
jueves, 26 de junio de 2008
Literalmente Literatura

viernes, 20 de junio de 2008
Footsteps

De pie en el metro. De pie y con las manos en los bolsillos, sostiene entre sus piernas su bolso. Llega a Estación
Recordó a su profesor de universidad, al viejo ronco, cascarrabias y de contextura infinitamente delgada. Tuvo la impresión de tenerlo al lado mientras subía los peldaños. Y escucho cómo esa voz de madera podrida, le decía que todo era una carrera y que a la meta sólo llegarían los más rápidos, pero también los más avispados.
Sintió nauseas, ganas de vomitar todo lo que había comido en el día y mirado desde el presente, el almuerzo y el desayuno le parecían un cóctel de mierda. Lo curioso es que no había almorzado ni tomado desayuno. Pero no sentía hambre. Sólo añoraba un vaso de jugo de durazno y un baño entre otras cosas. Probablemente leer algo de Houellebecq. Imprecaciones, maldiciones o efusivas bienvenidas al mundo de la poesía. Le hubiese caído bien algo de Bataille. Algo de pornografía sublime en medio de una canción de Bill Evans.
Subió los peldaños a la fuerza, más por inercia que por voluntar y cuando llego al final, decidió que no tenía ganas de llegar a ningún sitio y rápidamente miró alrededor en busca de asientos. Cuando al fin encontró un par desocupado, corrió a sentarse. Luego miró su reloj (un viejo reloj suizo que lleva perpetuamente un atraso de diez minutos) y abrió su bolso en busca de comida. Encontró las galletas que su madre le había dado como colación y en cosa de segundos las devoró con un hambre animal. Una vez que limpió su abrigo de migas, escogió un libro de historia para leer y desdobló el borde de la página 54. La opresión rusa sobre los polacos. La prisión de Bakunin.
Una niña jugaba con una tapa de bebida. La pateaba y la paseaba por el suelo lentamente. La reina Victoria despreciaba a Nicolás. La niña miraba la tapita de Coca Cola; buscaba algo en el reverso. El se rascaba una pierna mientras pensaba en lo popular de Cal y Canto. La tapita giraba y tambaleaba al borde del anden. Palmerston quería guerra, Thiers quería Guerra, pero ni Victoria ni Luis Felipe estaban de acuerdo. Claro, Cal y Canto se construyo durante el siglo XVIII un poco después de los tajamares del Mapocho. La tapita caía. El cerraba el libro. La guerra, la guerra, qué habrá sido de la guerra.
Miró por segunda vez la hora y decidió que debía regresar a casa. Seguramente estaría su madre esperándolo con el almuerzo listo, era día de legumbres y no podía dejarla plantada. Dejó el libro dentro del bolso, acomodó su bufanda sobre el abrigo y camino a la salida. Contó los pasos como cuando era niño y contaba los pastelones que alcanzaba a pisar sólo una vez. Veinticino pasos y como siempre, ya estaba afuera.
jueves, 19 de junio de 2008
jueves, 12 de junio de 2008
III
he añadido nuevas combinaciones
a las ya existentes.
Todo en la caja fuerte
o en la caja de pandora,
donde se deposita no sólo
lo que quedó a Prometeo,
no sólo lo que dejo
Zeus y Pandora.
Te he faltado el respeto
cojiendo por sorpresa a la mentira
mostrándola
y he puesto los puntos
sobre ies que son hiatos,
espacios como las haches
o hachas que cortan en rodajas
bien milimetradas
cada parte de ti y cada parte de mi
Me he resfriado y he estornudado por la mañana
buscando con una mano
pañuelos desechables,
los mismos que tu usaste cuando nos venció el amor
y los mismos que nosotros ocupamos
cuando finjíamos ser de la entente o la triple alianza.
Entonces, acodado sobre un asiento en movimiento
y viendo el vapor pasar
como si fuera una sóla industria
viajando bajo la historia,
pienso en tus ojos
en tu ausencia sin piedad,
en tu lejanía rimando con letanía
y me acuesto imaginariamente sobre los brazos
de cientocincuentaycuatro pasajeros a bordo
de un choque.
Una colisión que me recuerda a los impactos nocturnos
en el Golfo.
La cabeza se revuelve como una caja con despojos,
el celofán, los papeles de regalo, la cinta, los autoadesivos
patinando sobre y dentro el cartón
abren las puertas de mi manicomio.
Leí a Foucault, repasé a Deleuze,
y
hablé con Lewis Carol.
El conejo que juega poker,
las lagrimas que inundan la habitación,
el gato negro de ojos blancos
en su cueva negra con luces blancas,
el día del no cumpleaños
la reina de corazones y el fajo de cartas
bajo tu manga.
La misma historia congelandose a las seis de la mañana
y ahí están mis pies
en su justa medida
contritos por mis zapatillas rotas.
Un cordón desabrochado,
un paso en falso y los cientocincuentamilmillones de hombres
de Mayakovski me miran sobre el asfalto.
¿tu me ves?
ahí estoy tendido de espaldas
con los brazos a punto de despegarse de mi tronco
y viene algo deprisa.
Se encienden luces,
llegan los gritos en sordina
como si se escondieran de ellos mismos
y una sonrisa, Pandora abre la caja
que siempre ha sido mi cabeza
y caen solemnes simulando un viejo truco de magia
cuatro cartas
cuatro catorce de corazones.
II
Yo busqué las piedras
antes de encontrar arena.
Seguí los pasos de
los selknam, de los yaganes.
Me tomé fotografías junto
a sus balsas de pieles de lobo,
antes que los lobos
sangraran y emitieran ese brutal
grito partero, que confunde hasta dios.
Vi sus caras de mármol sin pulir,
toqué sus manos de tierra, y me colmé
de paisajes tan verdes
como la humedad sobre el cemento.
Y caminé.
recorrí el estrecho paso
de los europeos,
los nombres, los dedos apuntando la última cumbre,
las orejas recién salidas de un selknam
en mi cuello,
y las cargué sin pudor.
como sólo se cargan los trofeos de
la ontología ser-lenguaje-hombre,
categorías de hierro
-de la edad de hierro-
ampulosas espadas que pesan más que un hombre
y vetustos hombres que cortan
más que Atila en un arranque de mal genio.
Yo sólo buscaba piedras
a Pedro,
una capilla o un mausoleo
e incluso, me hubiese conformado
con ver los leones agazapados
tras las rejas. Sus ojos,
ver los ojos de un León
como quien mira un objeto de museo
y dimitir frente al vidrio
o a los barrotes. Sólo mirar
como de seguro, miraron los primeros cristianos
cuando alguien contó la historia
de un circo romano, un emperador y un público
codeándose con una sociedad del espectáculo.
Un guiño de Guy Debord frente a la muerte
un oráculo advenedizo tras el cuál se esconde
Emile Ciorán y un hombre que por sus barbas
parece ser el viejo rabino que pretendió
re conquistar la patagonia
en nombre de Dios, de un pueblo
y un destino tan oscuro
como lo que encuentras buscando piedras
en el último rincón
de tu patagonía imaginaria.
lunes, 9 de junio de 2008
I.-
El día amanece
con un frío que escuece.
El gorro,
la bufanda y
el abrigo zurcido por los lados
parecen armaduras descolocadas y
por lo tanto,
admito ser un goliardo, un trovador o un juglar.
El cielo es un espanto.
No hay cielo.
Es más bien un pozo eterno
que a medida que se abre
muestra una luz
que es como un tumor
en un ojo
O,
corrijo
una cavidad donde debería
existir un ojo.
Así nos vamos
o así nos quedamos
Lo cierto es que estamos
incluidos sin quererlo,
en medio de la ceguera, que,
Ojo
no es sólo nuestra.
Santa Rosa es un burdel
a punto de cerrar sus puertas.
ya no quedan anfitriones
y las putas duermen
junto a teléfonos públicos
que bien podrían ser
urinarios o capillas ardientes
donde velan a los muertos
después de sus cosechas abstractas,
sus esplendidas despedidas
con cuecas, pebre y maricones
de moños afilados.
y no me sorprende,
no me desquicia verme
y verlos, porque
qué duda cabe,
somos lo mismo y en la misma acera,
la pútrida, la reventada, la pisoteada
como si fuera una trinchera incinerándonos
a medida que pasa el tiempo.
Un tiempo que a la vez es un juego de alquimia
y una apuesta con el diablo.
nada más serio y nada más baladí.
Nada más correcto y nada más estúpido
mientras el sol va emergiendo
como el ojo sano
-y sí es de vidrio, qué importa-
que nos ve pasar
y luego nos ve quedarnos
como figuras de yeso
que estornudan por un roce,
uno nada más,
entre mi hombro con el de él,
mi brazo con el de ella,
mi cuello con su puño.
Y así me voy sintiendo el último hombre de la tierra,
el último que respira su cal
O su vapor
O su respiración.
porque entendámonos,
cuando no hay nada más,
cuando todo se ha desbarrancado
por la pendiente de los trescientos sesenta grados
bajo cero,
es que ha llegado la hora
de despedirse o en el mejor de los casos
dar el último suspiro.
miércoles, 4 de junio de 2008
a las 5:30 p.m.
Ni leer
Ni escribir
Ni amar
Ni mirar
Ni tocar
Ni cantar
Ni escoger
Ni reír
Ni hablar
Ni esperar
Ni comer
Ni querer
Ni hablar
Primera vez que me pasa.