sábado, 1 de noviembre de 2008

ROMA


Me acuerdo de un beso en la mejilla mientras caminábamos por La Alameda. Me acuerdo de sus ojos mirándome como si en vez de mi, fuera otro el que estuviera al frente de ella; pienso en alguien grande, en alguien extraño y de aspecto inusual.
Había poca gente. Resabios, restos, migas de personas atravesando de un extremo a otro una calle infinita. Eso es lo que prefiero pensar. Que La Alameda fue una postal con tiraje indefinido, digamos, un invento de las editoriales y del turismo para atraer (y amedrentar) a ciertos espíritus indolentes que al llegar desde lugares aun más profanos, probaron y vieron nuestro pequeño México DF, nuestro pequeña Roma, nuestra inmensa Hiroshima.
Me acuerdo de ese beso, un pequeño roce de su boca contra mi mejilla difusa por culpa de mi barba y pienso o tal vez sienta y luego piense, o quizás las dos cosas ametrallando a pulso lo que ahora denomino nostalgia, que volvería mil veces atrás, pero sólo hasta allí. A la noche, a esa noche en que La Alameda se abrió como el mar muerto y me puso frente a frente con el verdadero motivo de mi obsesión reincidente. Porque caería mil veces en lo mismo por culpa de sus ojos prediluvianos, sus ojos de cuento bíblico, sus ojos afectos a la inauguración de nuevas épocas históricas. Y entre esos ojos (ojos que podría estar nombrando y renombrando horas enteras) y su boca en mi mejilla con una Alameda infinita mientras la gente desaparece, lo que hay es simple y dura para siempre. Y Fromm y Ovidio se equivocan: no es un arte, es puro y absoluto azar.

1 comentario:

Paty dijo...

no se si se trate de azar... o de suerte (como la buscas tu).
pero estamos juntos, y sigo sintiendo que aparecen esos besos como las primeras veces, y esas manos y esos abrazos y esas miradas :)


te amo mi niño
mi heroee
mi amorrr!!


kiero llenarte de besos, sobretodo cuando te vea jugando en el pc XD