miércoles, 2 de julio de 2008

De los ojos a la espalda


Paso los ojos por un libro de historia española. El autor es Louis Bertrand y me imagino que por la edición y el aspecto del libro (1937, páginas amarillas y en descomposición) pertenece a la generación de historiadores cuerdos y absolutamente desprovistos de giros filosóficos y hermeneúticos. Un autor lúcido. Realista a fin de cuentas. Pero no es lo único que leo. Leo a Pablo García, escritor chileno de mediados de siglo y que para mi sorpresa, entre todos sus errores de sintaxis y de estructura, escribe muy bien. No académicamente bien, sino que desmesuradamente bien, digamos que si su libro La noche devora al vagabundo, fuera leída por Octavio Paz, él caería en un estado intelectual complejo y escrutaría al máximo sus posibilidades juicio. Se vería entre la estrecha distancia que media entre la espada que vence a la anemia del lenguaje y la pared que es dejar atrás la cosa en sí. Porque García vence la anemia del lenguaje, pero no deja atrás a la cosa en sí. Él es más bien como un primitivo que ve en el toro de Altamira a un toro de carne y hueso.

Ayer terminé de leer el beso de la mujer araña de Puig y después de enterarme que hay una versión para el cine de Héctor Babenco (el mismo que llevó a la pantalla grande El Pasado de Alan Pauls) quiero tener la película en mis manos o en mis ojos. Da igual porque cuando tienes una película de gran vuelo frente a ti, pronto metamorfosea en sentidos distintos a los de origen y claro, la ves por los ojos y todo ese rollo tan, cómo decirlo, tan Ernst Cassirer o tan Edmund Husserl, pero luego te das cuenta que las cosas no funcionan como las describen ellos, ni menos Kant con su genialidad de lo ontico y lo noumenico, sino que el mundo o más bien las cosas, las simples, las mundanas, las pedestres cosas de todos los días, tienen un significado más bien abstracto (sí sí, venciendo lo anémico) y la peliculita de Babenco o ya que estamos hablando de cine, las películas de Lynch, Jarmusch o Scorsese, terminan por ramificarse hacia cualquier lugar menos a su lugar de origen. Toro Salvaje termina concentrándose en el estómago o en un extraño dolor de espalda.

El libro de Puig es un tomo empastado en café. Letras doradas que además de indicar el título y el nombre del autor, señalan la ubicación en las estanterías de la biblioteca, igual que Los Premios de Cortázar. Voy llegando a la doscientos y por lo menos esa edición, tiene cerca de cuatrocientas páginas. A ratos siento que la historia me vence. Mucho juego, mucho personaje, mucho hilvanar conclusiones precipitadas y poco argumento. No es culpa de Cortazar obviamente, el tipo escribe mejor que San Mateo y terminas por hacer de cada una de sus palabras, verdaderos testamentos móviles, pero yo estoy acostumbrado a que las cosas avancen o de plano, se desplomen. Y en la novela no pasa eso. Quizás en las doscientas páginas que quedan hay un vuelco medio M. Night Shyamalan y las cosas se ponen interesantes hasta el punto que te tomas la cabeza como en Rayuela y piensas por un instante, que ya está todo hecho o que Cortazar es el temible Dios de la escritura. Podría pasar eso y espero que así sea. A nadie le haría mal otro capítulo 7 u otro 41.

Todo lo mitigo con Eric Hobsbawm y la siempre irreducible lectura de los orígenes del jazz y las revoluciones de 1968 que de paso me llevan a Vietnam y al recuerdo fresco de Gángster Americano, película reciente que traslada al cine hasta el cielo o el lugar que sea desde donde mira y sonríe Elia Kazan o Marlon Brando. Todo se relaciona. Los ojos con los libros, los libros con el cine, el cine con los ojos, los ojos con el estómago y el estómago con la presencia de algo que lo une todo. Algo indefinible, un pegamento inenarrable hasta la desesperación, algo que por un segundo crees saber y poder nombrar, pero que luego escurre por las comisuras del tiempo. El segundo en que te llevas el diclofenaco sódico a la boca y el instante en que tu espalda comienza a descansar al fin, de todo el trabajo que le ha puesto por delante un par de ojos omniscientes a ratos y tremendamente desconsiderados la mayoría de las veces.

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