miércoles, 26 de octubre de 2011

Catorce.

pianistaA.-

Un hombre que ve a la mujer de sus sueños entre otras muchas mujeres, parece querer correr, querer alistarse en las filas de los cuentos que lee secretamente al alero de canciones que también, escucha secretamente.

B.-

Un hombre que no es tan hombre sino solo un niño prefiere olvidarlo (olvidarla), pero no puede porque los niños nunca olvidan sus primeras impresiones del todo.

C.-
El hombre-niño o el niño-hombre encuentra en sus mezquinos recursos la forma más adecuada de hacer frente a esa guerra lejana que durara cinco o seis años. Su elemento son las palabras, los personajes y los lugares comunes. No los cliches ni las viejas repeticiones noveladas, sino la vanguardia que decididamente es su objeto de estudio (su sujeto de desesperación)

D.-

El sujeto de desesperación no es masculino, es femenino. Todo se vuelve complejo. El hombre-niño procura cambiar los nombres, utiliza una capucha, lee a Bakunin y al príncipe Kropotkin, hurga en el Persa Bio-Bio buscando libros baratos sobre la anarquía. Pretende encontrar allí la prosa que lo oculte a través del desafío.

E.-

La mujer-sujeto de desesperación deviene en cartas, poemas, tocatas, películas y en una universidad que de pronto es más pequeña de lo que es. Los espacios que antes eran inmensos se topan entre sí, topándose también el hombre-niño y la mujer que poco a poco, va convirtiéndose en mujer-niña, un poco para acercarse a él y otro tanto, para desafiar a la desesperación.

domingo, 23 de octubre de 2011

En otra galaxia.

1106105613810Uno:

Los telescopios giran sobre la órbita de su propio eje. Los astronautas intentan alcanzar las gotas de una cerveza tibia que deambula chocando en las paredes de una locura metálica y blanca. Bukowski en tanto, espera que cada gota termine en su boca.

Dos:
El humo forma pequeñas volutas que se esparcen por la habitación vacía. Tocan con meridiana tranquilidad las hojas de los libros que permanecen amontonados en el suelo. El aire sabe a vainilla y a chocolate, de modo que la boca incurre en esa falacia adolescente de morder la nada como los labios que besan a su mano.

Tres:

La cazoleta hierve y las cenizas adoptan un particular tono blanquecino, uno que es similar a las fibras de una planta colgante, a las hendiduras del caliche, a la sabia del brezo que termina siendo puro espacio: el agujero donde todo se extingue.

Cuatro:

Median cuatrocientos ochenta y siete años luz desde el hueco que fulmina al tabaco hasta el hoyo negro que devora la galaxia más cercana. En ambos casos, lo único que permanece es una copiosa estela de humo.

jueves, 20 de octubre de 2011

La Fuerza.

buk

La narrativa que se desprende del texto como un rio rabioso que arrastra y hunde todo tiene un nombre. Un nombre científico, de esa ciencia literaria que consume los manuales y atormenta al lector. Pero yo desconozco su nombre. Algún día si mal no recuerdo una colega lo menciono y al día siguiente como bien recuerdo, lo olvide.

Lo que interesa no obstante, no es saber que es la fuerza, porque ese ya es un asunto de física y solo el hecho de pensar en conceptualizar la fuerza bajo la retórica de la física, me quita la fuerza de la que quiero hablar. Es mejor referirse a quienes la portan.

¿Quiénes tienen fuerza? Los que te dejan pegados al libro. Bien, pero ¿Quiénes son ellos? Bukowski en primer lugar. Alguien que escribe a medio camino entre una botella de oporto y la mendicidad, y para variar con el estómago vacío, solo puede escupir fuerza. La fuerza que no tiene su cuerpo le sobra a sus palabras.
Luego esta John Fante, muy parecido a Bukowski (recomendado y descubierto incluso por este último) el italoamericano que sueña con ganarse la vida de escritor, el joven que se hace viejo escribiéndolo todo, desde sus arrebatadoras experiencias adolescentes, hasta los tristes desenlaces que en la narración se presentan con un humor que cala los huesos.

Ambos dos, Fante y Bukowski son los más poderosos, los panzers o los ninjas de la literatura norteamericana, los que te atraviesan con su espada o con una bala y luego siguen su camino incólumes. El listado podría proseguir con una escala de menor intensidad: Kerouac por su puesto, Ginsberg igualmente, pero ya aquí la cosa se desdibuja porque el par de yonquies pierde la fuerza cuando la droga los lleva a los mundos donde reina solamente lo dionisiaco. Allí empieza el camino fatal –y fetal- de la deconstrucción. Fante y Bukowski en cambio son más europeos, mas alemanes, más duros y consistentes y optan por la destrucción.

Están también personajes como Philip Roth, pujando con la fuerza que da la lucha de clases (extraña en el país de las donas), John Cheever y sus relatos cuya fuerza radica en la inteligencia, Kennedy O’toole y la literatura como última opción y salvación. Pero la fuerza del jedi, solo la tienen ellos: Fante y Bukowski