lyotard- y segundo, aniquilado en esa complitud tan cuerda, que plantea todo estructuralismo. En definitiva, no hay que nos conecte con un principio y final, tomando en cuenta los parafraseos darwineanos y las proposiciones providencialistas, estructuralistas y a decir verdad, toda respuesta “ista” al devenir de la vida. Es mejor darse por perdido, pero no como el soldado sobreviviente, que en frente tiene al ejército enemigo con el dispendio más oneroso en armas, que hasta ahora, le haya tocado ver. No se trata de levantar la bandera blanca y subir las manos. Esa, no es la forma de perder.

El modo en que nos damos por perdidos ante el escenario inconexo, es ese que nos pierde a nosotros. Por un acto de consecuencia con lo que somos, vale decir, yo completo en cada minuto, yo fragmentado en cada periodización de esos minutos. Yo como el uno entero que trepa por el gesto más espontáneo. Tomo mi lápiz, abro el pequeño cuaderno de tapa negra que tanto en el reverso como en el anverso tiene pegadas láminas curiosas, de un niño arriba de un columpio y en el reverso, un muro en desuso. Cada vez que abro el cuaderno y pasó los ojos por esas imágenes, recuerdo algo, y soy yo volviendome a ella, que de paso, contiene un mi. Como una nota, o tal vez con la tesitura del acorde del mi, sin embargo, no es música. Ese mi soy yo: mi yo, tú mi, yo en mi, tú en mi. El cuaderno, sus láminas, el trabajo que hay detrás de él, es todo lo que fuiste en ese momento. Imagino tus manos cortando la cartulina, imagino tus ojos seleccionando las imagenes, ahora tus manos nuevamente, pegan, acomodan, cortan, ensamblan todo lo que hiciste, todos los segundos en que te entregaste a una labor, terminan con el mismo final que fue el comienzo de ese trabajo. Eras tú, pero no una parte de ti, tú, como cuando eras niña y jugabas con un gato en tu mochila.

Ahora lo considero, soy yo, el otro del mi, una alteridad enteramente inacabada y vivo inacabandome. Lo hago y en ese hacer, me pongo por completo, desde el impulso más estúpido, hasta el argumento más cuerdo. Todo se encardina como si el rompecabezas que soy en el siempre (desde el parto hasta mi muerte) se juntara explosivamente para aquellas ocasiones en que algo demanda de mi. Lo veo como una ciudad con lluvia, mirada desde la azotea de algun viejo edificio. Miro hacia abajo y veo un enjambre increíble de gente, todos caminan a su antojo, el de sombrero va rápidamente hacia el norte y cruza la calle sin mucha precaución, la señora que lleva a un niño en sus brazos, se queda parada en una esquina esperando tal vez un taxi, el niño que vende chocolates se desplaza sin mucho orden, “por aquí y por allá”. Sin embargo cae la lluvia, todos, cada uno de ellos, cada célula en medio de la inmensidad del asfalto y el concreto, corren hacia los costados. Coinciden en las direcciones y mientras llueve, pareciera que estuvieran marchando desde y con, un uniforme.


Me considero asi, como el niño de los chocolates, la mujer del bebé, el señor de un sombrero. Así, si tuviera que mirar mi historia desde el viejo edificio, pero ahora, no soy más que la opción de verlo todo bajo la lluvia, y desde acá, desde abajo, voy como todos hacia un mismo lugar. Yo sin más, soy el enjambre de células: soy este temor, esta angustia, estas ganas de abrazarte, este arrepentimiento, sí, sobre todo este arrepentimiento...

Antes sin embargo, era la certeza de que no estaba mal, yo fui mi orgullo, mi seguridad, mi “fortaleza” de argumentos, yo una sóla explicación donde se congregaron todas mis formas. Y entonces jamás pensé en arrepentirme. Lo cierto es que el futuro está a mis espaldas y la filosofía descontructivista tiene algo de razón, cuando dice que nada se une, sino, solamente en la mirada de alguien que pretende pegarlo todo. Eso solamente ocurre en la muerte. Mientras tanto, sigo siendo de mil formas a cada minuto.

Algo asi es lo que me ocurre ahora, y es que en el tiempo que ha pasado desde que comencé a escribir esto, he terminado -justo en este momento en que pulso estas teclas- de arrepentirme nuevamente. Por lo escrito, por la forma en que expuse las cosas. Simplemente me arrepiento de haber escrito algo en terminos medio filosóficos, cuando en realidad lo único que debería haber escrito es que te amo.

Pero no hay nada de que alarmarse, este arrepentimiento no tiene nada de malo. No busca ir al pasado y borrarlo todo, si asi fuera, ya habría seleccionado y cortado. Lo que fui hace algunos momentos, es decir, el distingo que existe en relación a lo que soy ahora, es sólo una parte que a la vez es el todo, de lo que voy siendo, y por lo tanto, lo que viene ahora, o en este mismo momento sucede como un rio que no para de fluir, siempre, tiene que ver contigo. Y este arrepentimiento lo que busca, es cambiar las cosas, pero las cosas que vendrán. Nunca más, quiero hacerte daño. Creo ser un poco complicado, trato de entenderme y no lo logro. Sólo descubro rebanadas de mi. Aunque espera, si hay una continuidad: esa, eres tú, y eso no puede cambiar.







lunes, 23 de abril de 2007

Sin luz.



Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.
Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.
No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas.
Que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien le acuchilló ,
no por eso serán mejor curadas.
-Juan Boscan-(poeta español, siglo XVI)



Cuando casi al llegar a mi casa, me olvidaba de la misma llegada de todos los días, comprendí que ese cuasi olvido, es decir, esa amnesia frustrada de primer grado, era en realidad la contrapartida necesaria para el recuerdo. Sin ella, no habrían deslumbramientos al ver aparecer la noche, en la falta de luces.
La luz estaba cortada y el olvido de olvidarme de la noche anterior, hizo que recordara que jamás, o pocas veces he visto la noche de frente. Siempre están las luces, las de los autos, las del alumbrado público, las de las casas. Cuando no hay nada de eso, recién ahí, puedes ver la noche.
Desde luego me imaginé en el campo. Los lamparines, los chonchones, los hombres recorriendo los predios con antorcha tras algún ausente. Y ellos conocen la noche, día a día, van mirándola a la cara como si fuera un cuervo bohemio y movedizo. Entonces, prenden fuego para que se aleje.
En esta ciudad, sin embargo, nadie cree en la noche, ni como letargo, ni como el momento perfecto para dispensar pasiones. La noche, hoy, es una ausente, una olvidada en el techo de una casa, donde se reponen estrellas con un foco de 100 wats.

Caminar en medio de la noche, en medio de la ausencia, pero no del olvido, es viajar al mundo de los sueños negros de la infancia. Los colores deslavados provocan esa fascinación que puede sentir un suicida entumido por la escenografía perfecta, para una muerte eternamente aplazada. Fue así como me sentí, como el más optimista de todos los suicidas. Al fin recordé que nunca antes había caminado en medio de la noche.





domingo, 22 de abril de 2007

Nos anuncian lluvia (recuperado)

Mi madre decía que era normal y que incluso, en el setenta y tres hubo una peor. Pero la verdad, es que yo no entendía y menos aun, creía en una lluvia peor a la de ese momento. Era imposible.
Ese día en que miraba por la ventana, había un rio afuera, no se veía nadie en la calle y las luces de las siete, parecían tétricos avisos de desastre.
En las noticias, mostraban botes y gente que con espanto veía como se iba todo abajo. Del cielo caían espadas.

Pero mi madre decía que era normal. Nada comparado al setenta y tres.

A mi no me interesaba mucho el setenta y tres. Entre el olor a sopaipillas pasadas y el vaho de la ventana, era poco lo que podía concentrarme en el relato de mi madre. Me hablaba de lluvia, pero de a poco la dejaba de lado, para hablarme de uniformes, balas, gritos e injusticias. Entonces imaginaba todo eso en medio de la lluvia.

Era como recordar las viejas películas de guerras mundiales. Por mi cabeza pasaban las trincheras de la primera, y las botas del reich embarradas, de la segunda. Así imaginaba el setenta y tres lluvioso de mi madre. Desolado por las espadas del cielo, y los metales de la tierra. Sin embargo, esas eran solo lagunas.
Yo estaba concentrado en lo que caía y por lo tanto, en lo que había allá arriba. Quería salir afuera y mirar directamente al cielo, pero con los ojos tan abiertos como para ver más allá de las nubes, más allá del lugar donde los volantines y los aviones se perdían. Las nubes eran un escudo, una tapa gigante que necesitaba destapar.
Alguién tenía que manejar todo eso, y él, sea quien fuera, estaba allá, pues de allá caían las espadas y los rios.

Los autos pasaban, nadaban, remaban, pero jamás andaban. Los veía cruzar de a poco, como si apagaran el motor y sólo se deslizaran por la corriente. Porque efectivamente, había corriente. Y me daban ganas de verlos vagar por el azar del agua. Que el motor se fundiera, que los conductores echaran a la suerte el destino de esas chatarras. Ya a esas alturas todo me parecía viejo, innecesario, de una fealdad insostenible. Los postes de luz, las murallas descascaradas, las rejas que tapaban los desenlaces, etc.

A mi madre, al parecer, no le interesaba mucho el festejo que yo armaba en la ventana, asi que insistió tanto para que me alejara de allí, que por cansacio dejé el ventanal. Habían sopaipillas, y la idea de escuchar la lluvia en medio de ese aroma, no me parecía desagradable. Menos cuando estabamos los cuatro alli dentro.

Al final, mi mamá admitió que era la lluvia más intesa de la que tuviera memoria, pero sin duda, la más terrible, había sido la del setenta y tres.

Le encontré razón.

sábado, 21 de abril de 2007

Hasta que amanezca


La mano desapareció en el primer nocturno. En la radio, Roland Dyens.
Sonaban veinte letras, el disco estaba terminando y la penúltima canción era un arreglo a Julia Florida de Barrios. Comencé a recordar a mi abuelita. Recordé cuando mi primo escribió una carta de despedida en su funeral y desde entonces, esa, la canción más bella escrita para guitarra, retrocede a los años más felices de mi infancia. Mi primo y yo hurgando en cosas de grandes, mientras mi abuelita nos regaloneaba con galletas con manjar, y un par de buenos sandwish.
Al terminar esa canción, comenzó a sonar la letra número veinte "a monsieur Messiaen" y cómo no, una pieza dedicada al genio Oliver Messiaen. Un poco más repozada y sobre todo, muchísimo más apegada a la norma musical, la canción tenía ese minimalismo tan extraño de la primera mitad del siglo XX. A veces, sonaba a Debussy, pero a un Debussy que pasaba de su impresionismo monotemático a colapsos mentales. Una catatonia, giros sinápticos.

Desde el cerebro nacen, las ideas, desde el cerebro nacen, los impulsos, desde el cerebro nacen, los movimientos, desde el cerebro nacen, digan lo que digan, las pasiones. Y yo quería reventarme la cabeza.

Prendí la luz, la lámpara una vez que se enciende, asciende en luminosidad. Al comienzo, un poco tenue, es casi lo mismo que el brillo que da una vela en una casa gigante. Luego comenzó a iluminar más, pero no del todo. Me levanté de la cama, saqué el disco de Roland Dyens y busqué a the beatles. De los tres discos que tenía, me quedé con uno de los más extraños: Magical Mystery Tour. Lo dejé correr o tal vez, girar, en definitiva, sonar.

Volví a la cama y apagué la luz antes de que llegara a su cenit. Apoye mi cabeza contra la almohada y cerré los ojos. El primer tema, magical mystery tour, sin duda, era algo absolutamente acongojante. Era alegre y de una festividad proclamada, pero también declamada. Un viaje a la tierra de los misterios, como el de Lewis a la tierra que visita Alicia y me parecía ver al mismo conejo infernal y a ese gato hecho de oscuridad, colarse en la visión de una estepa sin fronteras. Me imaginé en Mongolia, en el punto donde la tierra se acerca a la creencia medieval de un plano extendio entre el cielo y el infierno. Había muchísimo pasto y el viento lo movía en vaivenes insesantes. De un momento a otro, aparecía una bola de color rojo. Era como un punto en el horizonte que bajaba hacia mi.

Penny Lane. Otra canción con nombre de mujer.

Pasé de largo Your mother should Know, y Strawberry Field forever, tal vez eso fue en el momento que pensaba en que todo era como un enorme campo abierto. Nada de fresas, sólo pasto y una bola roja girando adelante. Asi que sin darme cuenta, mi conciencia se inscribió en los lindes de las canciones y los sueños. Eso, hasta que comencé a asfixiarme.

Después de haber dormitado un par de minutos nuevamente, desperté con una extraña sensación en mi brazo derecho. Resultó que no lo sentía. Estaba como muerto, aplastado por mi cuerpo, sesenta y tantos kilos aplastando mi brazo. Y me desesperé, me volví medio loco, porque no comprendía. Nada de lo que me pasaba tenía sentido, todo era aun más grave. Creí estar desvaneciéndome de a poco, sentí mi cuerpo como una fotografía que el paso del tiempo termina carcomiendo. Mi cabeza estaba nublada, se trataba de un humo espeso que poblaba rincón a rincón, con una pasmosa aura de infelicidad, cada segundo que pasaba entre cada segundo.
Entonces vinieron los saltos, los espasmos, los nudos en mi cuello, las imprecaciones contra mi vida. La escena me resultaba familiar.

¿otra vez en ese lugar? Cuando logré tranquilizarme, presté otra vez atención al disco, estaba terminando. "All you need is love"

domingo, 8 de abril de 2007

Reconciliación

Hace una semana aproximadamente, mientras estaba encerrado en mi pieza leyéndo un penoso texto de lugares, reseñas y datos, llegó un primo que no conocía mucho. Según mi mamá, él venía exclusivamente a hablar conmigo. Al principio, claro, no entendía muy bien de que se trataba, porque en el desconocimiento mutuo estaba implicita la obviedad, de algun tipo de cercanía que nos uniera a algo.
Al principio con algo de timidez, traté de entablar una conversación. Pasaron dos minutos y lo entendía todo. Él historiador, profesor de historia, geografo y además guia turístico, sabía que yo estudiaba pedagogía en historia, asi que los lazos invisibles empezaban a tomar forma. Comenzó hablándome de sus intenciones a futuro y ahí es dónde estaba el punto de unión.
Me dijo que estaba un poco cansado de Santiago, a lo que respondí que mi condición era la misma. El hastio de la ciudad, la escoba que estaba quedando en materia de transporte, la delincuencia y la absoluta falta de sentido en todo lugar, al parecer, era algo con lo que ya no podíamos lidiar. Era tiempo de salir y de velar por cada uno.
Como guía turístico, me habló de un lugar increíble en el que por suerte, yo había estado, pero no lo suficiente. Me dijo que Chiloé era un lugar fabuloso y que por sobre todo, nos daba muchas oportunidades a nosotros, los profes y futuros profes de historia. Allí habían pueblos de no más de diez familias, y la historia se encontraba estancada todavía en un sistema de economía natural. El trueque, la distribución del excedente como moneda de cambio y la cordialidad de cada familia, que hacía parecer a los poblados costeros y marginales, como resabios de épocas apaleadas por la mentalidad occidental.
Por lo que me dio a entender, quería hacer buenas migas conmigo, y es que su sueño era vivir en Chiloé. Para eso necesitaba un amigo, alguien que lo acompañara en una nueva forma de vivir.
Me alegro mucho que contara conmigo, o que por lo menos, por un acto de entendible curiosidad, decidiera hablar de cosas afines junto a mi. Tanto así, que después de divagar sobre una posible residencia en Chiloé, nos fuimos a lo que nos gustaba de sobremanera: la historia.

Osvaldo, tiene unos treinta y cinco años, y la mayoria de edad se notaba en las palabras. Me hablaba de Sumer, de Ur, luego de la religión hindú, brahmanes, arios, textos védicos, y de forma declamatoria, de China y la impresionante empresa de su muralla. Sin embargo, es historia antigua y de cierto modo, todo se conecta con todo. Nada es cierto y todo eso da la inmesa posibilidad de discurrir largamente sobre las teorías provenientes desde la etnohistoria y la arqueología. Esto, a pesar de que un profesor con complejos de héroe o Dios helénico, asegure que hay cosas -como esas- que son indubitables. Ay señor...
De pronto le hablé sobre el rol de la música en la historia, la verdad es que no pude aguantar de comentar algo que de repente puede ser extraño para los convencionalismos de la historiografía. Le hablé de Ellington, de los ritos bantúes, de las líneas y curvaturas de la tradición transectadas por la música que me enseñó el profesor Patricio Cisterna. Sin embargo, no era extraño para él. De inmediato me habló de Ravi Shankar y su apreciación sobre el lugar de la música negra hoy por hoy.
Quedé gratamente sorprendido con sus comentarios y sobre todo, con su formación hecha a mano. Luego, hablamos de historiadores, de aquellos autores sobresalientes en la disciplina, que sin embargo, no gustaban figurar como la gran parte de los intelectuales burgueses de este país. Obviamente descalificamos a Villalobos en su condición de polemista desesperado y ultrajador de teorías foráneas. Nos quedamos con Jorge Hidalgo, Ricardo Latchman, Lautaro Nuñez, Salazar, Sergio Carrasco, etc. Obviamente le hablé de Patricio Cisterna.

Justo ese día, una vez que Osvaldo se fue, las ganas de comer libros se tornaron inaguantables. Tenía tantas ganas de leer sobre religión antigua, asi que tomé libros de viejas civilizaciones para refamiliarizarme con el tema. Lamentablemente justo se cortó la luz.
Con mi hermana buscamos velas y en medio del velamen de mi pieza, hice un espacio para mirar fijamente el cuadro de Echart que tengo en uno de mis muros. Eran lagartos; dos tipos de lagartos, uno blanco y otro negro. La lámina estaba repleta de esos dos lagartos. Se cruzaban, se sobreponian y se acomodaban tan bien que no sobraba ningún espacio. Todo el cuadro era piel de lagarto multiplicada por una cuantas decenas.

Ahí fue cuando me acordé de Itzama el primitivo Dios de los mayas. Mi cabeza se transformó en una sala de imagenes, de visiones pasadas. Dejé de lado los legajos de historia recién tragados. Desaparecieron por un momento, los intelectuales africanos, la colonización Inglesa y Francesa, y por fuerza mayor, Franz Fanon quedó relegado a la parte más oscura de cierta biblioteca que todos tenemos en la cabeza.
Fui atravesado por un dispendio de relatos y letras formando fabulosos pretéritos. Cayó América, mi continente, mi Patria ajada, justo sobre ese Lagarto Maya. Itzama, quien sostiene en su torax al mundo y a los trece cielos, al que por lo general acceden guerreros, sacrificados y madres muertas tras parir. Pero recordé escasamente ese dato y esa historia. La cosmología y cosmogonía maya estaba un poco oscura, y es que sobre ella, habían otros discursos; los relatos típicamente modernos.
Quise averiguar más sobre la civilización del Yucatán, cuáles eran sus deidades, qué relación había entre Kukulcán, la serpiente emplumada maya y Quetzalcoatl, su simil azteca. Pensé que era el origen y que de cristianos, todos, los hombres de esta tierra, no teníamos nada. Nuestro pasado estaba en otro lugar. Quizás no precisamente en la peninsula mexicana, ni tampoco en los andes peruanos. Pero sí tal vez, en lo que trajeron los desplazados desde el norte.

Cuanto rencor tuve con los mapuches en más de una ocasión. Los consideraba traidores, vendidos, e incluso llegué a comprarme el cuento de Villalobos sobre esos burgueses de Arauco. Qué diablos, en frente tenía a los lagartos y también a Gautama el Buda, cambiándo de color como el Toro de Altamira, a propósito del fuego de las velas. Adelante mio no había occidente, tal vez el computador, los discos de grupos estadounidenses y las botellas de cervezas, eran la escenografía de mi vida. Mi vida como la de cualquier otro; tapada por el viejo mundo.
Recordé las palabras del profesor Patricio, cuando afirmaba que teníamos que buscarnos en el pasado. Buscar nuestro árbol, pero con las cordenadas de un rizoma, rastrear a nuestros ancestros, a esos genes primigeneos de lo que somos hoy día. Como la idea de Platón, pero más concreta. En el cuerpo, en las heridas, en los cortes como Foucault, en una ramificación contracturada que nos remite a un orígen.

Sé que mis bis abuelos por parte paterna, son Italianos, y sé que por parte materna, son españoles. Los primeros cómo no, huespedes de la necesidad durante el auge del salitre y los segundos, hacendados en latifundios de Concepción. Cerca de Rere, epicentro de los mayores conflictos de autoridad en las postrimerias de la étapa colonial. Sin embargo, la historia me dice que el mestizaje es a cada momento y en que cada período un fenómeno silenciado, ignoto por las pretensiones de pureza que dejó la sociedad biestamental colonial.

Acepté que es imposible renegar de nuestros indígenas. El secreto mejor guardado de la historia, debería revelarse. Somos la tierra, los dioses antiguos, los ritos inconclusos y el mito trepidante de una vida mágica. Pensé que en efecto, Dios si existía, pero por la multiplicidad de formas, lo más correcto era pensar en que el venía en nosotros como una imágen primordial. Y que por lo tanto, pensando en que todas las culturas desarrollan sus dioses y en cierta medida un tipo de religón, Dios está en nosotros. Como la idea de Plotino, en que todo está en uno. Por eso acepté que había algo de absoluta verdad en el Pillan mapuche, en el Kloketen ona, en el Viracocha tiahuanaco, en el Quetzalcoatl azteca y en el Itzama Maya. Lo mismo que el Mitra Hindú, el Enlil Sumerio, el Han ku chino, y cómo no, el Ra Egipcio. Demás está hablar del Jah ve judio.

La historia se muestra como ese increíble espejo del alma humana. Cada mito, cada leyenda y cada sobrenaturalidad en los dioses, muestra algo de nuestra naturaleza. Si alguien, como los razonables científicos y sabios decimonónicos, pretenden pasar su pie por encima, a través de un cuento tan moralmente correcto como el de los tres estadios de Comte, es aconsejable pensar en quienes fuimos. Porque estoy seguro que mis abuelos y bisabuelos, fueron en parte, lo que estoy siendo.

Después de todo la historia si sirve para algo.