sábado, 26 de abril de 2008

Página 156



“Corriste sin saber si la buscabas o estabas escapando. Tropezaste con maniquíes que te acusaban en las veredas. Deambulaste por un Santiago que nunca habías visto. Las calles eran grietas; de repente un parque, un río, la fachada solemne de la Escuela, pero rayada, chorreada de pintura y cubierta de lienzos. Una toma. Piquetes de carabineros tras sus fantasmales escudos transparentes preparaban el desalojo. Vagaste entre fogatas, pisando vidrios machacados. Grupos de estudiantes coreaban proclamas, lanzaban panfletos desafiando un ultimátum. Te tomaste de la reja creyendo ver entre ellos un perfil parecido al suyo.” Carlos Franz

domingo, 20 de abril de 2008

Página 73


“Cuando los Guerreros estaban bateando, me acerqué y le pregunté si le gustaría jugar en el ala izquierda. Dijo que no con la cabeza. Le pregunté si estaba resfriada. Otra vez negó con la cabeza. Le dije que no tenía a nadie que jugara en el ala izquierda. Que tenía el mismo muchacho jugando en el centro y en el ala izquierda. Toda esta información no encontró eco. Arrojé mi guante al aire, tratando de que aterrizara sobre mi cabeza, pero cayó en un charco de barro. Lo limpié en los pantalones y le pregunté a Mary Hudson si quería venir a mi casa a comer alguna vez. Le dije que el Jefe iba con frecuencia.

-Déjame-dijo-. Por favor, déjame.” J. D. Salinger

sábado, 19 de abril de 2008

Página 39


"El problema es que el mundo es un problema y seguramente no seremos ni usted ni yo quienes lo resolvamos, hubiera querido decirle Pereira. El problema es que usted es joven, demasiado joven, podría ser mi hijo, hubiera querido decirle Pereira, pero no me gusta que usted me tome por su padre, yo no estoy aquí para resolver sus contradicciones. El problema es que entre nosotros ha de haber una relación correcta y profesional, hubiera querido decirle Pereira, y que debe usted aprender a escribir, porque, de otro modo, si escribe con las razones del corazón, va usted a tropezarse con grandes complicaciones, se lo puedo asegurar." Antonio Tabuchi

lunes, 14 de abril de 2008

Paseo Bulnes (fragmento)

Capítulo 3 "Close-up" .


Porque sus ojos me dejaban fuera de sus pupilas para que yo viera desde lejos a Patricia y mirara su rostro, ese rostro que parecía una postal desde el cielo o desde el pincel de Miguel Ángel. Vi su boca y tuve la tentación de cruzar el umbral y bajar hasta donde estaban todas las compañeras de mi hermana y volver a recordarlas, volver a verlas para saludarlas una por una y al final llegar a Patricia y darle un beso en el borde de sus labios de manera tal que hubiese bastado un ruido, una pequeña onda en el aire, para que mi boca se hubiese deslizado a la suya como un mecanismo perfecto, un reloj suizo dando las doce en punto. De ese modo, su mirada me invitaba a imaginarme junto a ella en un plano de infinitas posibilidades. Yo trataba de escrutar su mirada. Intentaba adivinar el contenido de esa melancolía, el barniz de su impronta, pero por mas que lo intentaba me perdía y bajo mi costilla izquierda algo se amontonaba, algo me rasgaba tímidamente la piel al punto que los nervios eran corrientes de aire desperdigadas bajo mi ropa. Ahí estaba yo, mirando a la mujer más linda, a los ojos más profundos. Tan profundos como para ahogarse del mismo modo que se ahogaban mayas en los cenotes de Chicen Itzá. Pero lo mío no era un sacrificio. Yo estaba bajo los efectos de mi vida anterior o bajo el signo de alguna constelación. De una triste constelación y de una triste vida anterior.

No podía ser cierto. Cómo ver a una persona por primera vez iba a provocar giros alucinatorios tan definitivos, muestras perentorias de lo que son posible los sueños, de lo que es capaz el anonadamiento, el deslumbramiento, el absoluto abatimiento tras un fragmento microscópico de tiempo. Las ganas de besarla, el impulso de acercarme a su oreja y detallarle la rasgadura a la que había sido sometido mi vientre por su culpa, me paralizaban. Era mejor seguir concentrado en su piel, en el aroma ficticio a vainilla que sólo puede provocar algo extremadamente limpio. Sentí que mi vida era un soplo que se inflamaba con el fragor de octubre y que una vez terminado el rito absurdo del saludo colectivo, esa presentación infame y teatral del hermano de la anfitriona, las cosas, eso que llamamos “las cosas” y que no es más que lo que un científico denominaría como “todo”, cambiaría para siempre.

viernes, 11 de abril de 2008

Paseo Bulnes (Fragmento)


Que ojos más lindos pensaba yo y de pronto me soltaban, dejaban que volviera a mi puerta, a mi refugio secreto al otro lado de ese umbral. Pero sus ojos no me expulsaban como un árbitro a un jugador de fútbol. Sus ojos me expulsaban del mismo modo que un profesor envía al alumno flojo al frente de la clase y le hace explicar la composición de la atmósfera frente a todo el curso. Lo que no sabe el profesor es que el alumno no tiene ni la más peregrina idea, de qué es la atmósfera, así es que el alumno se ve en la misteriosa necesidad de inventar y para ello recurre a lo poco y nada que tiene a su alcance: su imaginación. Y tú me preguntas qué es poesía. Poesía son tus ojos, poesía eres tú. Eso por lo menos dijo Gustavo Adolfo Becker cuando le preguntaban sobre poesía. Y tú me preguntas que son tus ojos. Tus ojos son poesía.

jueves, 10 de abril de 2008

Paseo Bulnes (Fragmento)

La pintura llevaba por nombre “Hércules mata las aves de Estinfalo” y fue realizada por Alberto Durero. En la obra se ve a Hércules apuntando a las aves de Estinfalo, con más fiereza que destreza, esto, por la dirección de su arco que producto de los precarios avances en materia de perspectiva tal vez, lo situaban en un ángulo complejo, como si Hercules no estuviera flechando aves, sino a Estinfalo en persona, un Estinfalo oculto tras los escarpados montes lacedemonios. Lo destacable es que Hercules parecía más bien un prototipo de atleta recién iniciado, un hombre joven y sin mayor fuerza que la de la voluntad. Era alto, tan alto como el tipo germánico hiperboreo, pero con un rostro de italiano insalvable. Además en una primera vista parecería que su pelo era corto, pero luego aparece un montón de pelos desparramados hacia su espalda lo que da la impresión de que Durero pensó muchísimo en el carácter de Hércules. Primero lo imaginó con un corte de pelo artificial, uno de esos estilizados peinados helenos que permiten la estética del gladiador laureado, sin más miramientos que el de la belleza y la gloria. Sin embargo Durero como sabemos no era griego y menos un helenista acérrimo. No perteneció a la generación de Schiller, Fitche, Schelling, etc. No cubrió sus ojos con el velo de retórica griega tan frecuente en los alemanes. Por el contrario, Durero era un sajón y de los bárbaros, por lo tanto, no podía permitirse un lujo excéntrico como ese. Era inaceptable para su pincel, ilustrar a Hércules como un sodomita olímpico. Nuestro pintor alemán es lo que puede considerarse como un empirista, o un artista tentado por el naturalismo, lo que además de proferirle un cariz de reproductor del mundo como lo fue Da Vinci, imponía en él una extraña fijación en el mundo según el carácter y el carácter germano era indiscutido. Lo supo Lutero que antes de ser un reformista era católico, y no lo iba a saber Durero que antes de pintor era hijo de orfebre. Dicho de otro modo, Durero no daba concesiones. Para él existían dos razas; los germanos y los salvajes. Pero ese ya es otro cuento. Lo que interesa aquí, es que Durero –imagino- absorto frente a su tela miró durante un par de horas a Hercules. Lo vio con el pelo corto, con esa cara de siciliano curtido por las invasiones, y motejó su error como quien cauteriza una herida autoproferida. El problema es que se nota su duda. Se nota tanto como el añadido de la perfección del Dios cartesiano o cómo las obras póstumas de los autores sobre editados, tanto cómo las segundas partes de películas notables. De esto se resuelve que los pájaros de Estinfalo pasan a segundo plano del mismo modo que Estinfalo aparece como una sombra dentro de otra sombra que es el paisaje trémulo de una Lacedemonia urbanizada, pintada como si se tratase de Brujas, Ypres o alguna ciudad flamenca sitiada por los ejércitos de Carlos V. Ese es, de cualquier forma, el vicio de todos los pintores renacentistas. Lo imaginaron todo como el presente.

sábado, 5 de abril de 2008

Carta de un muerto flotando a sus conocidos en tierra firme.

"Ido el sol, el mundo se llena de su ausencia." Macedonio Fernandez


Hoy me hundiré. Me hundiré tan hondo que no me podrán sacar ni con las cuerdas de Julio Verne. Entonces, vendrán los familiares cercanos y los lejanos, los amigos verdaderos y los falsos, los topos y las ratas, y me mirarán con sus ojos de botellas al sol. Me dirán que suba, que salga, que vuelva arriba porque el día está lindo y la sombra de los árboles es perfecta, tan perfecta como si frente al sol se hubiese posado un pájaro mitológico, un enorme pájaro prehistórico con alas de fuego. Pero ya está decidido. Yo me hundiré. No tengo mucho que contar, más allá de las vagas impresiones que me dejan los escapularios sobre un santuario en Atacama. Dicen que escribo poesía y una risa se me escapa del mismo modo que podría fugarse un reflujo, un vomito en medio de una guerra. Los que lo dicen no me conocen, pero entonan sus palabras con una fijación extraña en la sabiduría. Los veo a diario. Miro a esos alfonsos sabios, a esos ptolomeos y esnobs de universidades sin prestigio y me recuerdan a los funcionarios de ministerios corruptos, ellos y sus clientelas bajo el agua. Ellos me dicen que escribo poesía. Y no me conocen. Yo estoy en el fondo. Hoy me hundiré y mañana y pasado y tal vez todo lo que me queda de vida, y puedo asegurar que la decisión es involuntaria. Alguien la tomó por mi.

Lo que tengo para cumplir mi labor sepulcral es como siempre, modesto. A decir verdad, no cuento con nada, lo que en términos prácticos hace el ritual infinitamente más complejo convirtiéndolo en una partida de ajedrez abstracta, una lipotimia desenfrenada al borde de un barranco igualmente abstracto, con cancerberos abstractos, Polifemos abstractos, dioses asirios abstractos y una caterva abominable de escritores de best sellers compulsando tu caída como si el sólo hecho de desmoronarse en el aire, constituyera un hecho único e irrepetible. Un deja vu de los suicidas. No tengo nada. Ni hachas, ni pistolas, ni sogas, ni un balcón sobre un décimo piso, lo que en la misma secuencia quiere decir que tampoco tengo sobre qué caer. No tengo donde caerme muerto.

Tendré que trazar un plan perfecto. Tan exacto como la ingeniería que dispone trenes bajo el mar y enormes puentes sobre él. La pregunta por lo tanto es: ¿cómo se hunde un hombre sin tocar el suelo? Fácil. Hundiéndose en el agua.