martes, 24 de abril de 2012

No contaban con mi astucia.

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“Escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado” dice Roberto Bolaño sobre Nicanor Parra y al ratito, veo por internet un video grabado en 1977, donde Parra habla de la Dictadura.“El zorro está a cargo del gallinero” dice mientras los rostros de los asistentes se rompen como las grietas imaginarias del “hombre imaginario”.  Pero lo que impresiona no es la ironía, no es la risa fácil que provocan sus poemas y sus artefactos, sino esa necesidad de ir siempre a la contra, de no entrometerse ni menos, ser capturado por las mafias políticas sin clase que pululan el vertedero de Avenida Pedro Montt. Por el contrario, su obra, siempre prolífica de referencias icónicas, impacta directamente contra ese molesto status quo que de una forma u otra, es preexistente a todo acto creativo. En otras palabras, Parra entiende que la labor del poeta, es eminentemente destructiva. Bien intencionada, pero destructiva, tal como lo demuestra la naturaleza temeraria del antihéroe.

sábado, 7 de abril de 2012

La soledad de las cajas de cartón

 

A Patricia Valderrama.

Sabíamos que teníamos todo el tiempo por delante, sabíamos que contábamos con lo esencial y de algún modo también con lo accesorio. Sabíamos que nuestros espacios y nuestras conquistas eran siempre, parte de una complicidad testimonial; de miradas y de silencios bien puestos. Sabíamos que había que dejar evidencia de cada paso, de cada juego. Sabíamos que el papel lo aguanta todo y el roneo bien conservado es el tesoro perfecto para la tinta. Sabíamos observarnos y leernos en los ratos de insomnio, cada pulsación en la pantalla era un artefacto hecho a la medida de nuestras cajas. Sabíamos como hacerlo, todo el tiempo. Decir y hacer eran parte del mismo idioma, una conexión insumisa sobre la cuerda floja. El lenguaje de los quipus que tejimos como dos prisioneros en la cárcel de los gestos. Sabíamos amor, que el peligro es como un tren en media noche, un zarandeo violento y estertóreo a lo lejos, una luz que crece y de pronto palidece, según cuentan los muertos sin dolor. Sabíamos tantas cosas y sobre ellas, fuimos organizando episodios junto a nuestras furias melómanas (porque las canciones no solo aparecen con la pena). Creamos, disfrutamos y luego guardamos nuestros queridos escombros en cajas de zapatillas o frasquitos acomodados para tales propósitos, papeles, fotografías, dulces elaborados con hojas de revista, discos abreviados a nuestra medida, cartas, sobretodo cartas que emulaban esas relaciones epistolares del siglo XIX, tu siglo mi vida. Y sabíamos que en algún momento las dimensiones de los recuerdos, su volumen y su peso, podrían superar la magnitud del espacio real, los rincones y las superficies vacías, darían paso a nuestra pequeña biblioteca de Alejandría que con el tiempo habría de ser castigada por los “trabajos y los días”. De cualquier forma, ambos conocimos la arqueología de las cajas de cartón, los horizontes y las capas subterráneas que esconden no solo esa prehistoria angustiosa de sus cimientos, sino su gestación, su expansión hasta lo indecible, y si no me equivoco siempre hay tiempo para volver a casa tras descubrir sus materiales.