sábado, 8 de mayo de 2010

Gris

tren2

Te miras al espejo y encuentras que tu pelo revuelto ya no es más una muestra inequívoca de rebeldía. Piensas que te ves estúpido, que ese peinado de genio aletargado es sólo un pastiche ridículo dictado por tu subconciente. Te acuerdas de tus libros, de tu repisa henchida de papeles y letras impresas por hombres y mujeres que nada tenían que ver con esas letras. Lo has atesorado todo. Si tuvieras que vender algo, digamos por hambre, por salud, o porque de pronto surge desde una nube mortecina la silueta del mismísimo demonio, lo único que no venderías serían tus libros y tu guitarra de madera. El resto, incluido tu computador y tu bienes más superfluos (pero gozosos) estarían en primera fila esperando por cruzar la puerta de tu intimidad. Solo tienes tus libros y tu guitarra, repites con esa vocecita insoportable que te empuja desde el fondo de tu cerebro, allí donde piensas, reside el verdadero lugar de la lengua. Miras tus ojos y de paso tus ojeras. Naciste con ellas, no son producto ni de la resaca ni de los horarios infames de trabajo a los cuales, como profesor estas sometido. Crees que tiene que ver con tus raíces, medio árabes, medio españolas, medio indígenas, medio italianas; la combinación perfecta del cansancio. Y quieres descansar, sueñas en este mismo momento con una casa frente al litoral central, más por un asunto estético que por uno práctico. Resulta que algún día imaginaste –sobretodo después de leer a Tabuchi- que la inspiración (eso que por lo demás nunca has experimentado) surge desde el mar. Te acuerdas de Neruda, de Huidobro, de Bolaño y de su Blanes, de Fante y de su California ahogándose en el Pacífico, y sientes que las pruebas son contundentes: De allí surgen los párrafos torrentosos. Pero ¿Quién soy yo? Te preguntas, y esta vez va en serio, no es retórica ni esnobismo, es una duda abierta. Mucitas algo que luego decides repensar. Te sientes imbécil haciendo ese ejercicio frente a un espejo, pero más imbécil te resulta la idea de censurarte cuando no hay nadie en casa, de modo que sigues adelante, tú y tus “cosas”. Pero te resulta imposible. No puedes hacerlo y cada vez que das con una definición aproximada, aparecen los otros. “ay ese Marx” murmuras, “ay ese Aristóteles”, como si ellos hubiesen sido los únicos en darse cuenta que no estamos solos. Es cuestión de referencias. Y caes en los otros como imagino caen todas las cosas en algo que las impulsa y luego en algo que las extermina. Ahora es cosa de física. Fuerza. ¿Quién me movió? Inquieres mientras revuelves ese el café en tu tazón gigante (estilo Friends en su Central Perk) y surge una carta desesperada que escribiste hace unos siete años atrás, una carta que hablaba del desapego, el tiempo, la valentía y la cobardía, el frio, el futuro y sobretodo, la lluvia, como si ya no fuera suficiente con hablar del frio y la cobardía. Entonces, te acordabas del café a pito de no se qué metáfora taciturna, y te dabas vuelta en eso o bien, elegías dar vuelta el café y resumir el mensaje con la idea de que el tiempo se acababa y te consumía. Lo que se consume, previamente arde. Y a ti ¿Quién te movió? ¿quién te hizo arder? Te preguntas a la vez que recuerdas esa frase cobaniana pre-suicidio y solo atinas a recordar los “buenos viejos tiempos” para quedarte con la sonrisa en la boca. Tú en tu pieza desorbitada y ella, en su playa infinita.

1 comentario:

Anacrónica dijo...

esta playa se hace aun mas infinita cuando llueve...
quieres caminar conmigo bajo la lluvia y entre nubes rebeldes?

te amo
feliz 14 de amor :)

espero nos vemos luego, y disfrutemos la ventana de invierno que hay estos dias.