domingo, 23 de mayo de 2010

Frío.

La frecuencia de la escritura disminuye y me digo: es natural. La lectura por su parte, ronda el mismo círculo pasmoso y me digo, con la misma resignación: es natural.

desesperación

Leo un libro de Loriga y uno de Neuman y entre medio surge el aviso enervante de otro librito que dejé en el bolso a medio “consumir”. No es literatura pienso, no es una historia inventada por alguien entre cuatro paredes, asi que puede esperar. La realidad o en este caso el pasado, puede esperar.

En el libro de Loriga hay frases increíbles. Algunas serpentean el abismo y otras sencillamente caen en él. Es un buen libro, uno de los mejores que he leído este año. Me recuerda a Bufalo 66 o directamente a Vicent Gallo. Probablemente se trate del parecido físico entre Ray Loriga con Gallo, más que a un asunto de cánones.

Es un tópico superficial el que entra en mi análisis, pero en eso estamos  ¿Qué no viene a ser superficial hoy en día? Así que me pongo en onda a pesar de en este preciso momento me salga de onda y por el contrario escriba en plan “diario de vida” y escuche las cuatro sinfonías de Carl Stamitz. Una contradicción esto de estar en onda y escribir.

“Lo único que puedo decirle es que parte de lo que debería haber olvidado sigue aquí y que mientras uno se vuelve loco apagando nuevos incendios son los viejos incendios los que reviven con la fuerza de las imágenes de las viejas películas.”

Esa es una de las frases que subrayé del libro de Loriga. Fabulosa, sin duda. En esa misma página tengo tres notas sobre otras tres frases igualmente fabulosas y así, el libro esta repleto. Se trata de seguir una hilera de hormigas y llegar al sitio desde donde salen y entran todas ellas. ¿Cuál es ese lugar? El caos. Acércate y verás.

Sigo metido en unos pensamientos que en el mejor de los casos reflejan los pasajes intermedios de la cuarta de sinfonía de Stamitz, pensamientos que tienen que ver con mi resfrío, con mi estadía interminable en mi cama, con la lluvia, con un par de fotos de Tomé que vi accidentalmente esta mañana y por supuesto, con un desamparo del cual debo hacerme cargo.

El oído es algo tremendamente subjetivo y la música solo es una alteración de ese estado. Oigo este silencio del cual tanto hemos hablado, dos veces por segundo y ciento veinte veces por minuto. Luego la frecuencia de los latidos disminuye y me digo: es natural.

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