miércoles, 31 de agosto de 2011

Mi música.

Eddie Vedder He encontrado el volumen justo. Ubiqué la barrita un milímetro más allá de la mitad, un milímetro hacia la derecha quiero decir, un poco después de ese ecuador imaginario que fijamos con la mirada para medir nuestra propia inexactitud. Entonces, con ese paso listo la música suena no desde afuera como siempre sino desde adentro, como siendo connatural a los oídos. Los audífonos eso sí, tienen que estar bien puestos, especialmente si lo que se quiere es caminar por la calle o pasear por los laberintos que suelen ser nuestros espacios comunes, sintiendo que reemplazamos la molesta voz de nuestra conciencia con esa carencia absoluta de lucidez, que es final y fatalmente, la música en su estado más puro.

lunes, 29 de agosto de 2011

Lunes (en modo descriptivo)

cubo El mejor día de la semana. No llueve, está despejado pero no hace calor. El aire es relativamente limpio y a lo lejos se ven nubes que parecen sacadas de algún capítulo de los Simpsons.

Voy al colegio. Escucho y hablo parcialmente sobre algunos temas relevantes. Educación, democracia y empleo. Luego los minutos pasan y se vuelven pesadamente en horas que bien pensado se asemejan a las canas que salen –en mi caso- después de los 25. Cada hora en ciertos contextos es equivalente a una cana.
Al final me despido y camino hasta el metro Quinta Normal. Paso frente al Bibliometro y no hay nada interesante. Solo Las Benévolas de Jonathan Littell, un libro increíble y de proporciones bíblicas.

Me bajo en Plaza de Armas con la esperanza de encontrar el último libro de Gabriel Salazar del cuál me hablaron profusamente en un carrete a eso de las tres de la mañana. Le pregunto al vendedor por el último libro, pero el vendedor me comenta que el último es un texto de entrevistas en torno a la figura de Carlos Altamirano y yo le digo que no, que ese no es el último porque el último según mis fuentes habría salido no hace un año, sino que recientemente, una semana o menos quizás. El vendedor quien tiene una voluntad de oro, me lleva hasta su computador y busca infructuosamente. Qué raro le digo, probablemente es tan nuevo que ni siquiera está en las librerías y aun permanece oculto en la editorial de origen. Sin embargo, al tiempo que digo esto, pienso en que mi fuente no es del todo confiable porque a fin de cuentas está absolutamente mediatizada por un grado importante de vino en mi cuerpo. Ese día a las tres ya había consumido dos botellitas de Merlot y la única certeza que tenía entonces radicaba en la importancia del vino desde tiempos inmemoriales. Dije gracias al vendedor y me fui.

Lo hice caminando como siempre. Ni micro. Ni taxi. Ni metro. Es que caminar desde el centro hasta mi departamento es fabuloso. Ver el imponente edificio de la Universidad de Chile tapizado con lienzos, afiches y proclamas me da un poco de ansiedad y de curiosidad. Me recuerda a ratos que estoy viviendo en medio de un proceso histórico único.

Caminé por San Diego, miré sus librerías y me fijé en uno que otro libro, vi los instrumentos en la casa amarilla y reí mientras buscaba la tienda La Polar justo ahí, en el lugar donde ya no había nada. Llegué finalmente al Parque Diego de Almagro. Ese lugar siempre ha significado varias cosas. Desde los juegos Diana que me remiten a mi niñez a mis padres tomándome fotos sobre los juegos, hasta el pequeño rincón de los libros donde justamente, conseguí mis primeros textos. Si mal no recuerdo, el primero fue Balzac y el segundo Pessoa. El tercero y el quinto no los recuerdo, pero asumo que era algún escritor menor y decadente.

Mirando los libros, me llamo la atención un texto de Sergio Grez: La historia del Comunismo en Chile 1912 1927. Le pregunte al vendedor, quien se notaba instruido y amante de la literatura de izquierda, y me respondió que efectivamente era un texto nuevo e inédito, publicado hace no mas de una semana y que ni siquiera estaba en librerías. Dicho eso, no me quedo nada más que comprarlo.

domingo, 28 de agosto de 2011

Botiquín (en modo fresaniano)

Pearl Jam No Code 1996 Inside I

Uno: Cada disco, cada artista, cada tema es una cápsula. Pienso en un medicamento que consumes cada tanto y de manera desprolija, pero que de cualquier modo recetarían cuando ya no hay nada más que recetar.

Dos: Consumo tanto Miles Davis como Mark Lanegan. El primero es recomendado para los problemas derivados del corazón, taquicardias o arritmias y el segundo –Lanegan- sirve para las alzas de azúcar. Es como quitarle el azúcar al café.

Tres: Se recomienda escucharlos en dosis moderadas. No más de 4 o 5 temas continuos y siempre en horario vespertino ojalá entrando en la madrugada.
Cuatro: Para comenzar el día recomendaría mezclar tu suplemento alimenticio de cabecera con alguno de los siguientes comprimidos: Pearl Jam (evidentemente que el disco Ten o Versus), Kuervos del Sur (sobretodo si tienes un trabajo tedioso y necesitas fuerzas, muchas fuerzas para pasar la prueba) y Kings of Leon (disco Only by the night).

Cinco: El uso desmedido de cualquiera de los medicamentos anteriores puede provocar alteraciones evidentes en el estado de ánimo. Sonrisas espontáneas, melancolía e incluso alucinaciones en estado de vigilia.

jueves, 25 de agosto de 2011

De esta no te salvas.

pinochet El desempleo indudablemente provoca el mayor de los placeres: ocio. Y como madre o padre de todas las ciencias cultiva entre otras cosas, adicciones y profundiza los antagonismos entre el deber ser y el simple y rápido hecho de ser a secas.

A veces me comprometo en ese debate interno y al salir de él, lo único que queda es el impulso definitivo que me lleva hacia la guitarra, el libro, el cuaderno o –a propósito de nuevas adicciones- al PlayStation. Sin embargo, la más fundamental ha sido de cualquier modo, pensar mi país.

Chile como campo de batalla. Como siempre ha sido según Alejandro Zambra. Y yo me entero de esta pequeña guerra silenciosa, mirando por internet los titulares de los periódicos independientes que complemento con la falacia bien estructurada de El Mercurio, diario del cuál soy orgullosamente suscriptor. Allí (en El Mercurio o en los pasquines independientes) se ven las escaramuzas callejeras y confieso que sin ser un anarquista ni un ultrón, he añorado ver en uno de esos combates, el triunfo épico de los encapuchados sobre el aparato represor. Sería una escena muy bonita sin duda. Justicia para el argumento anarco que se basa en la violencia cotidiana de la cuál son víctimas los más desposeídos de este fundo colonial.

Menciono a Chile porque mi nueva adicción es colarme entre esas fisuras que dejan medio abiertas los procesos históricos y entre ellas, observo, a veces presencialmente y otras desde lejos como el modelo va cayendo a pedacitos. No a nivel local solamente, sino a nivel Mundial. Santiago Segura lo afirma y si él lo plantea de ese modo, entonces no hay posibilidad de error.

Por otra parte, el tiempo libre me ha garantizado la posibilidad de quedarme largo rato mirando el techo y recordar episodios notables de mi infancia. Uno de ellos tiene que ver con la política. Año 1989. Año de propaganda política. Mis padres me llevan a presenciar el acto político de Hernan Büchi, el candidato de la derecha. Se demora en llegar. Tarda demasiado. Tanto que los vecinos comienzan a impacientarse. Algunos especulan su ausencia, otros solo esperan sentados y no faltan los que optan por retirarse. Mi mamá en cambio espera, pero lo hace comentando la situación. Para ella es todo un circo. Pronuncia la palabra “teatro”. Esto es “puro teatro” dice ante el atraso del pajarraco neoliberal y yo me quedo mirándola porque lo dice con cierto rencor, el mismo que se contrapone a los vítores y aplausos que recibe el candidato al llegar minutos más tarde. Sin embargo, esa expresión me ha quedado dando vueltas hasta hoy. Deduzco que tiene que ver con esa vergonzosa forma en la que se ha vuelto el país desde entonces. Las sonrisas, las fotografías de vida social en el Mercurio, los debates inocuos, los discursos y la pobreza.

Sí, sobre todo la pobreza. Esa que como en el teatro de mi madre, han sabido esconder meticulosamente los políticos bajo la alfombra, olvidando en todo caso que no se puede acumular tanta basura sin tener que removerlo todo al final. Y al igual que muchos, ahora podemos mirar –como un pasatiempo vívido tal vez- como todo vuelve a su lugar. La deshonra de no poder haber juzgado a quien avaló y cobijó el actual modelo puede ser menos fuerte una vez que su herencia desaparezca. Y en eso está gran parte del pueblo chileno.