Primero: un problema insoluble
para la psicología; lo que quiero hacer contra lo que puedo hacer.
Segundo: La estructura de madera
se levanta como una capilla antigua frente a la industria. Los ojos se clavan
en cada tabla y los clavos se esconden en cada ojo. Ojo por ojo, tabla por
tabla y la primera ley dice “no construirás tu casa en la morada del metal”.
Tercero: Toca unir las partes
como se unen las líneas blancas en un carretera (cuando se sobrepasa la
velocidad máxima, cuando se sobrepasa al
personaje que mira las líneas blancas). Dicen que es fervor. Un fervor que
quema los huesos, que nace en la boca del estomago y sube hasta la boca del
rostro para terminar reventando en la boca del cerebro. Típica conjunción
fisio-química que trasmuta su pleura a lengua romance; la única que comparten
todas las bocas.
Cuarto: Aristóteles determinaba
tres bocas. Una abajo, una al medio, una arriba: Fácil. Y con las tres bocas
digo la misma palabra: Imposible.
Quinto: Quiero tanto hacer lo que
no puedo hacer.
Sexto: Siempre pelean. A veces a
gritos, otras simplemente con la
indiferencia que da el temor (no el olvido). Tengo una estructura de madera, un
puñado de aserrín que son mis delirios siempre desparramando la retina de mis
ojos en los surcos que solo la vejez da al árbol. Y la estructura crece como un
andamio subterráneo aproximándose a los sueños de Julio Verne, dando vueltas en
trescientos sesenta y cinco minutos, algo asi como cuatro horas y un monton de
minutos.
Séptimo: A veces lo cubre todo.
Una casa que sobrevive a la prepotencia del metal y sus normas, pues maldigo
secretamente (con mis tres bocas) su falta de humanidad. Si yo pudiera
construir aquí – me digo- el idioma seria tan claro, tan natural como el dia y
la noche. Pero no puedo, no porque no quiera, simplemente porque no puedo y en
eso créanme, hay desacuerdo. La boca de mi estomago y la boca de mi rostro solo
viven de esa imagen (una casa de madera que es como la fuente de la vida), pero
la boca de mi cerebro convoca siempre, al pariente inhóspito y cruel de todo
carpintero: El herrero con su martillo.
Octavo: ¿Será necesario que
golpee tan fuerte la mesa para advertirme que no puedo?.