martes, 25 de noviembre de 2008

Después de Beethoven


Karajan dirige la novena de Beethoven y la cámara que lo graba enfoca sus manos. Tras ellas, los violines, los chelos, los clarinetes. Todo lo oigo a través de mis audífonos y a medida que la música sube en intensidad, mis audífonos amenazan con desplomarse o de buenas a primeras, estallar en diminutas partículas plásticas, las que repasaré levemente como si fueran hormigas fulminadas por una gota de agua. Pero de pronto la música cesa. No hay ni Beethoven, Karajan, ni Filarmónica de Berlín. Sólo un silencio a medias, una ausencia total de música y en cambio un caracol de mar en mi oreja, lo que implica que tampoco hay caracol de mar en mi oreja sino, sólo el mar. Esa sobriedad espantosa que demarca el sitio de la inquietud al centro de un lugar vacío.

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