miércoles, 27 de agosto de 2008

El pabellón de oro

pabellon

A.-Hace una semana atrás leí que Mark Chapman (el asesino de John Lennon) había disparado sólo porque quería ser alguien o en otras palabras, porque no quería ser un don nadie. Hizo el cálculo demográfico a nivel mundial y sacó por conclusión, que él, era uno de esos números ínfimos que aparecen en los atlas o en los censos mundiales. Nada más que un numerito. Uno entre millones y eso le exasperó hasta el punto de tomar una pistola y disparar por la espalda a Lennon (quien no era solamente un numerito en el censo anual).

B.-Algo así es lo que pasa en El Pabellón de Oro. Mizoguchi, el protagonista de la obra de Yukio Mishima, es un tipo corriente, un estudiante budista como cualquier otro. El problema es que Mizoguchi tiene un trauma o dos tal vez; uno que se refleja en su madre y otro que se entronca en torno a la figura de Uiko, una mujer que forma parte de su pasado del mismo modo que Nagasaki es el pasado de Japón. Bueno, y hay otro detalle: Mizoguchi tartamudea y no es muy atractivo.

yukio_mishima

C.-Conforme pasa el tiempo, Mizoguchi se aisla y se retuerce en sus traumas o lo que es igual, en sus teorías intimas sobre la vida, el orden del cosmos y sobretodo la belleza. ¿Puede ser la belleza algo tan feo? Se pregunta una y otra vez en medio del templo budista que lo acoge. Y la pregunta irá desenrollandose hasta una conclusión inevitable donde prima ese sentido de la estética tan japonés, el mismo que se oye en los cánticos budistas roncos y guturales, el mismo de ese erotismo cargado de sangre y silencio, el mismo sentido de la belleza que hay en el atuendo de una geisha.

D.-La historia transcurre en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial. Es un período absolutamente negro en la historia de Japón (con norteamericanos invadiendo algún país, la oscuridad es indiscutible) y en términos globales, de oriente. La obra toca el conflicto de Corea y si Mizoguchi hubiese sido más concienzudo podría haber rozado la guerra de Vietnam. Es el trasfondo de esta historia lo que da el motivo a Mizoguchi. La inevitable mortandad de la humanidad, la inexpugnable racionalidad de la destrucción y la soledad insignificante de un tartamudo feo, es lo que pone en marcha la razón de nuestro protagonista. Un hombre sin cualidades extraordinarias que viaja mental y corporalmente por un Japón devastado y en riesgo constante de perderlo todo. Mizoguchi ve entonces, la belleza de un templo y la fealdad de si mismo como una razón o quizás como una obligación, donde es él -a fuerza de mal- quien debe compensar la transparencia de sí en un millar de personas, dando el tiro de Chapman o el puñal por la espalda a un templo que eventualmente, arderá como un bonzo.

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