sábado, 8 de agosto de 2009

Llueve


Llueve. Ese es el primer dato, y el interminable primer lugar común. Gotea. Gorgojea y la gravedad se desparrama en una tibia sucesión líquida.

El segundo dato, incómodo o no, es más una pantomima obligada de quien escribe, que un dato chocantemente concreto. Recuerdo otra vez, digamos, por enésima y milésima vez, la ventana empañada de mi infantil casa en Sebastopol con Metal Rojo, y el reflejo estrecho y afilado de mi madre sonriendo mientras mi hermana y yo, leíamos sin saber leer, unos viejos cuentos de Walt Disney, cuentos que venían en preciosas ediciones de tapas duras e impresos en todos los colores posibles de esos años. Los años ochenta, tiempos en que oí la palabra Pinochet, aparejada siempre, con el sustantivo Perro, siendo este sustantivo, un adjetivo hecho carne, una estela de alguna fábula siniestra que mi madre y mi padre, sin querer contaban entre terremotos y caudales que arreciaban al Mapocho.

Entiendo lo imposible que es recordar lo que no se ha vivido, pero luego, me inflo y no hay nada que hacer, cuando al pensamiento práctico le escamoteo sus materiales. Rehuyo del sujeto que enuncia desde lo cotidiano y devengo (digo esto, recordando escenas de películas que transcurren en hospitales psiquiatricos, con Deleuze y Derrida incluidos) en hombre-anfibio, alguien a medio camino entre la lluvia y el ojo hierático que mira como llueve. Mi elusión parte desde este lugar común que es la lluvia y el ojo que mira a través del vidrio empañado, pero termina indefectiblemente en ese otro lugar común y a la vez temible, que es la tormenta. Te toco.

Te toco; aquí desde mis entre líneas y mis visiones atropelladas. Palpo tus manos henchidas de ternura y corroboro, sin asco, la segunda ley de la termodinámica. Todo propende al caos. Un azar magnífico, y ay por Dios: ateo hasta el tuétano. Y eso es todo. Intento que veas entre líneas. Te hablo y te escribo desde lugares llenos de tránsitos previos, alunizajes dirás, pequeños grandes pasos que cuelgan aun, sin necesidad de telescopios, de la luna, y por poco lo logro. Al final y como siempre, me pierdo en esta ansiedad inscrita en el juego rabioso del azar, (lo que venga o lo que sea) y los parapetos, armados tímidamente entre ladridos de perros igualmente descentrados, se desarman en estas cenizas que se inscriben como palabras en un vidrio.

1 comentario:

Paty dijo...

me encantó tu escrito, la imagen, esos recuerdos tan tuyos, y esas palabras ordenadas en un sentido tan unico que transfiero para mi...

te amo