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jueves, 1 de septiembre de 2011

Formas de Volver a casa (en modo reseña)

En la contratapa:

volver_casaFormas de volver a casa habla de la generación de quienes, como dice el narrador, aprendían a leer o a dibujar mientras sus padres se convertían en cómplices o víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet. La esperada tercera novela de Alejandro Zambra muestra el Chile de mediados de los años ochenta a partir de la vida de un niño de nueve años. El autor apunta a la necesidad de una literatura de los hijos, de una mirada que haga frente a las versiones oficiales. Pero no se trata sólo de matar al padre si no también de entender realmente lo que sucedía en esos años. Por eso la novela desnuda su propia construcción, a través de un diario en que el escritor registra sus dudas, sus propósitos y también cómo influye, en su trabajo, la inquietante presencia de una mujer. Editorial Anagrama.

Este es el tercer libro de Zambra. Primero están Bonsái y La vida privada de los árboles. Ambos son libros muy breves pero de una belleza increíble. Según Zambra, ambos podrían ser catalogados como novelas en miniatura o cuentos-novelas, sin embargo, yo que soy un lector aficionado, poco práctico y que lo reduce todo –tal como el mismo autor del libro que “reseño” afirma- a las experiencias propias más que a lo ajeno, podría calificarlo como un gran poema. Uno de esos poemas-cuentos como los de Bukowski o –sin el talante proselitista evidentemente- como aquellos manifiestos líricos de Pablo de Rokha. Pero Zambra está más cerca de Lihn y sobretodo de Bolaño, que como es bien sabido más que novelista, siempre se consideró un poeta. Un novelista que hacía buenos poemas y malas novelas.

El hecho es que Zambra cuenta una vez más, una historia preciosa que repara en cada detalle y que en este caso va un paso más adelante de sus otras producciones gracias al trasfondo político, social y cultural que hay esta vez en su novela.

Podría parecer redundante en la literatura chilena el tema de la dictadura y de cómo ella, incluso en su estado teórico-terminal a fines de los ochenta impacta en las familias chilenas, no obstante, esta memoria es tomada con pinzas y Zambra se encarga de ubicarla con mucho cuidado en el plano de lo cotidiano, lo invisible y en esa transparencia heideggeriana que es respirar determinados ambientes. No se trata de un carácter meramente elusivo, sino más bien, del viejo axioma de la punta del iceberg de Hemingway aplicado en este caso, de manera perfecta, no solo a la historia sino al aura que rodea la historia. Leer formas de volver a casa es en primer lugar volver a la infancia, a nuestra verdadera patria y a su vez asumir esa presencia en nuestros efectos y lugares personales. En segundo lugar, es mirar directamente a nuestros padres, probablemente no con un tono desafiante como el narrador de la novela pero sí, asumiendo que ellos fueron los que escribieron verdaderamente la novela, su novela. Una que iba en serio. Que decididamente se las veía cara a cara con limitaciones cívico-sociales y en ciertos casos con aquella complacencia y silencio respecto a la situación de la época. Y en tercer lugar, el relato es la reflexión obligada en torno a los rótulos fatales que rodearon los setenta y los ochenta. Rótulos y nomenclaturas provenientes de la inteligencia pinochetista, la DINA, el SIFA, la CNI entre otros , y a su vez, de la paranoia conservadora-mercantil y gremialista, que por estos días, reflotan incluso, convocando directamente al pasado con nombre y apellido: Ley maldita, Ley de Seguridad Interior del Estado.

fotoalejandrozambra2_grande Alejandro Zambra, el autor.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Flojera: la madre de ...

Esto de “reseñar” (comillas porque en estricto rigor no son reseñas) libros aburre y cansa. Increíblemente leo más de lo que escribo y lo poco que escribo refleja pobremente lo leído. Es mejor hacer un alto y sólo contar. Yo me cuento a mi. Fernando cuenta a Fernando lo que lee para que luego, una vez que pase algo de tiempo, quede algo en la movediza memoria de Fernando. Evidentemente nadie visita este sitio. Nadie lo conoce. Mi polola tal vez, uno que otro primo y uno que otro amigo, y si es así, pasan. Es aburrido y tedioso. Así que me lo tomaré con calma y aquí va:

Luego de leer Estambul, leí Bonsái de Alejandro Zambra. Era una deuda pendiente, un texto (no le llamaré novela ni novela corta ni poemario metamorfoseado) del cual constantemente estaba recibiendo y leyendo noticias. Comentarios, críticas, apologías, autos de fe, juicios inquisitorios, etc. Y sí, valía la pena Leerlo. Ahora quiero tener un Bonsái, lo mismo que quiero tener algo de dinero y arrendar un departamento mal dispuesto en el centro de Santiago.

Entremedio me metí con lo que estudié, quiero decir, con lo que durante cinco años me pasé leyendo a regañadientes la mayor parte del tiempo: Historia. Ahora es distinto naturalmente porque no es lo mismo leer por obligación que por placer. Leí un libro sobre nazis y movimientos de ultra derecha en Europa y América Latina escrito por el sociólogo Isaac Caro. Mucha estadística, mucho cuadro Excel, mucho análisis de discursos y poco desarrollo. Es de esos libros que contienen frases explicativas sobre lo que ya está claro. Si hay una referencia que dice “buscamos terminar con las inmigraciones de moros y turcos” el autor va y se manda una pirueta hermenéutica del tipo “los alemanes manifiestan intolerancia frente a los grupos turcos y moriscos”. Nunca he confiado en los sociólogos. Al mismo tiempo, leí Los Vikingos de Johannes Brondsted. Libro editado en 1963 y claro depositario del paradigma historiográfico de la época. Luego de leerlo me dieron ganas de dirigir una película sobre vikingos y me concentraría los ataques al imperio carolingio y a las iglesias en el siglo IX. Sí, sobretodo a las iglesias.

John Fante ¿Qué se puede decir de John Fante? ¿Qué se puede decir de Arturo Bandini?. Estoy infinitamente agradecido de Paty. Ella fue quien apuntando a un escaparate me dijo “mira, un libro prologado por Charles Bukowski”. Buen gancho, perfecto “habrá que leerlo”. Y Camino de los ángeles, más breve que Pregúntale al Polvo produce esa misma sonrisa apagada, ese sesgo de humor de bufón con dos caras. Lágrima y carcajada.



Al final, La Conjura de los necios de John Kennedy Toole. Cuando iba por la pagina doscientos busque imágenes de Kennedy Toole siguiendo el razonamiento fresaniano, ese que indica que a los buenos autores dan ganas de verle la cara, y digo fresaniano por Rodrigo Fresan obviamente. Tal como escribió Fuguet: Rodrigo Fresan ya es un adjetivo. Busque y busque imágenes de este norteamericano suicida y me paso lo que de seguro me pasara cuando intente buscar imágenes de Pynchon. Solo encontré un par de fotos, imágenes de niño, un niño regordete vestido de marino y de cowboy. No es que me interese más el escritor que lo escrito. Es cierto, lo dice Tom Wolfe; es vulgar realizar esta inversión. No obstante, el poder de una buena historia, el magnetismo de cierto modo de hacer literatura, lo contagia todo. Lamentablemente Kennedy Toole se pego el tiro muy rápido y solo quedo esa maravillosa novela para que, como dice también Wolfe, den ganas de invitarle un trago. ¿O eso lo dijo Roth? No importa, a todos ellos les invitaría un trago. Kunsman de miel, por favor.

* El teclado se desconfiguro a medio andar. Hay tildes, guiones, paréntesis y signos que deberían estar allí donde no están.