sábado, 5 de abril de 2008

Carta de un muerto flotando a sus conocidos en tierra firme.

"Ido el sol, el mundo se llena de su ausencia." Macedonio Fernandez


Hoy me hundiré. Me hundiré tan hondo que no me podrán sacar ni con las cuerdas de Julio Verne. Entonces, vendrán los familiares cercanos y los lejanos, los amigos verdaderos y los falsos, los topos y las ratas, y me mirarán con sus ojos de botellas al sol. Me dirán que suba, que salga, que vuelva arriba porque el día está lindo y la sombra de los árboles es perfecta, tan perfecta como si frente al sol se hubiese posado un pájaro mitológico, un enorme pájaro prehistórico con alas de fuego. Pero ya está decidido. Yo me hundiré. No tengo mucho que contar, más allá de las vagas impresiones que me dejan los escapularios sobre un santuario en Atacama. Dicen que escribo poesía y una risa se me escapa del mismo modo que podría fugarse un reflujo, un vomito en medio de una guerra. Los que lo dicen no me conocen, pero entonan sus palabras con una fijación extraña en la sabiduría. Los veo a diario. Miro a esos alfonsos sabios, a esos ptolomeos y esnobs de universidades sin prestigio y me recuerdan a los funcionarios de ministerios corruptos, ellos y sus clientelas bajo el agua. Ellos me dicen que escribo poesía. Y no me conocen. Yo estoy en el fondo. Hoy me hundiré y mañana y pasado y tal vez todo lo que me queda de vida, y puedo asegurar que la decisión es involuntaria. Alguien la tomó por mi.

Lo que tengo para cumplir mi labor sepulcral es como siempre, modesto. A decir verdad, no cuento con nada, lo que en términos prácticos hace el ritual infinitamente más complejo convirtiéndolo en una partida de ajedrez abstracta, una lipotimia desenfrenada al borde de un barranco igualmente abstracto, con cancerberos abstractos, Polifemos abstractos, dioses asirios abstractos y una caterva abominable de escritores de best sellers compulsando tu caída como si el sólo hecho de desmoronarse en el aire, constituyera un hecho único e irrepetible. Un deja vu de los suicidas. No tengo nada. Ni hachas, ni pistolas, ni sogas, ni un balcón sobre un décimo piso, lo que en la misma secuencia quiere decir que tampoco tengo sobre qué caer. No tengo donde caerme muerto.

Tendré que trazar un plan perfecto. Tan exacto como la ingeniería que dispone trenes bajo el mar y enormes puentes sobre él. La pregunta por lo tanto es: ¿cómo se hunde un hombre sin tocar el suelo? Fácil. Hundiéndose en el agua.





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