martes, 31 de julio de 2007

Está bien

El gesto técnico del enamorado, al escribir una carta, es por lo general un poco confuso. Lo hace porque quiere hacerlo e incluso porque necesita hacerlo, sin embargo, su rostro es de complicación. Los directores de cine le dieron en el clavo, cuando pusieron a un “Romeo” escribiendo toda una noche, al mismo tiempo que toda una noche, botaban y botaban esas cartas. Había que arrugarlas y enviarlas al papelero con algo de odio. Romeo se odiaba a sí mismo, por no decir lo que sentía, pero era perseverante y continuaba hasta que de a poco, el papelero comenzaba a llenarse. Mil formas de empezar una carta, pero ninguna correcta para concluirla.

Escribo, luego pienso.

Y tengo la mala manía de meter a autores en todo lo que escribo.


Es complicado.


Dicen que Foucault tenía la misma manía, escribir por escribir y en una especie de exégesis apresurada, al mirar el resultado, se daba cuenta que lo que hizo, fue lo que tenía que hacer. Si se lo piensa un poco mejor, al escribir lo que debemos hacer es escribir, lo mismo que un carpintero al martillar, sólo darle al clavo con fuerza, una, dos, tres o las veces que sean necesario para que la madera se lo trague. Bueno y Canetti, aconsejaba leer de la misma forma. Leer y leer como si fuéramos fuerzas centrípetas que lo absorben todo. Tornados tragándose mil historias, mil vidas, hasta que en algún momento, algo nos hace sentido y paramos. Página 65.

En 2046, una película china muy buena, pero algo larga, Chow el protagonista decide escribirle algo a la mujer que ama, y a diferencia de la actitud del Romeo ensimismado en la idea de escribir una carta rebosante en sentido, y en juegos florales, Chow sólo es capaz de sostener su lápiz durante horas, frente al papel, sin tocarlo. Las horas pasan. Chow no escribe nada. Sale el sol. Chow no escribe nada. Se oculta el sol. Chow no escribe nada.


Siento, luego existo.


En días como hoy, es decir, en días perfectos o sobre-perfectos, lo primero que se me viene a la cabeza es escribirte. Botarlo todo, arrojarlo al papel y enviarte una carta para que entiendas todo lo que me haces sentir, pero lo admito, especialmente hoy, me resulta imposible, y se trata de una imposibilidad que ya dejó de tomarme por los pelos.

Estoy seguro que en este momento, de lo único que soy capaz, es de recordarte, mirar tus fotos, jugar con tus fotos, releer tus cartas, escuchar tú música, porque ya sabes, Sigur ros no es Sigur ros. Sigur ros eres tú, al igual que Beth Gibbons y Aime Man, y si tuviera un Té de Amareto esto sería aun mejor, pero quizás te extrañaría aun más y lo confieso, eso me da mucho miedo. Quiero decir…


¿ Y si me vuelvo loco?