lunes, 9 de junio de 2008

I.-

El día amanece

con un frío que escuece.

El gorro,

la bufanda y

el abrigo zurcido por los lados

parecen armaduras descolocadas y

por lo tanto,

admito ser un goliardo, un trovador o un juglar.

El cielo es un espanto.

No hay cielo.

Es más bien un pozo eterno

que a medida que se abre

muestra una luz

que es como un tumor

en un ojo

O,

corrijo

una cavidad donde debería

existir un ojo.

Así nos vamos

o así nos quedamos

Lo cierto es que estamos

incluidos sin quererlo,

en medio de la ceguera, que,

Ojo

no es sólo nuestra.

Santa Rosa es un burdel

a punto de cerrar sus puertas.

ya no quedan anfitriones

y las putas duermen

junto a teléfonos públicos

que bien podrían ser

urinarios o capillas ardientes

donde velan a los muertos

después de sus cosechas abstractas,

sus esplendidas despedidas

con cuecas, pebre y maricones

de moños afilados.

y no me sorprende,

no me desquicia verme

y verlos, porque

qué duda cabe,

somos lo mismo y en la misma acera,

la pútrida, la reventada, la pisoteada

como si fuera una trinchera incinerándonos

a medida que pasa el tiempo.

Un tiempo que a la vez es un juego de alquimia

y una apuesta con el diablo.

nada más serio y nada más baladí.

Nada más correcto y nada más estúpido

mientras el sol va emergiendo

como el ojo sano

-y sí es de vidrio, qué importa-

que nos ve pasar

y luego nos ve quedarnos

como figuras de yeso

que estornudan por un roce,

uno nada más,

entre mi hombro con el de él,

mi brazo con el de ella,

mi cuello con su puño.

Y así me voy sintiendo el último hombre de la tierra,

el último que respira su cal

O su vapor

O su respiración.
porque entendámonos,

cuando no hay nada más,

cuando todo se ha desbarrancado

por la pendiente de los trescientos sesenta grados

bajo cero,

es que ha llegado la hora

de despedirse o en el mejor de los casos

dar el último suspiro.

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