domingo, 22 de abril de 2007

Nos anuncian lluvia (recuperado)

Mi madre decía que era normal y que incluso, en el setenta y tres hubo una peor. Pero la verdad, es que yo no entendía y menos aun, creía en una lluvia peor a la de ese momento. Era imposible.
Ese día en que miraba por la ventana, había un rio afuera, no se veía nadie en la calle y las luces de las siete, parecían tétricos avisos de desastre.
En las noticias, mostraban botes y gente que con espanto veía como se iba todo abajo. Del cielo caían espadas.

Pero mi madre decía que era normal. Nada comparado al setenta y tres.

A mi no me interesaba mucho el setenta y tres. Entre el olor a sopaipillas pasadas y el vaho de la ventana, era poco lo que podía concentrarme en el relato de mi madre. Me hablaba de lluvia, pero de a poco la dejaba de lado, para hablarme de uniformes, balas, gritos e injusticias. Entonces imaginaba todo eso en medio de la lluvia.

Era como recordar las viejas películas de guerras mundiales. Por mi cabeza pasaban las trincheras de la primera, y las botas del reich embarradas, de la segunda. Así imaginaba el setenta y tres lluvioso de mi madre. Desolado por las espadas del cielo, y los metales de la tierra. Sin embargo, esas eran solo lagunas.
Yo estaba concentrado en lo que caía y por lo tanto, en lo que había allá arriba. Quería salir afuera y mirar directamente al cielo, pero con los ojos tan abiertos como para ver más allá de las nubes, más allá del lugar donde los volantines y los aviones se perdían. Las nubes eran un escudo, una tapa gigante que necesitaba destapar.
Alguién tenía que manejar todo eso, y él, sea quien fuera, estaba allá, pues de allá caían las espadas y los rios.

Los autos pasaban, nadaban, remaban, pero jamás andaban. Los veía cruzar de a poco, como si apagaran el motor y sólo se deslizaran por la corriente. Porque efectivamente, había corriente. Y me daban ganas de verlos vagar por el azar del agua. Que el motor se fundiera, que los conductores echaran a la suerte el destino de esas chatarras. Ya a esas alturas todo me parecía viejo, innecesario, de una fealdad insostenible. Los postes de luz, las murallas descascaradas, las rejas que tapaban los desenlaces, etc.

A mi madre, al parecer, no le interesaba mucho el festejo que yo armaba en la ventana, asi que insistió tanto para que me alejara de allí, que por cansacio dejé el ventanal. Habían sopaipillas, y la idea de escuchar la lluvia en medio de ese aroma, no me parecía desagradable. Menos cuando estabamos los cuatro alli dentro.

Al final, mi mamá admitió que era la lluvia más intesa de la que tuviera memoria, pero sin duda, la más terrible, había sido la del setenta y tres.

Le encontré razón.

3 comentarios:

Paty dijo...

asi que era cierto que tenias guardados estos escritos ah..
me habría gustado guardar algunas cosas tbn.
impulsos.. en ciertas ocasiones no me he podido liberar de ellos.

re-leyendolo te imaginé con sopaipillas... bueno, estamos en meses de muchas muchas sopaipillas, asi que me imagino que serás feliz por eso.
aprenderé a hacerlas..
:)

Paty dijo...

asi que era cierto que tenias guardados estos escritos ah..
me habría gustado guardar algunas cosas tbn.
impulsos.. en ciertas ocasiones no me he podido liberar de ellos.

re-leyendolo te imaginé con sopaipillas... bueno, estamos en meses de muchas muchas sopaipillas, asi que me imagino que serás feliz por eso.
aprenderé a hacerlas..
:)

debajo de la luna dijo...

Creo que comenzar a imaginar sobre aquellas lluvias que pesaron tanto aquí es quizás tratar de vivir un poco de todo aquello.
Sabes... mi abuelo decía que ellos recibian aquel día con algún sentimiento de culpa.. él no quería que aquellos días que habían sido de sol-pese a lo dificil- se acabaran.. sentía que debía tratar de defender lo que él asume que le costo...
Mi madre corría sin entender nada... aquella lluvia azotaba de manera descontrolda los barrios donde ella vivía- era una sociedad marcada desde su nacimiento como aquella que debía ser sepultada- si entender nada veía como para protegerse de aquella lluvia, mi abuelo y mi abuela debían levantar y poner sobre la muralla aquellos colchones que mil historias tenían... si ella a esas alturas solo contaba con 10 años..
Sus recuerdos revisten un poco de temor...
Un día de intensa lluvia- aquellos hombres rudos- entraron a esa casa... buscaron incansablemente aquellos pruebas que llevarían a mi abuelo a una lluvia torrencial... no sé que sucedió que aquellos hombres con gestos fruncidos debieron marchar sin encontrar nada... todo había queddo como un gran secreto. Las fotografías estabn depositadas en lugares escondidos.. si como aquellostan sagrados que él me mostraba cuando chica en quella gran casa. Mi abuelo debía seguir dando luz- pese a la llevia- a aquella niña que corría con su vestido....

Y si le agradezco, ahora ella me mira desd el sillón y él me protege desde quel lugar...