miércoles, 4 de marzo de 2009

2047: La habitación de al lado.

Chow escribe y luego borra. Los minutos, en una pequeña y privada olimpiada de la desesperación, corren y baten records en todas las modalidades. Chow, que es escritor, pero también mecanógrafo y de vez en cuando proyector de cine en un barrio malvenido, cierra los ojos y piensa en sus actrices favoritas. Pero no ve nada. Ni actrices, ni secuencias de besos arremolinados, ni menos, labios encorvando palabras mientras los subtítulos completan los afectos. Entonces Chow, arruga y bota sus papeles, sus oraciones y frases desencajadas de su cuarto (una pintura de Remedios Varo y un rosario incompleto) y vuelve a hacerlo todo otra vez, como cuando era niño y su madre arrancaba las hojas de sus cuadernos, porque Chow, no lograba redondear su letra y en cambio, volvía a soplar ese viento de sus tifones imaginarios, llevándolo todo inevitablemente, afuera del cuaderno.


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