domingo, 8 de abril de 2007

Reconciliación

Hace una semana aproximadamente, mientras estaba encerrado en mi pieza leyéndo un penoso texto de lugares, reseñas y datos, llegó un primo que no conocía mucho. Según mi mamá, él venía exclusivamente a hablar conmigo. Al principio, claro, no entendía muy bien de que se trataba, porque en el desconocimiento mutuo estaba implicita la obviedad, de algun tipo de cercanía que nos uniera a algo.
Al principio con algo de timidez, traté de entablar una conversación. Pasaron dos minutos y lo entendía todo. Él historiador, profesor de historia, geografo y además guia turístico, sabía que yo estudiaba pedagogía en historia, asi que los lazos invisibles empezaban a tomar forma. Comenzó hablándome de sus intenciones a futuro y ahí es dónde estaba el punto de unión.
Me dijo que estaba un poco cansado de Santiago, a lo que respondí que mi condición era la misma. El hastio de la ciudad, la escoba que estaba quedando en materia de transporte, la delincuencia y la absoluta falta de sentido en todo lugar, al parecer, era algo con lo que ya no podíamos lidiar. Era tiempo de salir y de velar por cada uno.
Como guía turístico, me habló de un lugar increíble en el que por suerte, yo había estado, pero no lo suficiente. Me dijo que Chiloé era un lugar fabuloso y que por sobre todo, nos daba muchas oportunidades a nosotros, los profes y futuros profes de historia. Allí habían pueblos de no más de diez familias, y la historia se encontraba estancada todavía en un sistema de economía natural. El trueque, la distribución del excedente como moneda de cambio y la cordialidad de cada familia, que hacía parecer a los poblados costeros y marginales, como resabios de épocas apaleadas por la mentalidad occidental.
Por lo que me dio a entender, quería hacer buenas migas conmigo, y es que su sueño era vivir en Chiloé. Para eso necesitaba un amigo, alguien que lo acompañara en una nueva forma de vivir.
Me alegro mucho que contara conmigo, o que por lo menos, por un acto de entendible curiosidad, decidiera hablar de cosas afines junto a mi. Tanto así, que después de divagar sobre una posible residencia en Chiloé, nos fuimos a lo que nos gustaba de sobremanera: la historia.

Osvaldo, tiene unos treinta y cinco años, y la mayoria de edad se notaba en las palabras. Me hablaba de Sumer, de Ur, luego de la religión hindú, brahmanes, arios, textos védicos, y de forma declamatoria, de China y la impresionante empresa de su muralla. Sin embargo, es historia antigua y de cierto modo, todo se conecta con todo. Nada es cierto y todo eso da la inmesa posibilidad de discurrir largamente sobre las teorías provenientes desde la etnohistoria y la arqueología. Esto, a pesar de que un profesor con complejos de héroe o Dios helénico, asegure que hay cosas -como esas- que son indubitables. Ay señor...
De pronto le hablé sobre el rol de la música en la historia, la verdad es que no pude aguantar de comentar algo que de repente puede ser extraño para los convencionalismos de la historiografía. Le hablé de Ellington, de los ritos bantúes, de las líneas y curvaturas de la tradición transectadas por la música que me enseñó el profesor Patricio Cisterna. Sin embargo, no era extraño para él. De inmediato me habló de Ravi Shankar y su apreciación sobre el lugar de la música negra hoy por hoy.
Quedé gratamente sorprendido con sus comentarios y sobre todo, con su formación hecha a mano. Luego, hablamos de historiadores, de aquellos autores sobresalientes en la disciplina, que sin embargo, no gustaban figurar como la gran parte de los intelectuales burgueses de este país. Obviamente descalificamos a Villalobos en su condición de polemista desesperado y ultrajador de teorías foráneas. Nos quedamos con Jorge Hidalgo, Ricardo Latchman, Lautaro Nuñez, Salazar, Sergio Carrasco, etc. Obviamente le hablé de Patricio Cisterna.

Justo ese día, una vez que Osvaldo se fue, las ganas de comer libros se tornaron inaguantables. Tenía tantas ganas de leer sobre religión antigua, asi que tomé libros de viejas civilizaciones para refamiliarizarme con el tema. Lamentablemente justo se cortó la luz.
Con mi hermana buscamos velas y en medio del velamen de mi pieza, hice un espacio para mirar fijamente el cuadro de Echart que tengo en uno de mis muros. Eran lagartos; dos tipos de lagartos, uno blanco y otro negro. La lámina estaba repleta de esos dos lagartos. Se cruzaban, se sobreponian y se acomodaban tan bien que no sobraba ningún espacio. Todo el cuadro era piel de lagarto multiplicada por una cuantas decenas.

Ahí fue cuando me acordé de Itzama el primitivo Dios de los mayas. Mi cabeza se transformó en una sala de imagenes, de visiones pasadas. Dejé de lado los legajos de historia recién tragados. Desaparecieron por un momento, los intelectuales africanos, la colonización Inglesa y Francesa, y por fuerza mayor, Franz Fanon quedó relegado a la parte más oscura de cierta biblioteca que todos tenemos en la cabeza.
Fui atravesado por un dispendio de relatos y letras formando fabulosos pretéritos. Cayó América, mi continente, mi Patria ajada, justo sobre ese Lagarto Maya. Itzama, quien sostiene en su torax al mundo y a los trece cielos, al que por lo general acceden guerreros, sacrificados y madres muertas tras parir. Pero recordé escasamente ese dato y esa historia. La cosmología y cosmogonía maya estaba un poco oscura, y es que sobre ella, habían otros discursos; los relatos típicamente modernos.
Quise averiguar más sobre la civilización del Yucatán, cuáles eran sus deidades, qué relación había entre Kukulcán, la serpiente emplumada maya y Quetzalcoatl, su simil azteca. Pensé que era el origen y que de cristianos, todos, los hombres de esta tierra, no teníamos nada. Nuestro pasado estaba en otro lugar. Quizás no precisamente en la peninsula mexicana, ni tampoco en los andes peruanos. Pero sí tal vez, en lo que trajeron los desplazados desde el norte.

Cuanto rencor tuve con los mapuches en más de una ocasión. Los consideraba traidores, vendidos, e incluso llegué a comprarme el cuento de Villalobos sobre esos burgueses de Arauco. Qué diablos, en frente tenía a los lagartos y también a Gautama el Buda, cambiándo de color como el Toro de Altamira, a propósito del fuego de las velas. Adelante mio no había occidente, tal vez el computador, los discos de grupos estadounidenses y las botellas de cervezas, eran la escenografía de mi vida. Mi vida como la de cualquier otro; tapada por el viejo mundo.
Recordé las palabras del profesor Patricio, cuando afirmaba que teníamos que buscarnos en el pasado. Buscar nuestro árbol, pero con las cordenadas de un rizoma, rastrear a nuestros ancestros, a esos genes primigeneos de lo que somos hoy día. Como la idea de Platón, pero más concreta. En el cuerpo, en las heridas, en los cortes como Foucault, en una ramificación contracturada que nos remite a un orígen.

Sé que mis bis abuelos por parte paterna, son Italianos, y sé que por parte materna, son españoles. Los primeros cómo no, huespedes de la necesidad durante el auge del salitre y los segundos, hacendados en latifundios de Concepción. Cerca de Rere, epicentro de los mayores conflictos de autoridad en las postrimerias de la étapa colonial. Sin embargo, la historia me dice que el mestizaje es a cada momento y en que cada período un fenómeno silenciado, ignoto por las pretensiones de pureza que dejó la sociedad biestamental colonial.

Acepté que es imposible renegar de nuestros indígenas. El secreto mejor guardado de la historia, debería revelarse. Somos la tierra, los dioses antiguos, los ritos inconclusos y el mito trepidante de una vida mágica. Pensé que en efecto, Dios si existía, pero por la multiplicidad de formas, lo más correcto era pensar en que el venía en nosotros como una imágen primordial. Y que por lo tanto, pensando en que todas las culturas desarrollan sus dioses y en cierta medida un tipo de religón, Dios está en nosotros. Como la idea de Plotino, en que todo está en uno. Por eso acepté que había algo de absoluta verdad en el Pillan mapuche, en el Kloketen ona, en el Viracocha tiahuanaco, en el Quetzalcoatl azteca y en el Itzama Maya. Lo mismo que el Mitra Hindú, el Enlil Sumerio, el Han ku chino, y cómo no, el Ra Egipcio. Demás está hablar del Jah ve judio.

La historia se muestra como ese increíble espejo del alma humana. Cada mito, cada leyenda y cada sobrenaturalidad en los dioses, muestra algo de nuestra naturaleza. Si alguien, como los razonables científicos y sabios decimonónicos, pretenden pasar su pie por encima, a través de un cuento tan moralmente correcto como el de los tres estadios de Comte, es aconsejable pensar en quienes fuimos. Porque estoy seguro que mis abuelos y bisabuelos, fueron en parte, lo que estoy siendo.

Después de todo la historia si sirve para algo.

4 comentarios:

Ayanay dijo...

Escribes bastante bien, seguire visitandote.

Besos

debajo de la luna dijo...

Creo que la historia nos reconcilia con eso tan alentador y que tanto debemos utilizar, llamado pasado.. Pro no solo es la busquda de aquello dispuesto en las raices, al parecer nos conjuga y nos d ala oportunidad de realizar un devenir de acciones interpretando estas acciones.como lo hacian muy bien los antiguos- a través de aquellos mitos.. Muchos podrán decir que estoy hablando si es el mito la contraposición d ela historia.. Y no, el mito es la vivencia misma tanto de ese pasado- a veces incierto y muy subjetivo pero vivido, o sea con sentido- y este presente que nos lñimita a pensar que no existe.. se vive en el rito de crear y acercarnos a eso que por ahora llamamos historia..
Al final el no poseer justamente ests mitos -celebrados en los ritos- nos genera estar desadaptados del concepto historia.. estar lejos de comprender como ella se vive.. es como el sentido del sin-sentido

siempre he dicho que Villalobos es un vendido.. en Chile existe un tipo llamado Garcés que la lleva.. eso si el libro que nunca podré olvidar es atenea negra.. un libro que nos habla de esta historia.. un inglés irreverente que rompe esos esquemas creados en su misma civilización, la europea..

Paty dijo...

sabes, eso de atenea negra me sonaba un poco...y justo una 1ra imagen llenó el vacío que me hacía dudar de lo que se podia tratar
algo además lo relacionaba con estar debajo d ela luna.. pero no mi luna.. seguramente es una luna distante ya a esta altura, distante pero no ausente (aun se puede dejar ver, lo notas?)
y asi llegué a lo que buscaba:

“cuando se quiere legitimar el dominio, aparecen las teorías que demuestran que los dominados son inferiores”

Libro: Atenea Negra.
Autor: Martín Bernal.

:S será quien parece ser?

Anónimo dijo...

SEÑOR SAGREDO LO FELICITO POR SUS IDEAS.........PERO DEJEME RECOMENDARLE UN ALBUM DEL GRAN PIANISTA AFROAMERICANO CECYL TAYLOR SE LLAMA UNITED STRUCTURE
POR FAVOR ESCUCHELO HAAA Y POR SUPUESTO DE ANTHONY BRAXTON: SIX COMPOSITIONS (QUARTET) 1984
SINO LOS ENCUENTRAS YO TE LOS PRESTO

PATRICIO CISTERNA