lunes, 12 de diciembre de 2011

Solo un sueño

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Soñé que caminaba cuadras y cuadras en busca de algo indefinible. Soñé que atravesaba los páramos de neón en medio de la noche mientras las micros goteaban aceite y bencina en calles recién quemadas. Soñé que desfilaba por San Antonio, Estado y naturalmente por el Paseo Ahumada y allí me metía en galerías y caracoles más oscuros que la mismísima noche. Soñé que solo encontraba rostros acabados en vitrinas igualmente acabadas. Como un desierto de sal bañando a los caracoles. Soñé que los letreros rojos eran un presagio del juicio final, quiero decir, una escena importada de películas tipo b en que el apocalipsis es solo una circunstancia más y no el destino bíblico que predican en las esquinas. Soñé que entraba de lleno en la oscuridad, una oscuridad que no estaba afuera sobre los faroles y los adoquines lustrosos, sino adentro, en esas habitaciones parapetadas en nada (vidrios sobre vidrios) y ahí encontraba a mujeres semidesnudas que hablaban de sus sueños como yo ahora hablo de los míos. Soñé que me contaban sus aspiraciones a la vez que presionaban un vaso contra la llave de cerveza. Queremos ser peluqueras me decían, tener nuestro propio salón de belleza y ser dueñas de nuestro trabajo. Otras mencionaban a sus hijos, algunos con 18 o 19 años y por lo tanto, con hijos propios también. Hablaban de sus frustraciones, de lo que fue y de lo que pudo ser, sobretodo de lo que pudo ser. Muchas serian profesionales, enfermeras, contadoras, veterinarias, ingenieras, etc. En ese mundo paralelo que se dibuja al cerrar los ojos, todas habrían sido reinas, casi como un sueño de reivindicación social por mucho que Martin Luther King no les sonara más que a sucedáneo de rapero del Bronx o a marca de cigarrillos importados. Pero eso no valía, pues sus cuerpos semidesnudos desaparecían al tiempo que la cerveza bajaba su cota de espesor y los escaparates, repletos de nada, llenos hasta el hastío de vidrios sobre vidrios, de vidrios que nos proyectan hasta el infinito, se transformaban en los castillos, en las torres y en el puente colgante que defendía su dignidad. Soñé entonces que todos éramos un poco como esos sueños de una mujer a medio vestir. Lo único que buscamos siempre, es un poco de dignidad. La misma que perdemos en los rincones de esta ciudad maldita.

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