jueves, 25 de agosto de 2011

De esta no te salvas.

pinochet El desempleo indudablemente provoca el mayor de los placeres: ocio. Y como madre o padre de todas las ciencias cultiva entre otras cosas, adicciones y profundiza los antagonismos entre el deber ser y el simple y rápido hecho de ser a secas.

A veces me comprometo en ese debate interno y al salir de él, lo único que queda es el impulso definitivo que me lleva hacia la guitarra, el libro, el cuaderno o –a propósito de nuevas adicciones- al PlayStation. Sin embargo, la más fundamental ha sido de cualquier modo, pensar mi país.

Chile como campo de batalla. Como siempre ha sido según Alejandro Zambra. Y yo me entero de esta pequeña guerra silenciosa, mirando por internet los titulares de los periódicos independientes que complemento con la falacia bien estructurada de El Mercurio, diario del cuál soy orgullosamente suscriptor. Allí (en El Mercurio o en los pasquines independientes) se ven las escaramuzas callejeras y confieso que sin ser un anarquista ni un ultrón, he añorado ver en uno de esos combates, el triunfo épico de los encapuchados sobre el aparato represor. Sería una escena muy bonita sin duda. Justicia para el argumento anarco que se basa en la violencia cotidiana de la cuál son víctimas los más desposeídos de este fundo colonial.

Menciono a Chile porque mi nueva adicción es colarme entre esas fisuras que dejan medio abiertas los procesos históricos y entre ellas, observo, a veces presencialmente y otras desde lejos como el modelo va cayendo a pedacitos. No a nivel local solamente, sino a nivel Mundial. Santiago Segura lo afirma y si él lo plantea de ese modo, entonces no hay posibilidad de error.

Por otra parte, el tiempo libre me ha garantizado la posibilidad de quedarme largo rato mirando el techo y recordar episodios notables de mi infancia. Uno de ellos tiene que ver con la política. Año 1989. Año de propaganda política. Mis padres me llevan a presenciar el acto político de Hernan Büchi, el candidato de la derecha. Se demora en llegar. Tarda demasiado. Tanto que los vecinos comienzan a impacientarse. Algunos especulan su ausencia, otros solo esperan sentados y no faltan los que optan por retirarse. Mi mamá en cambio espera, pero lo hace comentando la situación. Para ella es todo un circo. Pronuncia la palabra “teatro”. Esto es “puro teatro” dice ante el atraso del pajarraco neoliberal y yo me quedo mirándola porque lo dice con cierto rencor, el mismo que se contrapone a los vítores y aplausos que recibe el candidato al llegar minutos más tarde. Sin embargo, esa expresión me ha quedado dando vueltas hasta hoy. Deduzco que tiene que ver con esa vergonzosa forma en la que se ha vuelto el país desde entonces. Las sonrisas, las fotografías de vida social en el Mercurio, los debates inocuos, los discursos y la pobreza.

Sí, sobre todo la pobreza. Esa que como en el teatro de mi madre, han sabido esconder meticulosamente los políticos bajo la alfombra, olvidando en todo caso que no se puede acumular tanta basura sin tener que removerlo todo al final. Y al igual que muchos, ahora podemos mirar –como un pasatiempo vívido tal vez- como todo vuelve a su lugar. La deshonra de no poder haber juzgado a quien avaló y cobijó el actual modelo puede ser menos fuerte una vez que su herencia desaparezca. Y en eso está gran parte del pueblo chileno.

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