lunes, 14 de abril de 2008

Paseo Bulnes (fragmento)

Capítulo 3 "Close-up" .


Porque sus ojos me dejaban fuera de sus pupilas para que yo viera desde lejos a Patricia y mirara su rostro, ese rostro que parecía una postal desde el cielo o desde el pincel de Miguel Ángel. Vi su boca y tuve la tentación de cruzar el umbral y bajar hasta donde estaban todas las compañeras de mi hermana y volver a recordarlas, volver a verlas para saludarlas una por una y al final llegar a Patricia y darle un beso en el borde de sus labios de manera tal que hubiese bastado un ruido, una pequeña onda en el aire, para que mi boca se hubiese deslizado a la suya como un mecanismo perfecto, un reloj suizo dando las doce en punto. De ese modo, su mirada me invitaba a imaginarme junto a ella en un plano de infinitas posibilidades. Yo trataba de escrutar su mirada. Intentaba adivinar el contenido de esa melancolía, el barniz de su impronta, pero por mas que lo intentaba me perdía y bajo mi costilla izquierda algo se amontonaba, algo me rasgaba tímidamente la piel al punto que los nervios eran corrientes de aire desperdigadas bajo mi ropa. Ahí estaba yo, mirando a la mujer más linda, a los ojos más profundos. Tan profundos como para ahogarse del mismo modo que se ahogaban mayas en los cenotes de Chicen Itzá. Pero lo mío no era un sacrificio. Yo estaba bajo los efectos de mi vida anterior o bajo el signo de alguna constelación. De una triste constelación y de una triste vida anterior.

No podía ser cierto. Cómo ver a una persona por primera vez iba a provocar giros alucinatorios tan definitivos, muestras perentorias de lo que son posible los sueños, de lo que es capaz el anonadamiento, el deslumbramiento, el absoluto abatimiento tras un fragmento microscópico de tiempo. Las ganas de besarla, el impulso de acercarme a su oreja y detallarle la rasgadura a la que había sido sometido mi vientre por su culpa, me paralizaban. Era mejor seguir concentrado en su piel, en el aroma ficticio a vainilla que sólo puede provocar algo extremadamente limpio. Sentí que mi vida era un soplo que se inflamaba con el fragor de octubre y que una vez terminado el rito absurdo del saludo colectivo, esa presentación infame y teatral del hermano de la anfitriona, las cosas, eso que llamamos “las cosas” y que no es más que lo que un científico denominaría como “todo”, cambiaría para siempre.

No hay comentarios: