martes, 13 de noviembre de 2007

Imaginar

Es una estafa. Soy una estafa. Dime, en primer lugar ¿él puede hacer esto? No, no me refiero a que pueda escribir sin mirar las teclas, quiero decir, si acaso él puede ponerse a pensar sobre toda una vida frente a un semáforo como si estuviera frente a su muerte. Una muerte roja y redonda; antes, precaución y adelante. ¿puede hacer eso?.

Mirar hacia su izquierda o hacia tu derecha considerando que esta vez vienes implacablemente de frente, y ver, en primer lugar a Ricardo Darín, el protagonista de 9 reinas, esa película argentina tan fabulosa creada por un director de corta existencia, y luego pensar, que no es que sea él, sino que es simplemente alguien que se parece en exceso, probablemente el doble de Ricardo Darín en las escenas de alto riesgo, pensando obviamente, en que el cine argentino funciona más o menos como el de Hollywood donde los actores son incapaces de subirse en una motocicleta. Lo miro otra vez y me veo, claro, se parece un poco a mi sobre todo ahora que traigo el pelo corto, como si yo fuera un neo nazi, uno especial (como todos) con cara de terrorista árabe. Pero más que en lo físico el se parece a mi por su estampa en la película de Bielinsky, insisto, el director muerto a la segunda gran película. Ricardo es Marcos y Marcos es un estafador. El tipo que estaba a mi izquierda también era un estafador. Qué se cree, se imagina seguramente que podrá hacerme creer que él es un actor argentino de renombre, y más tarde no conforme con eso, que no sólo él es un actor estafador, sino yo en y con su nombre. Claro que lo soy.

El semáforo en rojo y los autos pasan desequilibrados, como si desde la cordillera viajara el último glacial antes del fin del mundo y la erosión fuera un proceso adelantado. Una señora casi se sube a la vereda. Sobre el automóvil pequeño de color azul, un letrero que dice “en práctica”. La señora hace un gesto de disculpas, es el precio de aprender a manejar en Santiago. No se preocupe señora pienso entonces, siga usted derecho y no baje la velocidad, pero sea leal a eso y escúcheme bien, nunca baje la velocidad. Atrás un auto que parece una avant se detiene y por el vidrio delantero veo a mi tía. Sí, es ella, mi tía Sari que hace tanto tiempo no veo y que dadas las circunstancias de nuestras vidas, vernos resulta un asunto extrañísimo y cada vez yo la noto de más edad y ella seguramente nota lo mismo conmigo, con la salvedad de que atisbos de madurez no hay por ningún lado y por el contrario, soy un tipo más callado cada día. Eso le molesta a la gente. ¿puede él pensar eso? Y luego mirar bien por el vidrio, con unos ojos que se vuelven míticos y se multiplican sólo para darse cuenta que es imposible que la mujer del auto sea mi tía, porque ella vive en San Ramón, es de condición modesta y no tiene un auto como ese. Además, y esto sin duda es lo más importante, la mujer tras el vidrio se notaba mucho más joven a pesar de que estoy seguro que tenia más edad que mi tía. Los ricos se ven más jóvenes y más delgados. Van a gimnasios, practican yoga o cualquier actividad “primitiva” y comen alimentos perfectos que no generan grasas ni rostros curtidos por componentes de bajo costo. Y mi tía no es así. Verde.

Cuando camino miro a una compañera con la que casi no hablo, pero de todos modos las pruebas de cordialidad son permanentes y ella sonríe, yo hago lo mismo y luego desaparecemos. Ella en sus pensamientos y yo en los míos. Unos pensamientos móviles y que se amontonan al borde de un barranco, todos inquietos, perdidos, insomnes, y en medio de ellos sentado frente a una máquina de escribir sin una letra, Georges Perec. Sueño mientras cruzo el semáforo que Perec me dice que me tranquilice, que no tema: él no puede hacer esto. Él continúa, no se parece en lo más minimo a ti porque verás tú, tu no te pareces a nadie. No podrían compararte porque para eso, primero, tienen que conocerte y sólo una persona te conoce, pero falta un poco. Tu vas cambiando y dejas de ser un estafador.

Mentira, eso es falso yo sigo siendo un estafador, mírame –le digo en mis pensamientos a George Perec- ni siquiera tu eres Georges Perec. Los pelos hirsutos y desenmarañados, el rostro deprimido y su contextura flaca junto a sus lentes gigantes me dicen que él no es Perec. Busco a Cesárea Tinajereo me dice. ¿Fernández? No.

Arturo Belano, Ulises Lima, Juan García Madero y Lola. Pero yo sólo veo al hombre flaco frente a su máquina de escribir y sus ojos cada vez se hunden más en sus ojos, como una gota cayendo al mar o como la lava del Vesubio apagando el incendio de Nerón. Dos épocas distintas o tres, aunque si lo pienso mejor, son cuatro considerando los dedos cruzados de quien escribe.

Está bien sentémonos a conversar. Los pensamientos caen por el barranco como si de niños inválidos al borde del Taigeto se tratase. Sólo él y yo. ¿Belano? No. O bueno, sí. En realidad soy mucho más que Belano. Soy Auster, Monterroso, Fresán, Pauls, Benedetto, Philip K. Dick, Bukowski, Vila-Matas, Piglia, Pitol, Bioy-Casares, Cortazar, Joyce, Bombal, Lira, Maiqueira, Lamartine, Rimbaud, De Vigny, Reyes, Del Valle-Inclan, Villoro, Mario Santiago, Tzara, De la Cruz, Paz, Borges, Nabokov, Emar, Couvet, Perec, Teiller, Roa-Bastos, Schlink, Kafka y Bolaño y Bolaño y un pozo amargo enterrado en otro pozo en medio de un camping en Cataluña. Soy tus problemas me dice la voz, soy tus voces hablándote al oído mientras caminas por Carmen y miras a tu alrededor. E insisto, yo busco a Cesárea y escapo del chulo de Lola. Tengo a mis amigos esperando al borde de este desierto. Sonora es grande, no te olvides jamás de eso y las carreteras de Sonora te atrapan mientras tomas el volante teatralizando seguridad. No finjas, tu estás en Santiago y no en Sonora. No tienes para que estafarte.

Amarillo.

Pero dime ¿él podría hacer esto?

Rojo.