"Para mi el tiempo es una medida, un minutero.
Es inasible, se va , a nadie le pertenece
Yo quiero saber si es aire, si es espacio
¿Qué diablos es mamá?"
Elena Poniatowska, la piel del cielo.
Los cursos imaginarios surcaron
la columna vertebral de la esfera, arrastraron hace milenios y millones formas
de vida que trazo recordando las escuálidas revistas de vida extraterrestre que
mi padre coleccionaba, fascículo a fascículo, en su pequeña biblioteca
portátil. Se trataba de hojas en roneo donde se especulaba a través de
tipologías, categorías y sumarios abiertos a una creatividad temeraria. Hombres
hiperbóreos que algún día habitaron el norte de Europa, inmigrantes pacíficos
que labraron sus oficios secretos con una paciencia de santo. La piedra que era
piedra se convierte en un cráneo
diamantado con símbolos que se confunden con las esquivas runas vikingas, los
ojos siempre grandes, las manos siempre delgadas y afiladas, las extremidades
señalando sus platillos voladores alejarse, sus rostros permanentemente
inmutables. La emoción es un rasgo que dejaron ir en las aguas que ahora son
siluetas.
Paréntesis :
El cinturón de Orion brilla como
tus dientes. Las explosiones de las estrellas más distantes golpean los
pergaminos que escribí para alejarme del cielo un ratito. El desierto es la
frontera y más allá se encuentran hombres que vagan circularmente durante
cuarenta días y cuarenta noches. Dios es extraterrestre dice la revista de mi
padre y yo la hojeo mientras afuera comienza a granizar; pequeños meteoritos se
rompen contra el pasto. Nada se puede hacer contra el inmenso firmamento pienso
ahora (aunque lo mismo debo haber pensado cuando niño) pero. Es necesario corregir
la disposición de las hojas de te, re dibujar las lanzas y las flechas
arrojadas por el brujo, volver a barajar el mazo, arrojarlo. Al vacío. Tirarlo por la ventana y que las gárgaras que
hace el granizo en el suelo tibio, liquiden (licuen) la barrera de la luz. Que
la galaxia desde donde hablo se coma el pasado y que al otro lado un telescopio
recuerde la fraseología rebelde de esta misión a-marte.
Cierre de paréntesis.
Una molécula de agua bastará para
alimentar la imaginación de los viajeros de blanco. Aunque sea imposible,
aunque no haya ni partícula ni molécula ni átomo, aun así habrá agua, porque
esta comprobado que lo que no existe no tarda en comenzar su obstinada campaña
de nacimiento a partir del discurso. Primero fue el verbo dicen los
extraterrestres. Luego la carne.
De algún modo todo me parece
hecho a la medida de las siluetas de Marte. Las huellas en la playa de Achao donde
el mar del sur besa a dos amantes que se revuelcan en la arena mientras el
viento dobla los arcos de las Iglesias frente reliquias que vuelven a ponerse
de pie. Los perros dando vueltas en círculos, pillándose la cola, ladrándole al
aire como si el fuera el fantasma que trae de vuelta al pasado (el oído ajusta
su sintonía a la reverberación del hambre y a las palabras vascas que componen el
idioma del viento), y la máquina del tiempo señala el camino: las hojas en el
suelo, el metal en su nomenclatura oxidada, las empalizadas abandonadas, las
arrugas reflejándose en el mate, el esqueleto de la flor que me hace llegar las
últimas partículas de su aroma, estando yo en un observatorio al norte y ella
en la cumbre que espía al mar.
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