lunes, 25 de enero de 2010

Acordes y Desacuerdos.


A Paty Valderrama, con quien tuve la felicidad
de compartir tardes de música, cine e historias.

¿Recuerdas esa película de Woody Allen
sobre el guitarrista que mataba ratas a la orilla de la lína del tren?

Venía de regreso. Había tocado hasta la madrugada en un club parisino y se imaginaba flotando en su improvisada litera. Como siempre, su guitarra vieja y su bigote de dandy lo acompañaban hasta la casa rodante donde le esperaba su mujer. Había sido una noche larga para este bohemio guitarrista. Una noche como todas las noches de la entreguerra europea; triste e incompleta como cada uno de los sobrevivientes de La Somme. Pero él era gitano, un hombre criado en la campiña belga o lo que es igual, en la campiña francesa, y de la triple entente y los aliados entendía bien poco. Sólo quería llegar a su hogar y probablemente recostarse o hacerle el amor a su mujer que lo esperaba con comida caliente y pan fresco. Los impertinentes de siempre, decían que él era un libertino, un mujeriego, un alcohólico e incluso un ludópata que lo único que amaba en serio, era a su guitarra. Quizás ¿Pero qué más se le puede pedir a alguien que toca jazz manouche en clubes del viejo mundo durante los años treinta? De modo que él llegó a su hogar y se encontró como de costumbre, con decenas de flores hechas de celuloide que pretendía vender, un poco para palear sus parrandas y jugarretas nocturnas, al día siguiente. Hermosas flores hechas con esas manos tan lindas de su mujer. Luego, hablaron de lo de siempre. El dinero, qué tal había estado la música, si había bebido mucho, etcétera, cosas de la rutina y que ambos enfrentaban como un ritual monocorde que se les alejaba de las yuxtaposiciones y devaneos melódicos propios de un gitano. Sin embargo, ya era tarde, así que es muy posible que nuestro personaje quisiera sacarse los zapatos y tumbarse en la cama, así tal cuál, con su traje arrugado y pasado a humo, o tal vez, no hizo nada de eso y solo apagó la luz e interpretó su improvisación número 5 como si no estuviera en ningún lugar realmente. Lo cierto es que la luz no estaba encendida porque de un momento a otro, dejó de tocar o dejó de dormir y comenzó a revolver las cosas de la pequeña despensa vacía casi, pero con algunos enlatados indispensables para él, que como ya sabemos, era todo un gitano, y de pronto con una vela en la mano, adquirió un semblante triunfante. Se diría que era como sus predecesores, un Ciro o un Dario II saboreando un triunfo imaginario frente a las tropas de Alejandro Magno.

Había escuchado a una rata pasearse dentro de su cabina. Él no estaba loco, sí que la había escuchado y no podía seguir haciendo lo que fuera que estaba haciendo, si no procuraba deshacerse de ese bicho rastrero. Entonces prendió la vela con la fortuna que sólo él podía tener. De pronto todo estaba en llamas. Las flores de su mujer ardían como boca de diablo, con una rabia repentina y burlona que le recordaban las apuestas y los sueldos que perdió en épocas no tan remotas. Él, el guitarrista de los juegos y las prostitutas belgas a media noche, estaba siendo juzgado por un montón de flores de celuloide que le concedían el crédito de una escena memorable en la historia del jazz. Frente a las llamas que se alzaban ya, desnudando lo que un año más tarde sucedería en Polonia y paso a paso en Europa, solo pudo atrapar un paño húmedo con el que envolvió a su mujer y parte de su cuerpo, pero ¿Qué poder tiene el lino encerrado en la casa humeante de un gitano? Pues el mínimo. Se salvarían claro, pero el gitano perdería dos dedos. Dos dedos de su mano izquierda. Aun así, sin saber como –algunos especularon sobre pactos y acuerdos tácitos con el diablo- logró componer y seguir viajando por Europa y Estados Unidos, mientras Europa y Estados unidos, se mutilaban no un par de dedos, sino una decena de millones de paisanos que deberían haber visto tocar al gran Django Reinhardt, el guitarrista de los dos dedos menos y el ludópata infatigable que unos buenos lustros más tarde, muerto ya, pasaría sus horas al borde de la línea del tren, matando ratas con un rifle.

No hay comentarios: