lunes, 18 de agosto de 2008

Persona non grata




Título: Persona non grata

Autor: Jorge Edwards

Editorial: Grijalbo








A.- En la universidad conocí a un tipo chistosísimo y según me dictan impresiones momentáneas, uno de los compañeros -y en oportunidades-, amigo (porque para él, la palabra amigo era como un universal para los escolásticos) más graciosos que he conocido. Ésta número uno en la lista. El punto es que X me habló de Sexual Democracia, o de pasadita me hablo de Sexual Democracia, lo que quiere decir que no era su intención nombrarlos o entablar una conversación en torno a este grupo, sino que lo hizo, sólo cuando en la radio sonaba una de sus canciones y con su estilo tan propio, hacía las baterías y cantaba como si fuese el vocalista o el maestro del vocalista.

B.- “hablar de política es meterse con políticos”. Recuerdo ese fragmento del mismo modo en que recuerdo un beso en una estación de metro o a Eddie Vedder entonando como un tenor italiano Release en Santiago. La frase de la canción, el énfasis que le dio X a la canción, me pareció de lo más adecuado y producto de ello, es que hoy, después de haber leído el persona non grata de Edwards, la frase, la oración si se quiere, que puede ser mero panfleto o slogan estilizado, me hace mucho sentido, sobre todo por lo que no dice. Política, poder, control, sumisión, liderazgo, estrategia, totalitarismo, fascismo, marxismo, etc. Una sarta de estupideces que sin excepción, terminan en la más anquilosada corrupción. Hablo de la corrupción que se hace con billetes, la de los sobornos, la de los arreglos subterráneos, la de las promesas perfectas que duran lo mismo que el vaciado del estanque del water después de tirar la cadena.



C.- Edwards habla de política así que se mete con políticos y le cuesta caro. Porque una cosa es hablar de política como político en una cámara de diputados, en un debate abierto, en una contienda electoral, etc, pero otra muy distinta, es referirse sinuosa y sutilmente a esos Clistenes y Demostenes de pacotillas, o peor aun –y este es el caso del libro y el contexto en que se produce el libro- toparse con la desagradable esquina donde habitan los “wanted” del lejano oeste en sus formas más inverosímiles y elaboradas; CIA, KGB, GESTAPO, CNI, etc. Aparatos de inteligencia les llaman. Mecanismos de seguridad, policías estatales, polifemos blindados respaldados por el gran primer ministro o el dictador de turno, algo así como una teocracia en medio del ateísmo.

D.- El caso es que Edwards como tantos otros (Reinaldo Arenas, Lezama Lima, Virgilio Piñera, Pedro Juan Gutierrez, para el caso de Cuba) denuncia el peso de la política sobre la literatura, pero bien podría ser el peso de la política sobre cualquier esfera de lo privado o lo particular o aquello que unos llaman libertad de expresión. Y Jorge Edwards talla su testimonio de manera minuciosa. Un diario de vida en la habana, con partidos de golf junto a Fidel Castro incluidos. Escribe como el “dime con quien andas y te diré quien eres” funciona como un reloj suizo cuando se trata de aplicar mecanismos de inteligencia entre aquellos advenedizos, o nuevos colaboradores de la causa. Los escritores no aportan nada, son un grupo de libertinos y borrachos que no construyen la revolución, dice Fidel en una de sus entrevistas junto a Edwards. Si no hablan de agricultura, de medios de producción en el ingenioso tono marxista, entonces hay que sacarlos de en medio. La censura, la compra de la totalidad de los ejemplares, la cárcel, etc. La caza de brujas cubana al intelectual quisquilloso, y ojo, que no se trata de escritores hostiles al sistema, sino simplemente pensadores que relatan el hambre y los pequeños problemas de su país. Entonces, ahí pareciera que no es conveniente señalar yagas ni mucho menos intentar curarlas, por el contrario, hay que caminar con los brazos atrás y auscultar lentamente lo que la política erige para luego, construir el paraíso en la tierra y omitir las fallas, descartar las falencias, fingir que todo anda muy bien y que las cosas que quedan por reparar son superfluas. Porque lo primordial, está en excelentes condiciones: El Estado totalitario funciona a las mil maravillas.

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