domingo, 23 de octubre de 2011

En otra galaxia.

1106105613810Uno:

Los telescopios giran sobre la órbita de su propio eje. Los astronautas intentan alcanzar las gotas de una cerveza tibia que deambula chocando en las paredes de una locura metálica y blanca. Bukowski en tanto, espera que cada gota termine en su boca.

Dos:
El humo forma pequeñas volutas que se esparcen por la habitación vacía. Tocan con meridiana tranquilidad las hojas de los libros que permanecen amontonados en el suelo. El aire sabe a vainilla y a chocolate, de modo que la boca incurre en esa falacia adolescente de morder la nada como los labios que besan a su mano.

Tres:

La cazoleta hierve y las cenizas adoptan un particular tono blanquecino, uno que es similar a las fibras de una planta colgante, a las hendiduras del caliche, a la sabia del brezo que termina siendo puro espacio: el agujero donde todo se extingue.

Cuatro:

Median cuatrocientos ochenta y siete años luz desde el hueco que fulmina al tabaco hasta el hoyo negro que devora la galaxia más cercana. En ambos casos, lo único que permanece es una copiosa estela de humo.

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