lunes, 10 de agosto de 2009

Clemente Palma y sus "cuentos malévolos"




Clemente Palma fue un escritor que cultivó el modernismo y se rindió ante los escritores rusos de finales de siglo XIX. Imagino que ahí estaba Tolstoi o Dostoievski, porque entre los relatos de este roble narrador peruano, se huele la sangre escarchada en Siberia y el dolor grotesco del exilio (lo digo yo, que nunca he pisado más de tres metros de nieve y que sin embargo, he vivido el exilio, aunque breve, pero exilio al fin). Eso por lo menos en su obra. Porque en la contratapa o en su biografía, sólo se alcanza a distinguir la caricatura opaca de quien fuera, como muchos a comienzos del siglo pasado, hijo de algún personaje ilustre, y posteriormente, un estudioso de renombre universidades estatales. Ratón de biblioteca a propósito de su padre, Ricardo Palma (bibliotecario de la Biblioteca Nacional de Perú) y consumado adorador del decadentismo francés y de orlas empotradas en sillones tipo Luis XVI.

Sus cuentos, a veces recargados, a veces falsos como el sonsonete de los literatos amantes de los cafés y la cultura europea, renuncia por un pequeño instante (un instante luminoso y aterrador, como la especulación de Morel en su isla desierta) a los lugares comunes; bosques sin nombres, caballos y jinetes desbocados por llanuras infinitas, búhos y comarcas donde los amantes hablan de arte y rozan la comprensión del universo citando a Kant y a Aristóteles. Y en esos instantes aparece un horror genuino que no deja seguir leyendo. Un horror que no tiene nada de horror, quiero decir, aunque parezca un payaso bordeando la alucinación, por el contrario, este horror se parece más a lo real, a esas aberraciones diarias que terminan en hospitales psiquiátricos con mundos desbocados a grito limpio. A puro destajo. A pura rabia y pena.


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