sábado, 7 de abril de 2012

La soledad de las cajas de cartón

 

A Patricia Valderrama.

Sabíamos que teníamos todo el tiempo por delante, sabíamos que contábamos con lo esencial y de algún modo también con lo accesorio. Sabíamos que nuestros espacios y nuestras conquistas eran siempre, parte de una complicidad testimonial; de miradas y de silencios bien puestos. Sabíamos que había que dejar evidencia de cada paso, de cada juego. Sabíamos que el papel lo aguanta todo y el roneo bien conservado es el tesoro perfecto para la tinta. Sabíamos observarnos y leernos en los ratos de insomnio, cada pulsación en la pantalla era un artefacto hecho a la medida de nuestras cajas. Sabíamos como hacerlo, todo el tiempo. Decir y hacer eran parte del mismo idioma, una conexión insumisa sobre la cuerda floja. El lenguaje de los quipus que tejimos como dos prisioneros en la cárcel de los gestos. Sabíamos amor, que el peligro es como un tren en media noche, un zarandeo violento y estertóreo a lo lejos, una luz que crece y de pronto palidece, según cuentan los muertos sin dolor. Sabíamos tantas cosas y sobre ellas, fuimos organizando episodios junto a nuestras furias melómanas (porque las canciones no solo aparecen con la pena). Creamos, disfrutamos y luego guardamos nuestros queridos escombros en cajas de zapatillas o frasquitos acomodados para tales propósitos, papeles, fotografías, dulces elaborados con hojas de revista, discos abreviados a nuestra medida, cartas, sobretodo cartas que emulaban esas relaciones epistolares del siglo XIX, tu siglo mi vida. Y sabíamos que en algún momento las dimensiones de los recuerdos, su volumen y su peso, podrían superar la magnitud del espacio real, los rincones y las superficies vacías, darían paso a nuestra pequeña biblioteca de Alejandría que con el tiempo habría de ser castigada por los “trabajos y los días”. De cualquier forma, ambos conocimos la arqueología de las cajas de cartón, los horizontes y las capas subterráneas que esconden no solo esa prehistoria angustiosa de sus cimientos, sino su gestación, su expansión hasta lo indecible, y si no me equivoco siempre hay tiempo para volver a casa tras descubrir sus materiales.

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