sábado, 4 de agosto de 2012

Las lineas, el camino, el hogar.


Primero: un problema insoluble para la psicología; lo que quiero hacer contra lo que puedo hacer.

Segundo: La estructura de madera se levanta como una capilla antigua frente a la industria. Los ojos se clavan en cada tabla y los clavos se esconden en cada ojo. Ojo por ojo, tabla por tabla y la primera ley dice “no construirás tu casa en la morada del metal”.

Tercero: Toca unir las partes como se unen las líneas blancas en un carretera (cuando se sobrepasa la velocidad máxima, cuando se sobrepasa  al personaje que mira las líneas blancas). Dicen que es fervor. Un fervor que quema los huesos, que nace en la boca del estomago y sube hasta la boca del rostro para terminar reventando en la boca del cerebro. Típica conjunción fisio-química que trasmuta su pleura a lengua romance; la única que comparten todas las bocas.

Cuarto: Aristóteles determinaba tres bocas. Una abajo, una al medio, una arriba: Fácil. Y con las tres bocas digo la misma palabra: Imposible.

Quinto: Quiero tanto hacer lo que no puedo hacer.

Sexto: Siempre pelean. A veces a gritos,  otras simplemente con la indiferencia que da el temor (no el olvido). Tengo una estructura de madera, un puñado de aserrín que son mis delirios siempre desparramando la retina de mis ojos en los surcos que solo la vejez da al árbol. Y la estructura crece como un andamio subterráneo aproximándose a los sueños de Julio Verne, dando vueltas en trescientos sesenta y cinco minutos, algo asi como cuatro horas y un monton de minutos.

Séptimo: A veces lo cubre todo. Una casa que sobrevive a la prepotencia del metal y sus normas, pues maldigo secretamente (con mis tres bocas) su falta de humanidad. Si yo pudiera construir aquí – me digo- el idioma seria tan claro, tan natural como el dia y la noche. Pero no puedo, no porque no quiera, simplemente porque no puedo y en eso créanme, hay desacuerdo. La boca de mi estomago y la boca de mi rostro solo viven de esa imagen (una casa de madera que es como la fuente de la vida), pero la boca de mi cerebro convoca siempre, al pariente inhóspito y cruel de todo carpintero: El herrero con su martillo.

Octavo: ¿Será necesario que golpee tan fuerte la mesa para advertirme que no puedo?.

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