martes, 12 de enero de 2010

Cuando hicimos historia


He estado leyendo un libro sobre aquellos aspectos estructurales de la Unidad Popular, y que sin embargo, dado el impacto y la violencia del golpe de Estado del 73, han quedado algo escondidos. El libro lleva por nombre “Cuando hicimos historia” y en él figuran diversos historiadores que enriquecen el texto a través de una mirada global de los “mil días de Allende”. Se tratan temas como la Reforma Agraria, El Área de Propiedad Social, el rol de Cristianos por la Izquierda, la ENU, y en última instancia (quiero decir, ya finalizando el libro junto a un artículo de Verónica Valdivia sobre las Fuerzas Armadas) la revolución cultural que presupuso el gobierno de Allende.

En este capítulo denominado oportunamente “La cultura en la unidad popular: porque esta vez no se trata de cambiar un presidente” escrito por César Alvornoz se ilustra el movimiento de la nueva canción chilena y fundamentalmente el rol del Estado frente a la promoción de una nueva cultura por y para las masas. Se habla por ejemplo, del intento de generar una nueva concepción la historia de nuestro país mediante el aporte de historiadores como Hernán Ramírez Necochea y Julio Jobet, quienes tendrían la misión de reconstruir nuestros orígenes desde una perspectiva que pusiera acento en los anónimos héroes de nuestra historia, trabajadores, pobladores, campesinos, entre otros. Junto a esto, el artículo ahonda en la decisión de llevar a toda la población un tipo de cultura que de cuenta de los cambios estructurales que la Unidad Popular conseguía, y es por esto, que surgen también los miedos de siempre, los temores sobre el posible adoctrinamiento y carácter stalinista de las propuestas editoriales manejadas por el gobierno. Los cuadernos de educación marxista, son bajo este entendido, una amenaza para gran parte de las capas medias y cómo no, para la totalidad de nuestra aristocracia más conservadora, aquella que militaba secretamente en movimientos facistas de choque como Patria y Libertad cercanas al gremialismo o a facciones nacionalistas.

Me ha impresionado profundamente la impronta de la Editorial Quimantú. Me han impresionado sus colosales ambiciones, sus miles y miles de copias (se habla de 50.000 copias semanales de tal o cual texto) a costos reducidísimos y con un catálogo tan basto como profundo. Desde clásicos hasta literatura infantil. Y frente a este hecho, me vi leyendo este libro con una envidia y espanto a la vez, porque leer que una editorial manejada por el Estado responde a la necesidad tan basta y universal como lo es la cultura, con tanta ambición, con tantas expectativas, me genera en términos generales un sobrecogimiento comparable solo al hecho de ver a un niño leyendo y disfrutando un buen libro. Creo que es la ausencia de proyectos editoriales como Quimantú, creo que es la nula gestión de los gobiernos de la Concertación por crear condiciones objetivas para una emancipación definitiva de la cultura. Aquí no hay ni nueva canción, ni intentos de adoctrinamientos (porque buenos o malos estos intentos develan al menos, un trasfondo, igualmente bueno o malo pero trasfondo al fin) y menos esa intervención benigna que todos pedimos del Estado, respecto a cosas tan sencillas como bajar de una vez por todas el impuesto a los libros. Quiero decir, me parece ridículo que un libro de 192 páginas supere los treinta mil pesos. Me parece injusto, absolutamente elitista y por lo tanto, caigo en eterna pregunta sobre el espejismo de la democracia en nuestro país. Porque la democracia no es solo enfundarse en una urna y emitir un voto, y tampoco lo es tener libertad para opinar de lo infinitamente patética que es la derecha chilena, sino que tiene que ver con el acceso a bienes y servicios, acceso que por lo demás, es un derecho. Y la cultura o la educación, no es sino, el más fundamental de todos los derechos y en pleno bicentenario de esta república moderna, lo único que sigo viendo y leyendo entre líneas, es el peso de la noche mantenido ya como un telón de acero, insondable y pintado con los colores de las hipócritas políticas reformistas de la Concertación. Señores: Cultura y educación no es organizar un festival de Teatro una vez al año, ni menos, parchar y reparchar los agujeros de este desastre con los sentidos subsidios a proyectos que en la mayoría de los casos desconocemos. La cultura por el contrario debería estar aquí, ahí, al alcance de todos. Es hora de levantar mil Quimantús y darle cuerda a las letras en un país que aun no conoce a las verdaderas manos de este triste teatro de sombras chinas.

Termino con un fragmente rescatado del artículo y que su vez, es parte de la propuesta de la Editorial, impresa en el diario La Nación (13 de febrero de 1971).

“Desde nuestro punto de vista, el paso que hemos dado significa el inicio de una nueva etapa en la difusión de la cultura en nuestro país. La Nueva Editorial del Estado contribuirá eficazmente a la tarea de proveer a los estudiantes chilenos de sus textos de estudios, de promover la literatura nuestra y permitir que el libro sea un bien que esté al alcance de todos los chilenos”

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