martes, 26 de enero de 2010

Luces al Atardecer


De Aki Kaurismaki he visto solo tres películas; Un hombre sin pasado, la vida de Bohemia y Luces al atardecer. A este director lo pillé leyendo algunas reseñas y reflexiones del cine contemporáneo en un blog especializado en cine europeo. Junto a Saura, Kièslowski y Kusturika, era sindicado como uno de los mayores exponentes de un cine fresco y atractivo. Ahora ¿Qué se puede entender por fresco y atractivo? No lo sé, pero el solo emparejamiento al lado de estos otros referentes, me llamó la atención. La primera película que vi fue un hombre sin pasado, y ya desde la primera escena pude entender la fascinación de una parte de la crítica por este autor. Su fijación en sujetos periféricos y desplazados o su aura deslavada y a contrapelo del pretencioso cine europeo, al estilo de un Tarkovski por mencionar a un director que siendo un monstruo del séptimo arte, peca a veces de grandilocuente, tienen el poder cautivador de la riqueza que hay en el sujeto cotidiano, y que en este caso, se permite la licencia de otorgarle a sus sueños un espacio único, por más que su vida se encuentre a vidas enteras de ser un sueño.

¿Por qué me gusta el cine de Kaurismaki? Porque da con una médula que siento mía.

Me gustan los Charles Chinaski o los Arturo Bandini deambulando por los territorios europeos del hambre y de esas playas asesinas que un día describiera Camus. Me gustan los diálogos precisos y los silencios que acuden en la composición de esos diálogos. Me gustan los ojos inyectados del rojo del insomnio y de los bares rusos después de la caída del muro. Me gustan las cuotas de humor negro y del lógico absurdo que hay en cada acto humano. Me gusta que las historias se entronquen en trampas o en triunfos y que ambas situaciones no sean más que ínfimos momentos que se borran cuando llega la hora de comer o visitar al dueño del almacén más cercano, en busca de crédito. Me gusta que las cosas de una buena vez por toda, pasen y punto. Me gustan los pasajes donde no queda tiempo para pensar en el por qué y en el cómo y por el contrario, la realidad se proyecte desde la boca de un muelle queriendo decir que al final, hay que tirarse al mar o regresar y aceptar el sueño inacabado que siempre seremos. Eso como también, los libros, la música, el cine y una mujer que dice estar en ninguna parte. Pero eso, ya es otro cuento.

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