lunes, 10 de marzo de 2008

La adicción que me dejaste, mi niña.


Si digo que me gusta el cine, muchos habrán de imaginarme parapetado en una butaca con mi camisa listada, atiborrada de palomitas de maíz y con un vaso de Pepsi o Coca Cola, transectado por una bombilla infame y desesperante. Me verán tomando bebida a sorbos sonoros por culpa de esa bombilla que no deja aprovecharlo todo. Pero no, no hay nada de eso. Cuando menciono mi adicción por el cine, me refiero muy por el contrario al televisor de mi casa y a las películas en formato cd zykon, sony, master, etc, discos rayados con distintas letras (no carentes de faltas ortográficas) y en sobres de un plástico insigne, brillante como el celofán, pero que de tanto manosearlo para intentar acceder, a ese, mi tesoro más preciado, denotan paladinamente las huellas dactilares, las mías claro, pero además las de tantos otros. Mis películas son como monedas. Siempre que las toco me lavo las manos antes de comer.

No hay comentarios: