domingo, 27 de mayo de 2007

Un jardin para poblar.


“Todo era tan hermoso: bóvedas estrechas y altísimas de curvas hojas de eucaliptos y retazos de cielo, sólo que sentían dentro esa ansiedad porque el jardín no era de ellos y porque tal vez fueran expulsados en un instante. Pero no se oía ruido alguno. De un arbusto de madroño, en un recodo, unos gorriones alzaron el vuelo rumorosos. Después volvió el silencio. ¿Sería un jardín abandonado?” ( Italo Calvino, El jardín encantado )





Ya han pasado más de tres años, desde esa ocasión en que en una conversación nocturna, hablaba de la felicidad. Era casi un rito, eso de quedarse de amanecidas, conversando sobre temas en amplios volúmenes, desde algún grupo musical hasta, las disquisiciones más etéreas, sobre, asuntos aun más inasibles.
Recuerdo con especial detalle ese momento. No fue especial ni mucho menos, y a decir verdad, fue muchísimo más frío de lo que hubiese querido. Eran letras, grises ariales, paseándose por una pantalla, tratando de dar significados. Y yo preguntaba sobre la felicidad “crees que exista la felicidad”, habría sido seguramente la pregunta –lo expongo así, porque no me acuerdo a cabalidad- y su respuesta, habría sido “si, pero no como todos creen”.

Hablaba con una compañera de mi hermana. Una amiga y compañera por esos tiempos. No recuerdo cuál era mi condición, si era estudiante universitario, o alumno del colegio, pero sí, recuerdo la situación de ella; alumna de colegio. Lo que sucedió, en resumidas cuentas, fue que ella, la compañera de mi hermana, me dijo que efectivamente creía en la felicidad, pero no del modo en que todos creían en ella.

Estaba hablando con una mujer especial, no tanto, por su respuesta distinta al común de las percepciones sobre la felicidad, como por la forma, en que me explicaba su punto de vista. Y ella se refería a la felicidad como a un tránsito, a un camino constante y sin tendencia a acabar. La felicidad, siempre se está haciendo, y jamás se encuentra plenamente. Ella me preguntaba si entendía, y yo, para demostrarle que sí, le daba ejemplos, el de la mujer que buscaba su felicidad en un futuro hijo, pero que cuando lo tenía, la felicidad iba a ser, de allí en adelante, otra: mantenerlo y hacerlo feliz. La compañera de mi hermana, a raíz de esos ejemplos, decía “eres un buen alumno” . Lo cierto es que yo no lo tomé como exageración ni mucho menos. Ella me hablaba sobre la felicidad, y yo aprendía de eso junto a ella.

Es sabido que todos los filósofos, en especial los socráticos, se hicieron esa pregunta una y mil veces, y además, aseguraron que la finalidad del hombre, es conseguir la felicidad. De eso no hay duda, pero qué sucede entonces, cuándo se sabe que la felicidad no existe, o que ella es en suma, una palabra que sólo se puede mascullar a medias. Se busca, se encuentra, se escapa, se busca nuevamente, se encuentra por segunda vez, y sigue su rumbo. Como un gato acostumbrado a la independencia al que no puedes lograr meter en una casa.
El hecho, es que me quedé con esa concepción, con la idea que planteo la amiga de mi hermana, hace algunos años.

Pero en ese momento a pesar de sus convincentes argumentos, yo ya tenía mi idea de la felicidad. Y era una idea imposible.

¿cómo le explicaba a ella, la compañera de mi hermana, que para mi, el asunto era sencillo y que simplemente, ella, era mi felicidad? No podía, claro que no podía. Ella buscaba otras cosas, otras personas, y ya estaba invadida por otros sentimientos que no tenían mucho que ver conmigo. Además, sería inentendible. Inentendible porque, yo me hacía inentendible, me descomponía, me dividía, me multiplicaba por la tabla del dos, y me dividía por el mismo número. Ella, era sincera, y yo, sólo un atado de anhelos incomprensibles.

La compañera de mi hermana hablaba casi todas las noches conmigo. A veces, cuando bordeábamos las seis de la mañana, ella, para evitar el reto de su padre, debía disimular que no estaba despierta. Yo hacía lo mismo. Sentía a mi papá levantarse para ir al trabajo, y apagaba el monitor. Luego, descubría mi cama y me metía dentro. Esperaba que se fuera y volvía a hablar con ella. Ya no hablábamos de la felicidad, pero yo me sentía feliz.

Me conformaba con poco; sólo sus letras, sus pensamientos diseminados en forma de datos cruzando una ciudad en llamas. Y sentía que la quería. Recordaba como se veía con ese chaleco verde, que una vez alcancé a ver puesto en ella, intentaba imaginar su voz que hasta ese momento, desconocía, trataba de adivinar cómo era su pieza, cómo y de qué colores, eran sus espacios más cercanos e íntimos. Y las palabras, sólo las palabras, me ayudaban a eso. Fue un momento de mi vida, en que las palabras me salvaron, y las palabras me volvieron loco. Me hicieron leerlas en todo lugar, la busqué en las poesías más increíbles, en las prosas más trágicas, en las canciones de melodías hiperbóreas y analfabetas, porque yo no entendía nada.

Eran los tiempos en los que creía en la profesión que estudiaba, los años en los que jugué como un niño a construir proyectos. Soñaba con los ojos abiertos, con las manos dispuestas para tomarlo todo; desde la guitarra hasta los libros, que desde entonces, fueron mi segundo hogar. Traté de escapar, pero ¿de qué? De esa felicidad. De la felicidad de la que hablaba la compañera de mi hermana, de ese camino interminable, hacia una verdad inalcanzable, y lo hacía, porque no lo entendía, a la vez, que sí, sentía una suerte de resignación fatídica.

La relación era clara: ella, me decía que la felicidad no existía, y yo, sólo pensaba, que ella era la felicidad, y que por lo tanto, se equivocaba, la felicidad si existía y no era un camino, sino que más bien, era un final de camino. Pero por otro lado, ese final de camino me era censurado. Cada paso que intenté dar, fue desviado, a veces por mi propia torpeza, y otras, por una imposibilidad desquiciante. Y ahí creía en sus palabras : la felicidad plena no se consigue nunca. ¿porqué no podía estar ahí para mi? ¿porqué no podía ser ella, una estrella en mi cielo?.

“Porque no eres para ella, porque ella no es para ti, porque tu no le gustas, porque tu eres de una forma irreconciliable con su visión de mundo, porque debes buscar tu camino en otro lugar. En otro lugar…”

¿Dónde? En la vida real. Debía dejar de lado las conversaciones platónicas y pletóricas de ideas coloridas, debía en síntesis, dejar de intentar llegar a su mundo, pues el mío, estaba a años luz y debía, antes que todo, solucionar mis problemas. Y los problemas en ese entonces, estaban relacionados con el exceso de cuestionamientos a los que sometía a todos, y a todo. Trataba de entender, lo que me angustiaba, pero así fue como deshice y terminé efectivamente, apartándome del camino de su felicidad. Terminé calculando, acomodando y rearmando un rompecabezas, que según mis propósitos, debía llevarme a ella. Sucedió que jamás se trató de entender ni pretender.

Recuerdo que ella decía “quien busca se pierde con facilidad” . Y si la felicidad era una búsqueda, entonces el extravió debía ser su antítesis, acaso, la peor de las perdidas: la infelicidad.

De eso, ya van más de tres años. Hace algunos minutos, nuevamente hablaba sobre la felicidad con ella, la compañera de mi hermana, que ya, no es más su compañera y que por esas cosas del destino, su contacto actual se resume casi en cero. Pero yo, el hermano de su compañera –mi hermana-, sigo hablando con ella, pero de forma distinta. Ahora conozco su voz, sus espacios más cercanos e íntimos, el aroma de su piel, la textura de sus manos, la forma en que se ve con su chaleco peludo puesto, y el sonido de las sílabas que forman la palabra felicidad, cuando su boca las expulsa como si las hubiese guardado desde hace mucho. Pero esta vez, la ex compañera de mi hermana y hoy por hoy, mi vida, al hablar de la felicidad, se remitía a contestar que no la entendía, pero que de cualquier forma, quería ser feliz conmigo, es decir, el mismo que hace algunos años, sentía que el camino para llegar a ella, era una ruta imposible.

Ahora que pienso en todo esto, sé que seguramente, a ella no le agradará nada la retrospección insistente de mis recuerdos, pero si lo hago, es sólo para darle la razón: la felicidad es un gran camino por alcanzar, pero al recorrerlo junto a ti, algo me dice que ya lo he alcanzado.

2 comentarios:

Paty dijo...

“Porque no eres para ella, porque ella no es para ti, porque tu no le gustas, porque tu eres de una forma irreconciliable con su visión de mundo, porque debes buscar tu camino en otro lugar. En otro lugar…”



cuando leí eso, me pregunté ké pasó ahora cuando siento que yo soy para ti, que tu eres para mi, porke tu me gustas, porke mi mundo lo veo desde tus ojos -y es mucho más hermoso así-, porke si buscaras tu camino en otro lugar, entonces te perderías con facilidad, porke éste -el camino ke te conduce a mi- es tu unica ruta...

te amo
y mucho

Paty dijo...

y juntos poblaremos un jardín de hermosas flores, ke si mueren será para volver a nacer

:)