lunes, 28 de septiembre de 2009

Ganas de escribir

Ganas de escribir. Confundir el verbo con la carne, el retrato con el gesto, y luego, sin mediar pensamiento, vomitar un tumulto de palabras al voleo. Sondear, autor por autor, título por título, las novelas negras, esas que permanecen empotradas y empolvadas en los últimos peldaños de una biblioteca a punto de caer. Ganas de escribir. Leer a John Le Carre y de paso a Jaime Collyer, leer unos cuentos de Enrique Lihn y uno de Donoso (como en los viejos buenos tiempos). Leer a esos autores y querer terminarlos pronto para lanzarse en picada, como una bala perdida, a magullar el cuaderno marrón que es a su vez un fetiche más. Una mueca o un señuelo a los filósofos que desarrollaron sus ideas a punta de codo entre las trincheras de la primera guerra mundial.

Ganas de escribir. Entrar a la biblioteca nacional y entre libros de historia militar, ver el busto de Voltaire o Demóstenes, e imaginar el resto de sus cuerpos, entre gusanos y raíces que brotan desde la piedra, la misma, que es en el fondo, cada pómulo de Voltaire y Demóstenes. Ganas de escribir. Apoyar mi cabeza contra tu hombro en una micro en movimiento, y sentir como duelen los ojos y como late el corazón, mientras un embudo de sangre se cierne sobre los párpados como el aviso de una batalla sin terminar y que se justifica ante todo, en lo atávico; en los ojos pintados de rojo, en las mejillas tatuadas con barro y con cal. Ganas de escribir. Untar mi boca en tu boca, hundir mis manos en tus manos, ver en tus pestañas arremolinadas la engorrosa respuesta al amor, un poema o un laberinto hecho de finas hebras que se cierran para abrir el sueño.

Ganas de escribir. Obligarme a tomar lápiz y papel, y hasta el fondo, apretar el lápiz contra las hojas para que salga apenas un bufido muerto antes de nacer, y que sin embargo, significa más que la correlativa prescripción de antídotos contra la carencia de creatividad. Una mancha o una línea que se tuerce con furia en los márgenes del papel y que de pronto, termina en una palabrita inteligible, un insecto de tinta que yace inerme en el centro del cuaderno marrón. Sólo una breve confusión y una larga solución. Ganas de escribirte justo al centro una pobre postal desde nuestra Alameda, que no sea ni un saludo ni una despedida, sino simplemente un arrebato que se basta a sí mismo.

1 comentario:

Paty dijo...

escribeme siempre con tus banos, delineame sienpre con tu boca... te aseguro que mi piel es la más sutil de las hojas, que mi cuerpo es el libro más interesante.

me encanta sentir que esa alameda es nuestra... y sus muros, y sus arboles en flor..
te amo mi vida